Derek Scott
Jueves 13 de octubre de 1994. El día en que todo dio un vuelco.
Llegamos a toda velocidad a la estación de servicio. Tennenbaum no se nos podía escapar.
Estábamos tan concentrados en la persecución que se me había olvidado que Natasha iba en el asiento de atrás, agarrándose como podía. Jesse, ateniéndose a las indicaciones que le daban por radio, me guiaba.
Cogimos la carretera 101 y, después, la 107. A Tennenbaum lo iban persiguiendo dos patrullas de policía de las que intentaba zafarse por todos los medios.
—Sigue todo recto y luego coge la 94 —me ordenó Jesse—. Vamos a cortarle el paso y a poner una barrera.
Aceleré más para ganar terreno y me metí por la carretera 94. Pero, cuando estábamos llegando a la 107, la camioneta negra de Tennenbaum, con su logotipo en la ventanilla trasera, nos adelantó. Tuve el tiempo justo de verlo al volante.
Lo seguí. Había conseguido distanciarse de las patrullas. Yo estaba decidido a no perderlo. No tardamos en tener delante el gran puente que cruzaba el río Serpiente. Íbamos con los parachoques de ambos vehículos casi pegados. Conseguí acelerar más para ponerme casi a su altura. No venía nadie de frente.
—Voy a intentar atraparlo en el puente, empujándolo contra la barandilla.
—Muy bien —me dijo Jesse—. Adelante.
En el momento en que entrábamos en el puente, di un volantazo y choqué con la parte trasera de la camioneta de Tennenbaum, que perdió el control y se dio contra la barandilla. Pero esta, en vez de sujetarlo, cedió y se cayó. No me dio tiempo a frenar.
La camioneta de Ted Tennenbaum cayó al río. Y nosotros, también.