Jesse Rosenberg

Viernes 25 de julio de 2014

Víspera de la inauguración

Faltaban veinticuatro horas para la inauguración. Progresábamos, pero aún nos quedaba mucho para cerrar la investigación. En las últimas veinticuatro horas habíamos descubierto que Jeremiah Fold quizá no había muerto de forma accidental, sino que podían haberlo asesinado. Los trozos de parachoques y de faros que recogió en su momento el agente especial Grace estaban ya en manos de la brigada científica para analizarlos a fondo.

También disponíamos, gracias al relato de Miranda Bird, cuyo pasado habíamos jurado mantener en secreto, de una descripción del hombre con el águila tatuada en los omóplatos. Hasta donde sabíamos, ni Ted Tennenbaum, ni el alcalde Gordon tenían un tatuaje así, y Cody Illinois, tampoco.

A Costico, que era el único en poder llevarnos hasta el hombre del espray de pimienta, no había quien lo localizase desde el día anterior. Ni en el club, ni en su domicilio. Sin embargo, tenía el coche aparcado delante de su casa, la puerta no estaba cerrada con llave y, al entrar, nos habíamos encontrado con la televisión encendida. Como si Costico se hubiera marchado corriendo; o como si le hubiera pasado algo.

Y, por si todo eso no fuera ya suficiente, tuvimos que ir a echarle una mano a Michael Bird, a quien el alcalde acusaba de haber proporcionado información sobre la obra a The New York Times, que había publicado esa misma mañana un artículo que ya estaba en boca de todos, en el que se describía con palabras poco elogiosas a los miembros de la compañía y la calidad de la obra.

Brown había convocado una reunión urgente en su despacho. Cuando llegamos, ya se hallaban allí Montagne, el mayor McKenna y Michael.

—¿Puede explicarme esta mierda? —le gritaba el alcalde Brown al pobre Michael en plena cara, mientras enarbolaba un ejemplar de The New York Times.

Intervine.

—¿Le preocupan las malas críticas, señor alcalde? —pregunté.

—¡Me preocupa que cualquiera pueda entrar en el Gran Teatro, capitán! —ladró—. ¡Es increíble! Hay decenas de policías controlando el acceso al edificio: ¿cómo ha podido entrar ese tío?

—La seguridad de la ciudad está ahora a cargo de Montagne —le recordó Anna al alcalde.

—Mi dispositivo es muy riguroso —se defendió Montagne.

—¡Riguroso! ¡Y un cuerno! —dijo Brown, irritado.

—Alguien ha tenido a la fuerza que dejar entrar a ese periodista —protestó entonces Montagne—. ¿Algún colega, a lo mejor? —dijo, volviéndose hacia Michael.

—¡Yo no tengo nada que ver! —afirmó Michael, muy ofendido—. Ni siquiera entiendo qué hago en este despacho. ¿Me ven ustedes abriéndole la puerta a alguien de The New York Times? ¿Por qué iba a echar a pique mi exclusiva? ¡Prometí no decir nada antes del estreno y soy un hombre de palabra! ¡Si alguien ha metido a ese cretino de The New York Times en la sala, habrá sido uno de los actores!

El mayor McKenna se esforzó en calmar los ánimos:

—Vamos, vamos, no vale la pena enzarzarse así. Pero hay que tomar medidas para que no vuelva a suceder. A partir de esta tarde, se considerará el Gran Teatro como zona completamente vedada. Se cerrarán todos los accesos y se pondrá vigilancia. Mañana por la mañana, se hará un registro completo de la sala con perros detectores de explosivos. Y, cuando los espectadores entren por la tarde, se los cacheará de forma metódica y pasarán por el detector de metales. Incluidas las personas acreditadas, lo cual incluye a los miembros de la compañía. Debe hacerse saber que solo se permitirá el acceso con bolsos de mano. No se preocupe, alcalde Brown, mañana no podrá suceder nada en el Gran Teatro.

