Proteger el Tirpitz

Un año antes de que se desarrollase esa dramática escena en el puerto de Saint-Nazaire, los británicos ya habían comenzado a pensar en la posibilidad de lanzar un ataque contra el dique seco hacia el que se dirigía a toda máquina aquel barco enloquecido. La importancia de esa instalación para la Kriegsmarine era capital y, si se conseguía destruirla, la última gran amenaza de la marina germana podría ser conjurada, despejando el camino de la victoria.

En 1941, el peligro de invasión de Gran Bretaña, que había estado a punto de suceder en el verano de 1940, ya había pasado; la resistencia británica, ante los insistentes ataques aéreos de la Luftwaffe, había disuadido a Hitler de lanzar la Operación León Marino, por la que sus tropas debían cruzar el canal de la Mancha para someter al único enemigo que hasta ese momento no había sido aplastado por la maquinaria de guerra nazi.

Pero, si bien la amenaza de invasión había pasado, en 1941 los británicos debían hacer frente a otro desafío, el del bloqueo marítimo impuesto por la marina germana. Los submarinos alemanes, los U-Boot, atacaban con éxito las rutas de suministro a Gran Bretaña que cruzaban el Atlántico, a la caza de los buques que transportaban armas, alimentos y materias primas a los asediados ingleses. No en vano el primer ministro británico, Winston Churchill, dejó escrito en sus memorias que la denominada «batalla del Atlántico» fue la que más le hizo temer por la suerte de su país en el desenlace final de la guerra.

La flota de submarinos alemanes era la encargada de cortar esas rutas marítimas de aprovisionamiento, pero la Kriegsmarine disponía de dos barcos de superficie que podían dar el golpe de gracia a la resistencia británica. Se trataba de dos acorazados gemelos, los referidos Bismarck y Tirpitz, en esos momentos mayores que cualquier otro barco de guerra británico o norteamericano. La potencia de sus motores les permitía alcanzar una velocidad mayor que la de cualquier otro acorazado y sus cañones eran capaces de perforar un grueso blindaje a treinta y cinco kilómetros de distancia.

Afortunadamente para los británicos, la Royal Navy pudo hundir el Bismarck, tras someterlo a una larga persecución en aguas del Atlántico Norte entre el 19 y el 27 de mayo de 1941. Pero aún quedaba el Tirpitz, que quedó confinado en los remotos fiordos noruegos a la espera de recibir la orden de salir a mar abierto. Ante esa temible posibilidad, su destrucción se convertiría en una obsesión para Churchill, quien no escatimaría hombres ni recursos para acabar con la inquietante amenaza del acorazado alemán.

Ante la dificultad para hundir al Tirpitz mientras permaneciese protegido en su refugio noruego, los británicos idearon un plan alternativo para impedir que el acorazado saliese a mar abierto. Las enormes dimensiones del Tirpitz no permitían que pudiera ser reparado, llegado el caso, en otro puerto que no fuera el de Saint-Nazaire, ciudad situada en la orilla norte del estuario del Loira.

Como se ha indicado, su puerto disponía del único dique seco capaz de acoger al Tirpitz; había sido construido en 1932 para alojar al transatlántico Normandie, siendo en ese momento el dique seco más grande del mundo. Además, el puerto contaba con otro sistema de esclusas que permitía mantener siempre el mismo nivel del agua, sin verse así afectado por las mareas, muy acusadas en la costa atlántica.

Por lo tanto, la destrucción de las instalaciones portuarias de Saint-Nazaire pasaría a convertirse en objetivo prioritario para los británicos. Estaba claro que Hitler, para quien el hundimiento del Bismarck había supuesto un disgusto tan amargo como inesperado, no iba a arriesgarse a sacar al Tirpitz a mar abierto sin contar con esas instalaciones operativas.

Además, la estratégica situación del puerto de Saint-Nazaire lo dotaba de una importancia vital para toda la marina alemana. Al estar ubicado en la costa francesa del Atlántico, ofrecía a los alemanes un excelente refugio para sus U-Boot, que de este modo no debían llegar hasta Alemania para aprovisionarse, lo que implicaba afrontar el peligro de atravesar el canal de la Mancha o el mar del Norte. Esa ventaja era todavía más apreciable para los ya escasos buques de superficie de la Kriegsmarine.

Operaciones secretas de la Segunda Guerra Mundial
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