Un guijarro sobre el agua
La decepción que supuso la constatación de que destruir los embalses del Ruhr no era posible con los medios de que se disponía en ese momento, no hizo desistir a Wallis de su empeño. Tras repetidas pruebas consistentes en hacer estallar cargas bajo el agua, el científico llegó a la conclusión de que la presa podía romperse, además de por un improbable impacto directo, por el efecto de las ondas de choque, más intensas si la explosión tenía lugar entre dos aguas que si la bomba tocaba el fondo.
Ese efecto se podía conseguir utilizando torpedos que podían ser lanzados a ras de agua y que proseguirían su camino hacia la pared de la presa; mediante una espoleta de proximidad, el torpedo haría explosión poco antes de llegar a la construcción, provocando esas ondas de choque. No obstante, los alemanes eran conscientes de la posibilidad de que los británicos quisieran destruir las presas, por lo que estas estaban protegidas por redes antitorpedo.
Así, ante la imposibilidad de utilizar torpedos en el ataque a las presas, a Wallis se le ocurrió una idea genial. El científico, quizás rememorando los juegos de la infancia junto a un río o lago, recordó que si se lanza un guijarro plano al agua formando un determinado ángulo con la superficie, la piedra da varios saltos antes de hundirse. Así pues, pensó que la manera de superar los obstáculos que dispondrían los alemanes para proteger el muro de las presas sería una bomba capaz de rebotar en el agua.
Dicho y hecho, Wallis diseñó una bomba cilíndrica que sería probada en el centro de experimentación que la Royal Navy poseía en Teddington. El nombre en clave de la bomba sería Upkeep (traducible por «mantenimiento», por su capacidad para mantenerse sobre el agua), pero sería más conocida como bouncing bomb (bomba rebotante). En Teddington se realizaron pacientes observaciones del comportamiento de ese artefacto experimental, cuyos resultaron arrojaron datos esperanzadores; Wallis parecía avanzar por el buen camino.
Una vez comprobado que una bomba de ese tipo, lanzada con la suficiente velocidad, conseguiría salvar los obstáculos que pudiesen encontrarse en el agua, había que estudiar la manera de demoler el muro de contención. Wallis abogó por graduar la espoleta de manera que la bomba, una vez que chocase con el muro de la presa y se hundiese junto a él, estallase al llegar a la profundidad en la que la onda expansiva tuviera más posibilidades de abrir una brecha en el muro.
A pesar de los prometedores resultados de los ensayos y del entusiasmo de Wallis, el interés de la Oficina de Guerra por la propuesta de destrucción de las presas se enfrió. En 1940, la prioridad era defender el territorio británico de la entonces temible Luftwaffe; los planes para atacar territorio alemán se limitarían a incursiones testimoniales destinadas a mostrar el espíritu de resistencia del Gobierno de Londres ante las amenazas de Hitler. Además, los alemanes habían reforzado la protección de los embalses de la cuenca del Ruhr con baterías de artillería pesada y reflectores, lo que desanimó a los británicos, que preferían no emplear los escasos aparatos de que disponían en una misión de incierto resultado, cuando la prioridad era defender el propio país.
No sería hasta el verano de 1941, una vez que Hitler apartó su vista de Gran Bretaña para centrarse en la invasión de la Unión Soviética, cuando las autoridades militares británicas retomaron su interés por las propuestas desarrolladas por Wallis. Aun así, la Oficina de Guerra seguía mostrándose un tanto escéptica ante el proyecto para destruir las presas alemanas, por lo que Wallis no obtuvo un apoyo total a sus trabajos.