*

En el Palace del Lago, en el piso que vigilaba la policía y en donde estaban las habitaciones de los actores, el revuelo había alcanzado su grado máximo. Los ejemplares de The New York Times pasaban de una habitación a otra, provocando gritos de rabia y desesperación.

En el pasillo, Harvey y Ostrovski leían fragmentos en voz alta.

—¡Me llaman «maniático» e «iluminado»! —decía, muy ofendido, Harvey—. ¡Y dicen que la obra no vale nada! ¿Cómo se han atrevido a hacerme esto?

—Aquí pone que La danza de la muerte es una «abominación» —exclamaba espantado Ostrovski—. Pero ¿quién se ha creído que es ese periodista? ¡Asesinar sin remordimientos el trabajo de un artista honrado! ¡Claro, es muy fácil criticar sentado en una butaca! ¡Que intente escribir una obra de teatro y entenderá la complejidad de este arte!

Dakota, encerrada en el cuarto de baño, lloraba a mares, mientras su padre, detrás de la puerta, intentaba calmarla. «Interpreta el papel protagonista en la obra Dakota Eden (hija de Jerry Eden, el presidente de Channel 14), que el año pasado empujó al suicidio a una de sus compañeras de clase tras acosarla en Facebook.»

En la suite de al lado, Steven Bergdorf también estaba en la puerta del cuarto de baño, golpeándola con el puño.

—¡Ábreme, Alice! ¿Fuiste tú quien habló con The New York Times? ¡Claro que fuiste tú! ¿Cómo habrían podido saber que el director de la Revista de Letras de Nueva York engaña a su mujer? Alice, ¡abre ya la puerta! Tienes que arreglarlo. Me ha llamado mi mujer hace un rato y está histérica, debes hablar con ella, hacer algo, no sé el qué, pero sácame de esta situación de mierda. ¡ME CAGO EN DIOS!

Se abrió la puerta de repente y Bergdorf estuvo a punto de caerse.

—¡Tu mujer! —vociferó Alice, llorando—. ¿Tu mujer? ¡Que te den con tu mujer!

Le tiró algo a la cara antes de gritar:

—¡Me has dejado embarazada, Steven! ¿También tengo que decirle eso a tu mujer?

Steven recogió lo que le había tirado. Era una prueba de embarazo. Se quedó pasmado. ¡No podía ser! ¿Cómo había llegado a eso? Tenía que hacer lo que había previsto cuando llegaron. Tenía que matarla.

*

Tras salir del ayuntamiento, volvimos a nuestro despacho de la sala de archivos del Orphea Chronicle. Miramos todos los datos que habíamos recopilado y pegado en las paredes. Derek, de pronto, cogió el artículo en el que Stephanie había escrito con rotulador rojo: «Lo que nadie vio».

Repitió en voz alta: «¿Qué es lo que tenemos ante los ojos y no vemos?». Miró la foto que ilustraba el artículo. Luego dijo: «Vamos para allá».

Diez minutos después, estábamos en Penfield Crescent, en donde había empezado todo veinte años atrás, la tarde del 30 de julio de 1994. Aparcamos en la calle tranquila y estuvimos un buen rato observando la casa que había sido de los Gordon. La comparamos con la foto del artículo: nada parecía haber cambiado desde 1994, a no ser las paredes, que se habían vuelto a pintar.

La casa de la familia Gordon era ahora de una pareja de jubilados muy simpática que la había comprado de 1997.

—Por supuesto que sabíamos lo que había pasado aquí —nos explicó el marido—. No les voy a ocultar que nos lo pensamos mucho, pero el precio era muy atractivo. Nunca habríamos podido comprar una casa de este tamaño, si hubiéramos tenido que pagar el precio real. Era una oportunidad que había que aprovechar.

Le pregunté entonces al marido:

—¿La disposición de la casa es ahora la misma de entonces?

—Sí, capitán —me contestó—. Hicimos una obra en la cocina, pero la distribución de las habitaciones sigue siendo la misma.

—¿Nos permite dar un vuelta?

—Faltaría más.

