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En que se cuenta cómo fue que María se llamó «el Pincel», el trayecto de la Santa Liga hacia Mesina, el mal clima, el enfado de Jerónimo, y las desesperanzas de María, para lo cual conviene evocar estas palabras de Cervantes:
Porque ya se sabe que la hermosura de algunas mujeres tiene días y sazones, y requiere accidentes para disminuirse o acrecentarse; y es natural cosa que las pasiones del ánimo la levanten o abajen, puesto que las más veces la destruyen.
María ha viajado en cinco barcos distintos. El primero fue para salir de Andalucía, el desafortunado que a los muy pocos días fue tomado por los corsarios berberiscos. El segundo fue el de estos corsarios, que la llevó a Argel. Al tercero lo abordó en cuanto pudo pagar su propio rescate, el de sus amigos y el de su «carga», para enfilarse de vuelta a Europa. Como las naves corsarias no pueden arribar a Nápoles, mudó de barco en un puerto pequeño en Sargel, donde exportan higos pasa. El cuarto, cargado de esa fruta, la depositó en Nápoles.
La galera real de Juan de Austria es el quinto, y este quinto sí es real. La galera es soberbia. La popa está tallada de delicadísima manera, los barandales recubiertos de hoja de oro y sobre su cuerpo entero hay innumerables pinturas y leyendas que guían, orientan, sirven de ejemplo moral como un libro abierto, hablan a don Juan de Austria con alegorías para auxiliarlo al desempeño de la gran empresa que todos esperan lleve a cabo. Así, la decoración de la galera real no es un simple adorno: las imágenes han sido ahí puestas para servir de ejemplo al capitán general, el generalísimo, el hijo bastardo de Carlos V. Cada una de ellas ejemplifica una virtud o exhibe una enseñanza que debe servirle de orientación y aliento para alcanzar la muy necesaria y deseada victoria. El autor de estos epigramas era Juan de Mal-Lara, hijo de Diego de Mal-Lara, pintor de no mucha fama, y de Beatriz Ortiz. Había nacido en 1527 en esta familia de gente honrada y de sangre limpia, naturales de Alcázar de Consuegra, de clase humilde. Estudió en Salamanca, vivió en Barcelona, ganó con su educación y mucha inteligencia tratos con la nobleza y los jerarcas de la Iglesia. En 1561 fue preso por la Inquisición, acusado por sus ligas intelectuales con algunos nada fieles a la correcta fe. Con este motivo escribió los siguientes versos a María de Hojeda, su mujer (una analfabeta con quien tuvo dos hijas, Gila y Silvestra), en un texto llamado «Psiche»:
¡Qué sufrimiento grande y qué cordura
mostró la fiel alma quando solo
estuve en aquel término de verme
sin hazienda, sin vida, sin honrra y alma,
de no ser ya en el mundo más entre los hombres!
La galera real es una nave que no tiene par en el mundo. Luego de haber sido armada en las atarazanas barcelonesas fue llevada a Sevilla para ser decorada propiamente. Los artistas que se hicieron cargo de ella, bajo la coordinación y el cerebro de Juan de Mal-Lara, fueron Benvenuto Tortelo, maestro mayor de Sevilla; Juan Bautista Vázquez, que se ocupó de las esculturas; y Cristóbal de las Casas, que se encargó de la decoración de la parte interior de la nave, el «revés» de los cuadros y figuras en relieve del exterior de la popa.
Don Juan de Mal-Lara, el escritor de la mayor parte de los epigramas y poemas que adornan la galera, también hizo poner ahí algunas traducciones suyas más o menos fieles de Ovidio, Horacio, Píndaro, Ateneo y Alciato, el fundador de la emblemática, a quien debe haber consultado seguido para agrandar o precisar el significado de las figuras. De Virgilio hay unos fragmentos del libro XVII de la Eneida, «Las fuertes Amazonas y su guía», donde utiliza con cierta frecuencia frases que es imposible encontrar en el original, o en las que cambia de tal manera el orden que resulta no haber manera de identificarlos, como: «Por otra parte, Nilo está afligido, / extendiendo sus senos, y llamando / a escoger en sí al pueblo vencido, / por sus secretos ríos…», etcétera.
