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Posdata

Estamos varados por el mal clima, a mis ojos que llevamos aquí ya mil días. Amigo mío, Avendaño, ¡con decirte que suspiro por mirar de nuevo los muy sin gracia Peloritanos!, que, aquí te explico, son los montes que guardan y protegen a Mesina en la isla de Sicilia, donde unos enfadosos piratas de Cumas fundaron su Zancle, ¡y Zancle yo creo que le pusieron porque ninguna gracia le vieron al sitio!… Ahí donde nuestras tropas fastidiadas desgastaban los días en rencillas. Ahí quiero volver, ¡vernos otra vez metidos en ese hoyo, comparado con lo que habemos me parece un paraíso!

Para detener las dichas rencillas, Veniero hizo ahorcar a justos y troyanos, esto es a españoles y venecianos, que una grande se armó por culpa de un bañista español de nombre Alvarado. Se bañaba, como digo, lo insultaron de la manera más grosera unos italianos, incendiándole la sangre. No pudo vengarse ahí mismo, pero los siguió a la galera, ahí entró a dar de furibundas cuchilladas, porque la verdad es que había perdido el seso…

La que se armó. Los españoles, sabes, no somos nada queridos fuera de casa, y en Mesina, cuando se alborotaron las aguas, la tirria al español llegó al ridículo. Hubo un ir y venir de cuchilladas, y aquello parecía terminaría en un mar de sangre. Luego un muchacho comedido, al que llaman el Pincel, afable y siempre sonriendo fue hablando con uno y dos y tres, los cabecillas de los que más se revolvían, y consiguió traer serenidad, mientras sobre sus cabezas bramaban don Juan de Austria y el Veniero, y hasta Doria se metió aquí, que se dice que fue atizado por su impertinencia, que Veniero se atrevió a ahorcar al español, yo no lo sé.

El muchacho ridículo (o, como le dije, «comedido», que el uno rima con el otro), recordarás, es el mismo que demostró ser un maestro de la espada en la Real, y para mayor sorpresa ser María la bailaora. No ha dejado la Marquesa sino por un momento, que la hizo llamar el mismísimo don Juan de Austria.

Pero ¿cómo me atrevo a ponerme a contarte aquí cosas? ¡Vieras, Avendaño, el espectáculo que me rodea! Nada peor nunca he visto, amigo. Esto no quiero dejarlo escrito aquí porque no sueño sino con que desaparezca. ¿Por qué lo he de dejar fijado en tinta?

La otra mano de Lepanto
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