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Pasa el franciscano guerrero
El 10 de enero del año de 1569, Cristóbal Molina, un fraile franciscano, con un crucifijo en la mano izquierda y la espada con una rodela en la derecha —que no sólo un don Juan de Austria, cuando ha sido condenado a la vida religiosa, siente el deseo de usar las armas—, los hábitos cogidos con una cinta, llegó con el resto de la tropa cristiana al Pasopuente de Tablate. A esas alturas de la guerra de las Alpujarras, los cristianos se creían vencidos, y en este lugar preciso estaban en efecto acorralados, que no había dónde más ir, ni encontraban salida para su muy dificultoso encierro. El fraile dicho, Cristóbal Molina, acomodando un tablón sobre un lodoso barranquillo, de manera que parecía insensata, saltó. Cuando todos esperaban verle caer, se admiraron de contemplarlo salvo en la orilla opuesta. Tras él saltaron dos soldados ordinarios. El primero, que no supo apoyarse con bien, como lo había hecho Cristóbal Molina, cayó, pero el segundo pudo seguirle el paso, y tras él lo hicieron los demás, sin que hubiera otras pérdidas.
Final del pasaje que atañe al franciscano y soldado.