Como ya dije, hubo desde el principio la voluntad de que la decoración de esta nave estuviera reservada a imágenes que sirvieran de ejemplo al capitán general; cada una personifica una cualidad, una virtud o una enseñanza. El primer epigrama es a Tetis, en el lugar más honroso de la nave, porque representa la victoria. La prudencia en Argos con sus cien ojos. Hércules y Diana con el can para significar el entendimiento y la razón. Prometeo, el águila está royéndole el corazón para significar que al capitán le han de combatir siempre altos pensamientos. Ulises, para ayudarlo a recordar que no debe escuchar jamás las sirenas de los aduladores porque las mentiras y las adulaciones destruyen a los mejores príncipes. En los platos tallados en las bancazas está representado un cisne para señalar la navegación próspera, una liebre para dar a entender la necesidad de la vigilia, la palma por la victoria, almendras verdes y aceitunas por la parsimonia y frugalidad antiguas, la continencia y la templanza, la limpieza y la castidad. En la cuarta bancaza, que Mal-Lara llama lechera (porque don Juan duerme ahí —hace el lecho— muchas veces), están espléndidamente pintados seis servicios de pescado: el primero es una anguila, el segundo un erizo, el siguiente un pulpo, el próximo un lenguado en escabeche, que significa otra vez el silencio, lengua-silencio; sigue la jibia, que deja tinta atrás de sí para saber huir, y tras ella las ostras, significando que es imprescindible mantenerse en el punto medio. En el tendal están escritos los epigramas que proponen ejemplos de gloria militar: Minos —la cordura—, Jasón —el atrevimiento—, Temístocles —los consejos—, Duilio —el valor—, Pompeyo —la grandeza—, Augusto —la majestad—, Rogerio de Sicilia —la determinación—, Roger de Lauria —la astucia—, Jaime I de Aragón —la buena intención—, Alfonso X —la prudencia—, Andrea Doria —la disciplina—, y por último el padre de don Juan de Austria, Carlos V, representando a todas las virtudes reunidas. El tendal que hay a la entrada de la cámara real simula la bóveda celeste y en ella representadas siete artes: gramática, lógica, retórica, aritmética, música, geometría y astrología. Están los signos del zodiaco, porque en cada uno de ellos hay algo que aprender, las constelaciones, los lemas, sentencias, algunas de Cicerón, otras de la Biblia y otras del propio Mal-Lara, que sería muy sabio pero no era demasiado gracioso. No abrumaremos aquí con la descripción de los emblemas, extraordinarios dibujos y talladuras y representaciones de la dicha nave. El unicornio, los ocho vientos, Mercurio, Neptuno y el Tiempo en sus respectivos carros («El tiempo es el que trae consigo la ocasión de obrar»), Argos, Palas, un rinoceronte ante un elefante («El rinoceronte es un animal que jamás huye de su enemigo, lucha hasta vencer o morir»), Diana, los signos celestiales, relojes e instrumentos que miden el tiempo, ramos de palma y ciprés, una lechuza, una cigüeña, un gavilán, una cabeza de león, un galgo, Eneas, Pegaso, una esfinge, un mancebo sobre un delfín, Némesis, el águila dicha («Gobierna sobre los otros»), la cigüeña («Defensa de las acechanzas»), la lechuza («La victoria»), el gavilán («Símbolo del hombre, a quien Dios dejó en libertad para que procurase su salvación y la de los demás»), y una bandada de grullas («Representan el orden y la vigilancia de noche y de día»). El guerrero y el gobernante encontrarán en la Real aviso en relación a todas las virtudes necesarias para acometer sus tareas.
María se hará cargo de conservar en las pinturas y los lemas los detalles de todas sus primuras. Vestida de varón, lleva en la mano pinceles finos. Colgados al cuello trae una cajeta pequeña de madera con la pintura ya preparada, más dos frascos con los líquidos necesarios para disolver y conformar sus colores.
El barco lleva dos capellanes, el padre Rodríguez, jesuita para el que trabaja el cómplice de María, y un capuchino que pasa el día rezando y tomando siestas alternativamente, un hombre algo insignificante. Don Juan de Austria le tiene aprecio porque confunde su imbecilidad y estulticia con santidad. El capuchino no conoce pasiones ningunas, ni siquiera la tan común del dinero, de la que nadie parece escapar excepto este hombre y el Papa Pío V.
Es el quinto viaje en mar de María, pero en el momento en que soltaron amarras y el imponente bosque comenzó a menearse, agitando los remos para alcanzar al viento, el corazón de María sintió el sabio temor del mar. Recordó uno de los cuentos de su padre y lo comprendió con simpatía: