Reunión con Himmler

Ante el incierto panorama al que se enfrentaban los alemanes, Erickson vio llegado el momento de aprovechar la situación en su beneficio. Además, debido al retroceso germano en todos los frentes, era consciente de que quizás no iba a disfrutar de mucho más tiempo para hacer negocios con sus amigos alemanes. Era necesario darse prisa.

Así, Erickson ideó una operación de envergadura: la construcción de una enorme fábrica de gasolina sintética en territorio sueco. Su costo previsto ascendería a cinco millones de dólares de la época —equivalente a unos cuarenta y cinco millones de euros actuales—, que serían aportados por capital sueco y alemán. La fábrica exportaría el total de su producción a Alemania y él sería el titular en exclusiva de ese contrato de suministro; el negocio era redondo.


Aviones norteamericanos B-26 bombardeando Alemania. La destrucción de las industrias germanas llevó a intentar trasladar la producción de gasolina sintética a la neutral Suecia.

La proposición estaba calculada para atraer la atención de los inversores alemanes y, sobre todo, de los dirigentes nazis. Con esta iniciativa, Alemania podría contar con una fuente de gasolina en un país neutral, a salvo de los bombardeos aliados que en esos momentos estaban arrasando el territorio germano. Según los cálculos efectuados por Erickson, la fábrica, a pleno rendimiento, podría producir el total de la gasolina sintética que requería la maquinaria de guerra nazi.

Pero también existía un estímulo oculto en el proyecto de construcción de la fábrica; en un momento en el que ya no se descartaba una derrota final de Alemania, tras el desastre sufrido en Stalingrado, la participación en ese proyecto iba a permitir a los ricos hombres de negocios germanos colocar fondos en una nación neutral sin despertar sospechas de deslealtad con la causa nazi. Aunque este argumento era inconfesable, pues el derrotismo era severamente castigado, a nadie se le escapaba que quizás había llegado el momento de tomar posiciones ante una hipotética derrota germana, por lo que el principio de no poner todos los huevos en la misma cesta adquiría una apremiante vigencia. Ese temor llegaba incluso a las más altas esferas del régimen; Himmler, por ejemplo, lanzaba secretamente sus propuestas a los aliados a través del príncipe Bernadotte, con el fin de situarse como interlocutor de los vencedores en la nueva etapa que se adivinaba en el horizonte. Ante el hipotético hundimiento del Tercer Reich, todos pretendían mantenerse a flote, y la propuesta de Erickson era interpretada por más de uno como una posible tabla de salvación.

Erickson preparó un detallado proyecto para la construcción de la fábrica, y se lo entregó a Helmut Finke, quien lo recibió con entusiasmo. El plan llegó a manos de diversos jerarcas nazis y a hombres de negocios estrechamente ligados al régimen, mostrando todos ellos un interés muy vivo. Hubo, sin embargo, una voz disconforme, nuevamente la de Hans Ludwig, quien sostenía que el sueco estaba jugando con los alemanes y respondía a intereses ocultos. Pero Ludwig pertenecía al Ministerio de Asuntos Exteriores, con Joachim von Ribbentrop al frente. Von Ribbentrop estaba enfrentado a Himmler, por lo que los choques entre su ministerio y la Gestapo estaban a la orden del día; Himmler solía ser el vencedor en esas disputas y esta vez no sería una excepción. Los avisos de Ludwig de que el sueco no era trigo limpio fueron desoídos por la Gestapo; de este modo, las puertas del despacho de Himmler se abrirían para Erickson de par en par.


El ministro de Asuntos Exteriores del Reich, Joachim von Ribbentrop. Himmler solía inmiscuirse en su terreno, lo que provocaba continuos roces entre ambos. El asunto Erickson no sería una excepción.


Orden de detención de Joachim von Ribbentrop. El destino acabó uniendo a Ribbentrop y Himmler; ambos serían capturados por los británicos.

Un día de octubre de 1943, Erickson tomó nuevamente el avión que le debía llevar a Berlín. Pero el aspecto de la capital del Reich sería muy diferente al que ofrecía en aquel otro día de octubre de hacía dos años. Al llegar al aeropuerto de Tempelhof, fue conducido a uno de los escasos hoteles de la capital que no habían resultado dañados por las bombas aliadas. Por la mañana fue en su busca un gran automóvil negro de las SS.

En su cuartel general, Himmler recibió cordialmente al sueco, asegurándole que Finke le había hablado muy bien de él. Luego hablaron extensamente sobre el proyecto de la refinería en Suecia. Erickson habló de la necesidad que tenía de ver directamente el funcionamiento de fábricas similares en Alemania. Luego siguieron tratando de otras cuestiones, pero al final de la entrevista Erickson obtuvo un preciado documento, firmado por el propio Himmler, por el que se le permitía viajar por toda Alemania y los países ocupados, visitar todas las refinerías de petróleo que desease ver, y obtener de los expertos cualquier información necesaria para elaborar el proyecto de la refinería que debía construirse en Suecia. Como si la firma de Himmler no fuera suficiente aval, obtuvo otro documento firmado por Hitler por el que se le proveía de vehículo a cargo del Reich y cupones para gasolina ilimitados, en unos momentos en los que el combustible para uso particular estaba severamente racionado. Las facilidades brindadas por Himmler revelaban la importancia que el jefe de las SS concedía al proyecto.

Pertrechado de esos deslumbrantes salvoconductos, Erickson recorrió durante un año la geografía alemana, inspeccionando todas las grandes fábricas. Se reunió con los directores, se enteró de primera mano de lo que estaban haciendo y de sus proyectos inmediatos. Cuando Erickson consideró que ya había recogido suficiente información para poner en marcha el proyecto, dio por finalizada la gira por Alemania y regresó a Suecia.

Sin embargo, los planes de Erickson no pasarían de la fase previa de estudio; el progresivo deterioro de la situación militar para Alemania hizo que el plan para la construcción de la fábrica de gasolina sintética fuese suspendido. Con los aliados occidentales firmemente asentados en Francia tras el exitoso desembarco en Normandía y los ejércitos soviéticos amenazando con desbordar las fronteras orientales del Reich, el proyecto de Erickson fue olvidado en favor de otras cuestiones más perentorias.

Operaciones secretas de la Segunda Guerra Mundial
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