El arma definitiva
Tal como revelaba el Informe Oslo, los alemanes disponían de un campo de pruebas en Peenemünde, en una base cuya construcción se había iniciado en 1936. Ese año ya se esbozaron los primeros planos de un gran cohete, que recibiría el nombre de Aggregat-4 (A-4). La dirección del proyecto estaba en manos de un joven y prometedor científico: Werner von Braun.
Con el estallido de la guerra, el desarrollo de ese artefacto se realizaría por etapas. Los éxitos de la Blitzkrieg llevaron a Hitler a creer que no tendría necesidad de los cohetes para alzarse con la victoria final, así que, a pesar de las amenazas vertidas en su discurso de Danzig, el proyecto se vería frenado. Además, el enorme gasto que suponía la investigación en ese terreno llevó a aparcar los avances en el desarrollo de los cohetes.
Aggregat A4 era el nombre técnico del cohete que luego se
denominaría V2. Este misil balístico de largo alcance
suponía una extraordinaria novedad, por lo que los alemanes
trataron de mantener su evolución en secreto.
No sería hasta ya entrado el año 1941 cuando Hitler comprendió que la derrota de Gran Bretaña llevaría más tiempo del esperado. El espíritu de resistencia que Churchill logró imbuir en sus conciudadanos y el fracaso de la ofensiva aérea de la Luftwaffe, iniciada en el verano de 1940, llevó al dictador germano a reactivar el proyecto de los cohetes. Si sus bombarderos se habían mostrado incapaces de someter a los británicos, esa arma revolucionaria podría hacer que sus enemigos acabasen implorando la paz.
Así, el 20 de agosto de 1941, Hitler dispuso la continuación de los ensayos con el cohete A-4, que sería conocido más adelante como V-2. Su aspecto era formidable; medía casi doce metros de longitud y pesaba unas doce toneladas. Las instalaciones de Peenemünde se ampliaron considerablemente. La Organización Todt, junto a varias empresas particulares y un ejército de trabajadores forzados polacos y prisioneros de guerra rusos construyó nuevos refugios subterráneos, laboratorios e instalaciones para realizar los ensayos.
Los primeros resultados visibles de esa reanudación de los trabajos en los cohetes de largo alcance no llegarían hasta más de un año después. La primera bomba V-2 experimental se probó el 13 de junio de 1942, pero no consiguió levantar el vuelo, se precipitó sobre un costado y explotó. El segundo ensayo fue un mes más tarde y sólo se logró efectuar un vuelo de cuarenta y cinco segundos antes de que el misil se partiese en el aire. Pero el 3 de octubre ya se consiguió cerrar un vuelo completo, alcanzando una altura de cinco kilómetros y haciendo blanco a casi doscientos kilómetros de distancia. Hitler, entusiasmado por este prometedor avance, ordenó su producción masiva, que no pudo iniciarse hasta finales de 1943.
El nuevo cohete no era comparable en ese momento a ningún otro artefacto bélico; era realmente revolucionario. Por ese motivo, los británicos no dieron crédito a las primeras informaciones que comenzaron a llegar sobre la naturaleza de la nueva arma que se estaba ensayando en la costa báltica.
La V-2, pese a compartir el nombre de «bomba volante» con la V-1, era muy diferente a esta. El cohete ideado por Von Braun cargaba una tonelada de explosivos y era capaz de alcanzar los mil quinientos kilómetros por hora, por lo que iba a ser totalmente imposible interceptarlo. En su trayectoria se elevaba hasta las capas altas de la atmósfera, a unos noventa mil metros de altura, y caía prácticamente en vertical sobre el objetivo. No producía ningún ruido, por lo que no había tiempo de alertar de su llegada. Sin duda, podía ser el arma definitiva apuntada por Hitler, capaz de llevar al Tercer Reich a la victoria final.