20

Vuelta a la falsa rubia

Si algún momento encontramos, volveremos a la historia de Alonso; ahora debemos regresar adonde hemos quedado suspensos. Puede que nuestro hombre sea tan sordo como Alonso, porque no le echa encima alguna cosa arrojadiza para hacerlo silenciar. Sigue con la falsa rubia sujeta del cabello. La ha llevado al centro de la oscura habitación. Ahí le pide, con ese tono con el que parece exigir todo: «¡Baila!, ¡finge que me bailas como María la bailaora!».

—¡Otro! —grita la ebria—. ¡Otro! Uno más y prometo despeñarme de la torre más próxima que puedan alcanzar mis botines… ¿Qué tanto le ven a esa bailaora, para mí que bien flacucha?

—¡Baila! —le grita ordenándole nuestro hombre, irritado por sus «estúpidos» comentarios.

Un grupo de antorchas provenientes de la calle pintan en un ángulo de la pared las celosías de los balcones del cuarto vecino. Los trazos iluminados bailan. El brazo de la guitarra se ilumina por un momento. El músico abre los ojos, ve la puerta abierta al cuarto vecino, y ve la habitación, vacía. En la que se encuentran no hay más muebles que la banca de piedra al lado de la puerta, ahí donde el músico se sienta.

La luz proveniente de la calle se desplaza hacia el centro del cuarto, donde la rubia se revuelve adentro de sus revueltas ropas, echa a un lado las caderas, las mueve al otro, tuerce el talle, tira hacia atrás el cuello como queriendo zafarse de su cabeza, zarandea el torso, agita la testa. Nuestro hombre la ha vuelto a coger del cabello, alza el brazo para tenerle alto la cabeza. Las antorchas de la calle los iluminan. La rubia se alza la falda, el músico rasga más fiero las cuerdas y cierra los ojos, mientras que la mujer toma la otra mano de nuestro hombre, la guía a su talle, y mete la propia en las calzas del hombre, bajándoselas.

El hombre toma a la falsa fea rubia en vilo, da tres pasos, traspasa la puerta por donde ha entrado la luz de las antorchas. A un lado de la puerta hay una cama y ahí tira a la mujer, soltándole por fin el cabello. Se arroja sobre ella, y sin ceremonia alguna, que mayor no podría ser su erección, nuestro hombre la penetra en agitada prisa violenta, vuelve a tomarla de los cabellos teñidos, con rápida desesperación, buscando eyacular. Uno, dos, la toma del talle y la entra y la saca. En la pequeña habitación de al lado, Alonso rasga y rasga las cuerdas, los ojos bien cerrados, sin pensar. Nuestro hombre, en medio de su agitación, está frío: golpe, golpe, da otro golpe con las caderas, golpe. Ruge diciendo «¡Baila!». Nuestro hombre le aplaude así a María la bailaora, vino a aplaudirle a esta oscura habitación, vino a aplaudirle haciendo de todo su cuerpo una palma, y es la rubia teñida la otra contra la cual golpea. ¡Dale, dale! Menos de una docena de aplausos, y nuestro hombre eyacula sin mayor placer, le disgusta aplaudir mecánico y frío contra el cuerpo de esta falsa fea. Apenas surte de él su eyaculación, sus manos sueltan a la falsa rubia. Se incorpora, le da la espalda. Se levanta de la cama y se faja. Escucha la no música del guitarrista y le espeta: «¡Cállate, muchacho!, ¿qué es eso que rasgas?». Gira, la mujer sigue tendida en el lecho. La toma de nueva cuenta de los falsos rubios cabellos, y le tira de ellos y de las revueltas ropas, empujándola y jalándola hacia afuera de la habitación del fondo y de la que ocupa el músico, esperándolos con los ojos bien pelados. Sale con ellos dos a la calle, cierra tras de sí el candado, regresa sus pasos, y al llegar a la esquina donde se unen la calle Toledo con vía Margherita, suelta a la rubia con ascos, le pone dos monedas nuevas en su laxa palma y le da una más pequeña al también falso músico. La rubia se desploma en un escalón al pie de la entrada de una taberna y ahí se queda, muda, inmóvil, ebria, como una muñeca maltratada. El joven Alonso se sienta a su lado, pone la guitarra frente a su vientre y comienza a golpearla de las cuerdas, fuerte, fuerte. ¡Qué arte el suyo!

La otra mano de Lepanto
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
cita.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
autor.xhtml