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Nota al margen, con letra muy distinta, escrita según resulta evidente varios años después
Igual habrían de morir estos tres: diferentes. Selim, el sultán perverso y buen poeta, envenenado por su propio puño: en completa ebriedad, empinó el frasco entero de la tinta negra que apenas le habían preparado, creyéndola ser vino, y, sintiéndose asfixiar, echó mano de otra que tenía guardada, de modo que terminó sus días retorciéndose envenenado de manera horrenda, que en los delirios de alcohol no permitió ninguno de los grandes médicos de su diván se le acercara, recibiendo justo castigo, porque su religión prohíbe el alcohol y porque distrajo su mandato en placeres, fiestas y ebriedades; Pío V, porque no quiso enseñar sus vergüenzas, que tenía una enfermedad de piedra que podían muy bien haberle curado, pero permitió que mejor lo comiera el cáncer antes que le tocasen y viesen sus partes púdicas; Felipe II, también algo joven, murió de remordimientos, que quien asesina a su hijo luego de haberle arrebatado su mujer y por esto enloquecerlo y empujarlo a herejías tales como el protestantismo, tiene sobrado motivo; y don Juan de Austria, en la flor de la edad, de almorranas (también las padeció su padre), víctima de un cirujano estúpido que, en la ausencia de su médico personal, el gran Daza Chacón, se las atusó como si mejor hubieran sido cabellos y al cercenárselas le provocó una hemorragia mortal. Y hay quien dice que no fue error de cirujano, sino voluntad criminal y que murió asesinado.
Fin de la nota al margen, escrita en un puño distinto y algo posterior al del resto.