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En donde se copia una de las muchas cartas que los altos mandos del ejército cruzaban en esos días con S. M.
A su majestad:
Le escribo para advertirlo sobre las trapacerías de Juan Antonio Renzo. Son embustes todo lo que trae. Ni se le vio en la batalla de Lepanto, ni sus renegados hicieron lo que en su nombre prometía. Le ha quitado unos papeles por temer que abusa de ellos. Mostafá genovés, renegado prisionero, recibió dinero de Renzo; pide se suelte a Mostafá, capitán de una galera (…)
V. M. conoce a J. M. Renzo y no sé si le tiene en la opinión que yo desde que le vi en Roma agora cinco años, y después que le he topado muchas veces en España y en Italia… no pude contenerme de no estar con él con alguna cólera por parecerme que era todo embustes lo que traía, y no le vi más hasta agora en Corfú, cuando volvíamos de Levante, y dice que se halló en la batalla, aunque yo no lo vi en ella, ni sus renegados hicieron en esta ocasión todo lo que él en su nombre prometía… antes el Marranca, para quien éste llevaba carta y grandes promesas de V. M., peleó contra nosotros, como los demás, y le costó la vida…
Fin de la dicha carta que acusa a Renzo de transa.
Pasaron los días, y María no se separó del tal Cervantes que ya no tuvo ni momento de cordura, ni tampoco el poco de salud necesaria para poder estarse de pie sin que lo desplomara la malaria.
Cuatro días pasaron en el purgatorio de Petatas. De ahí se dirigieron a Mesina, donde fueron recibidos con todos los honores y quedaron enganchados por el muy mal clima, que ahora la temporada se había soltado ya sin ambages.