Llegada a beda littoria
El guía árabe que les había conducido hasta allí proporcionó a Keyes toda la información que este le requirió sobre Beda Littoria; gracias a esa detallada información, pudo dibujar un esquema de la situación de la casa y sus alrededores. Keyes dio a sus hombres las últimas instrucciones para el ataque, asignando a cada grupo el lugar en el que tenían que situarse. Cada uno conocía con exactitud su cometido. Los paquetes de explosivos estaban a punto, los detonadores protegidos por tela impermeable, y las armas habían sido desmontadas y limpiadas.
La tormenta estaba dejando el terreno enfangado, pero Keyes decidió que con mal tiempo su marcha de aproximación tendría menores probabilidades de ser descubierta. Al anochecer de ese 17 de noviembre, el grupo de comandos abandonó la cueva para cubrir la última etapa del viaje. La lluvia seguía cayendo sin parar; pronto quedaron empapados, y el barro les obligó a realizar un esfuerzo suplementario. Sobre las diez y media de la noche alcanzaron la falda del montículo que se levantaba junto a la ciudad; al otro lado del altozano se encontraba su objetivo.
La fase decisiva de la misión que les había llevado hasta allí estaba a punto de dar comienzo. El que continuara lloviendo no arredró a Keyes, quien, al contrario, siguió considerando que el mal tiempo podía ser un elemento favorable. Aunque pueda sorprender, la lluvia era habitual en Beda Littoria en esa época del año, a pesar de encontrarse a las puertas del desierto. El microclima especial de que goza la localidad hace que en invierno no sea extraño que caigan nevadas.
Los comandos tenían tiempo de tomar un corto descanso antes de iniciar la ascensión a la colina, unos minutos que aprovecharon para ennegrecerse con tizne la frente y las mejillas. Al cabo de un rato reemprendieron la marcha, pero a mitad de la subida vivieron unos momentos de angustia cuando el perro guardián de una casa situada en la ladera comenzó a ladrarles. Los soldados echaron rápidamente cuerpo a tierra y sólo pudieron respirar tranquilos cuando oyeron cómo su dueño llamaba al can y la puerta de la casa se cerraba tras ellos.
Una vez arriba, pudieron contemplar la pequeña ciudad de Beda Littoria, constituida por grupos de casas y chabolas apiñadas sin demasiado orden. El repiqueteo regular de la lluvia sobre los vidrios de las ventanas y las planchas de los cobertizos y el viento que rugía formaban un ruido uniforme en todo el pueblo. Gracias a los relámpagos se podían ver en destellos las casas, en las que parecía que todos dormían. Separados del pueblo por una pequeña colina plantada de cipreses, se veía un silo de granos y algunos cobertizos, así como un edificio de dos pisos en piedra gris construido por los italianos para desempeñar funciones administrativas: la Prefettura. Era allí donde, según las informaciones de que disponían los británicos, debía encontrarse el general Rommel en esos momentos.
Los hombres de Keyes encontraron el camino que, según el guía árabe, les conduciría a la parte trasera del cuartel general de Rommel. El grupo comenzó la aproximación final. El propio Keyes y el sargento Terry hacían de exploradores y el capitán Campbell conducía al grupo principal unos cincuenta metros por detrás de ellos. Cuando avanzaron unos cuatrocientos metros abandonaron al guía recordándole que debería esperar su regreso para recibir el pago por sus servicios, garantizándose así su lealtad.
Con las armas listas para hacer fuego, continuaron en su aproximación alcanzando a las once y media de la noche unas construcciones exteriores situadas a sólo cien metros del edificio donde estaba instalado el cuartel general. Keyes y Terry se adelantaron al grupo para realizar un último reconocimiento. Mientras tanto, comenzó a ladrar otro perro en el lugar en el que se encontraba el grupo, y un soldado italiano acompañado de un árabe salió de su puesto de vigilancia para ver lo que ocurría. Entonces el capitán Campbell le dijo en alemán, de la forma más imperiosa que pudo, que eran una patrulla alemana, una afirmación que uno de sus hombres repitió en italiano. Una vez que el soldado retornó a su puesto, Keyes regresó de su exploración y, justo cuando el reloj marcaba la medianoche, ordenó a sus hombres que se desplegasen en torno al edificio gris para proceder a su asalto.