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La verdadera o imaginada historia del artilugio de los malos poetas

Resulta que dicen que dijeron que cuando los amigos se enteraron de que los guardias iban tras el tal Miguel de Cervantes, y que lo que iban a quitarle era una mano, y entre las dos la derecha, los poetas maletes aquí dichos, por tenerlo por muy su amigo, tramaron un artilugio. Poca plata tenían, de modo que más echaron mano de la fábula que de la bolsa. Dicen que alguien dijo —y en nada me consta, pero aquí yo te digo lo que oí— que los poetas forzaron a punta de tretas al verdugo para que no le cortase en pública vergüenza la dicha mano derecha, que se fuese contra la izquierda, y que ya que lo habían convencido de esto —habiéndole amenazado con divulgar cosas nada hermosas de su muy hermosa hija— consiguieron unas cuantas monedas de la generosidad de las entonces muy ansiosas Cervantas. Que el verdugo, al ver las monedas, se dio por un poco pagado y sólo le lastimó, sin cercenársela, la dicha mano, apuntando frente a testigos que había hecho la labor que pedían en nombre del Rey, la de tomar al tal Cervantes, echarle el filo sobre una mano y expulsarlo de España.

Pero esto no me consta, dicen que es el artilugio de los poetas, porque aunque todos entre ellos se detesten, la verdad es que precian eso de escribir más que nada en el mundo y que no consideran a ninguna mayor desgracia que la de no tener con qué miembro tomar la pluma y echar a actuar la tinta. Te digo aquí de paso, niña, que son tan amigos de la copa como del tintero…

En que se termina de contar la posible fábula del artilugio de los poetas.

—Pero dejémonos de cosas que dicen los que dicen que las oyeron decir, y volvamos a las que yo oí decir de primera fuente. Entonces, María, en lo que estábamos: lo que dicen los poetetes de Cervantes. Que cuando vieron esa orden promulgada, tan terrible, como no tenían monedas las hermanas, ¡que según lo que aquí dijeron ni para eso sirven las Cervantas!, el dicho Miguel dejó Madrid, corrió a Roma, entró a servir al cardenal Aqua Viva, al que estos poetas también conocen. El cardenal tiene la misma edad que Miguel, y dicen que eran amigos íntimos en más de un sentido, no sé si mentirán; yo, como lo otro, al costo.

»Y ahora es soldado de la Santa Liga, con la mala suerte de que fue a contraer malaria. Así y todo participó en la batalla, anduvo aquí afuera, donde el grupo del esquife, ahí estaba aún cuando pasó el Uluch Alí a arruinarnos. Iba huyendo, pero al ver las naves de Doria se retrasó unos minutos para lastimarlo en alguna medida, son enemigos personales desde hace tiempo. Disparó repetidas veces contra la nuestra y siguió su curso. No tuvimos tiempo de hacerle ningún…

Alguien llamaba al aguador. Apresurado, da a María la porción del enfermo de malaria, y de inmediato la espalda para atender al siguiente y continuar propagando algunas de las muchas murmuraciones que ha oído, o bien oirá, fatigado de hablar, y escuchará una nueva maledicencia, que a su momento regará…

De haber seguido hablando, no hubiera podido decirle a María otras muchas cosas que nosotros querríamos saber de Cervantes, porque aún no le han ocurrido. Ni ha escrito El Quijote y sus novelas, ni ha sido esclavo en Argel o recaudador de impuestos en Granada, ni entonces excomulgado por la Iglesia por esto de recaudar para las galeras del Rey, ni llevado a la cárcel tres veces por sus malas cuentas y pésima suerte, que cuando le cuadraban los números, se iba a la quiebra el banco donde dejaba los dineros, a sus malas matemáticas debemos sumar su muy mala fortuna. Tampoco le habría contado cómo hizo llegar a su hija ilegítima a la casa de las Cervantas cuando murió su madre, ni cómo entró la niña como sirvienta y luego pasó a las filas de las mañosas. Ni que luego él casó en Esquivias, con mujer muy joven y con alguna dote, cómo vivió poco con ella y cómo padeció el infortunio de ser llamado cornudo. Por eso la casa de las Cervantas sirvió mejor a su nombre, porque él no sólo vivió de las ganancias de las damas, también proveyó de cornamenta al nido. El aguador no contó cómo el éxito de Lope de Vega desplazó a Cervantes de los escenarios españoles, cómo la gloria de Lope fue tanta que hasta el Rey y sus hijas jugaron a ser actores en una de sus obras, El premio de la hermosura, mientras la Loca —su amante en turno— rabiaba de ira por verse desplazada de la fiesta real. Ni cómo Lope y Quevedo y hasta Góngora atacaron a Cervantes. Ni cómo nadie se atrevió a escribir una sola línea sobre su El Quijote, por no llevarle la contra al papa literario que era Lope. Ni cómo fue que murió pobre, ni más etcéteras…

María la bailaora cargó con la cuota de agua de Saavedra, más un par de cuartillos extra que el aguador le diera por compasión, y regresó a su puesto adentro de los cajones de la crujía. Saavedra parecía dormir como un lirón en una propia y recién desencadenada tormenta, porque hablaba agitado sin parar, parecía estar a un pelo de convulsionar. ¿Qué decía? ¡Quién sabe! Hablaba tan rápido que seguro que es de Sevilla —pensó María—, a un sevillano hasta dormido se le notan sus gestos.

La otra mano de Lepanto
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