Empezamos por la entrada, ateniéndonos a la reconstrucción que figuraba en el expediente policial. Anna leyó el informe.

—El asesino rompe la puerta de una patada, dice. Se topa con Leslie Gordon en este pasillo y la mata; luego mira a la derecha, ve a su hijo en esa habitación, que es el salón, y le dispara. Después va hacia la cocina, en donde mata al alcalde antes de marcharse por la puerta principal.

Rehicimos el trayecto del salón a la cocina y, luego, de la cocina a las escaleras de la fachada. Anna siguió leyendo:

—Al salir, se encuentra con Meghan Padalin, que intenta huir corriendo, pero recibe dos balas en la espalda y una en la cabeza, para rematarla.

Ahora sabíamos que el asesino no había ido en la camioneta de Tennenbaum, como pensábamos, sino en otro vehículo, o a pie. Anna volvió a mirar el jardín y dijo de pronto:

—Bueno, pues hay algo que no encaja.

—¿Qué es lo que no encaja? —pregunté.

—El asesino quiere aprovechar la circunstancia de que todo el mundo está en el festival para actuar. Pretende ser invisible, silencioso y furtivo. Lo lógico sería que anduviera rondando la casa, que se colase en el jardín, que observase el interior por una ventana.

—A lo mejor lo hizo —sugirió Derek.

Anna frunció el ceño.

—Me dijisteis que aquel día había una fuga en uno de los tubos del aspersor. Todos los que pisaron el césped se empaparon los zapatos. Si el asesino hubiera pasado por el jardín antes de cargarse la puerta, habría metido agua en la casa. Ahora bien, en el informe no consta ninguna huella de pisadas húmedas. Tendría que haberlas habido, ¿no?

—Ese es un punto interesante —asintió Derek—. No se me había ocurrido.

—Y, además —siguió diciendo Anna—, ¿por qué el asesino usa la puerta principal y no la de la cocina, en la parte trasera de la casa? Probablemente porque no sabía que existiera esa puerta acristalada. Su forma de proceder es veloz, violenta y brutal. Tira la puerta abajo y se los carga a todos.

—De acuerdo —dije—, pero ¿adónde quieres ir a parar, Anna?

—No creo que fuera al alcalde a quien querían matar, Jesse. Si la intención del asesino era esa, ¿por qué arremeter contra la puerta de entrada? Había opciones mejores.

—¿En qué estás pensando? ¿En un atraco? Pero no robaron nada.

—Ya lo sé —contestó Anna—; algo no encaja.

Derek reflexionó también y miró el parque que había cerca de la casa. Se metió en él y se sentó en la hierba. Luego dijo:

—Charlotte Brown contó que, cuando llegó, Meghan Padalin estaba en este parque haciendo ejercicio. Sabemos, por la secuencia de los hechos, que el asesino llegó a esta calle un minuto después de que Charlotte se marchara. Así que Meghan seguía en el parque. Si el asesino sale de su vehículo para tirar abajo la puerta de los Gordon y asesinarlos, ¿por qué huye Meghan en dirección a la casa? No tiene ningún sentido. Debería haber huido en la dirección opuesta.

—¡Dios mío! —exclamé.

Acababa de caer en la cuenta. No era a la familia Gordon a quien querían matar en 1994; era a Meghan Padalin.

El asesino sabía cuáles eran sus hábitos y había ido a matarla. A lo mejor ya la había atacado en el parque y ella había intentado huir. Entonces se apostó en la calle y disparó. Tenía la seguridad de que los Gordon no estaban en casa aquel día. Toda la ciudad se encontraba en el Gran Teatro. Pero, de repente, ve al hijo de Gordon en la ventana, igual que lo había visto Charlotte un momento antes. Y entonces tira la puerta y asesina a todos los testigos.

Eso es lo que tenían ante los ojos desde el principio los investigadores y no había visto nadie: el cadáver de Meghan ante la casa. Querían matarla a ella. Los Gordon habían sido víctimas indirectas.

La desaparición de Stephanie Mailer
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml