Momentos de peligro
Pero el cometido de recoger información en el interior del Reich no era precisamente un juego de espías. Erickson era consciente de que, aceptando la propuesta de los aliados, iba a correr serios peligros; tratar con la Gestapo requería andar con pies de plomo, y cualquier error se podía pagar con la vida. Aunque él sobrevivió a esa experiencia, la muerte anduvo muy cerca de él en dos ocasiones.
En una de ellas, entró en contacto con una mujer berlinesa que colaboraba con los aliados, y que le debía proporcionar valiosas informaciones. Sin embargo, aquella mujer había despertado las sospechas de la Gestapo, por lo que estaba siendo sometida a seguimiento. Mientras ambos sostenían un encuentro en casa de ella, entraron los agentes de Himmler en la casa, deteniendo a ambos. Teniendo en cuenta la posibilidad de que eso sucediera, habían acordado una versión común de los hechos, según la cual no se conocían anteriormente, al ser supuestamente una prostituta a la que el sueco estaba en ese momento pagando por sus servicios.
Los agentes los trasladaron al cuartel de la Gestapo. Erickson pensó que había sido descubierto, pero cuando sus captores tuvieron conocimiento de los contactos que el sueco tenía en las altas esferas del régimen, optaron por creer que realmente no conocía a la mujer. Sin embargo, antes de ser liberado de la prisión en la que había sido confinado, asistió a través de una ventana que daba al patio a una estremecedora escena. La Gestapo había llegado a la conclusión de que la mujer era, efectivamente, una espía, por lo que fue ejecutada allí mismo.
Pero Erickson todavía tendría otro encuentro cercano con la muerte, todavía más dramático si cabe. Durante su última gira por la geografía alemana obteniendo información para los aliados, se encontró con un hombre de negocios que había conocido a principios de los años treinta y que creía muerto. Erickson le invitó a una copa y comenzaron a conversar. El alemán, que había abrazado el nazismo con entusiasmo, le hizo saber a Erickson que le sorprendía verlo allí, al ser norteamericano de nacimiento. Erickson intentó convencerle de que estaba a favor de la causa germana, y que había llegado a su país para trabajar por la victoria del Reich, pero el alemán se mostró cada vez más escéptico sobre los verdaderos motivos por los que él se encontraba allí. La conversación subió de tono cuando el alemán recordó que Erickson tenía por aquel entonces amigos judíos, lo que llevó al sueco a intentar despejar sus dudas mostrándole el salvoconducto firmado por Himmler. Eso pareció convencer al nazi, pero este se excusó diciendo que se le hacía tarde, despidiéndose abruptamente del sueco.
Erickson, llevado por su intuición innata, decidió seguir al alemán. Cuando este se dirigió a un teléfono público, el sueco se acercó lo suficiente para escuchar que intentaba ponerse en contacto con la Gestapo. Si quería salir de Alemania con vida, era necesario poner en práctica lo que le habían enseñado los agentes del OSS. Así pues, se acercó a él y, sin mediar palabra, le hincó en el costado un cuchillo que simulaba ser una estilográfica, causándole de inmediato la muerte y dejando su cuerpo sin vida sobre la acera. Aunque tuvo la precaución de quitarle la cartera para que pareciera que había muerto al forcejear con un ladrón que pretendía robarle, era consciente de que, tarde o temprano, la Gestapo acabaría por descubrir su doble juego, por lo que dio por finalizada la gira por Alemania y regresó rápidamente a Suecia.
Los aliados, satisfechos con el trabajo de Erickson, cumplieron tras la guerra las promesas del sueco a Von Wunsch, Von Stürk y los demás colaboradores a los que entregó el documento en el que se certificaba el compromiso de todos ellos con la causa aliada. Hans Ludwig murió en prisión, con la única satisfacción de saber que él era el único al que el astuto Erickson no había conseguido engañar. Helmut Finke acabó por ser capturado por los aliados después de ocultarse varios meses en Dinamarca con nombre falso.
Erickson, después de recuperar felizmente la confianza de sus familiares y amigos, siguió dedicándose a los negocios en Suecia[14]. El espía sueco falleció en 1983, mereciendo un obituario en el New York Times.