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Donde se describe la isla de los galeotes
Un día que María caminaba por las calles de Argel, un hombre con un enorme turbante color naranja la atajó, diciéndole en perfecto castellano: «Conque tú eres la que buscas a tu padre, que dicen está en las galeras. Yo sé dónde llevarte a buscarlo y doy casi por hecho que deberá estar ahí, si es gitano y fuerte y listo, como se dice. Hay una isla no muy lejos, donde han encontrado refugio miles de galeotes escapados, huidos, los que han sobrevivido a un naufragio, los que pudieron limar las cadenas y dejar de bailar al son del látigo del cómitre, los que escaparon del incendio, el que rompió en silencio y con perseverante paciencia el banco que lo sostenía, el que sobornó al socómitre, los que en la desesperación asesinaron al cómitre y al capitán. Viven juntos y, temiendo la justicia, no se atreven a salir a ciudad conocida. Viven en esa isla más que por el miedo a ser encontrados y vueltos a levantar para el remo, porque han hecho costumbre su infierno. Un infierno que no tiene su parte más abominable —el horror del remo, la vida atada a una cadena—, pero en el que continúan hacinados hombres con hombres, sin formas, ropas, costumbres, y sin mujeres. Ninguno quiere ser rescatado y no hay a quién pagarle rescate por ellos. Veneran como dios a unos animales repugnantes que pescan sin mayor esfuerzo. Celebran para estos bichos extrañas ceremonias que quieren hacer semejar misas y luego se los comen, sin guisarlos ni hacerlos pasar por el fuego.
Dicen que se han hecho de oro en cantidades grandes, pero no quieren ni gastarlo ni contarlo. No visten ropas y no parece importarles enseñar sus vergüenzas. Como en la galera, se quedan sentados donde mismo hacen sus necesidades, su isla hiede peor que las de los pájaros.
¿Quieres que te lleve a ellos? Yo te llevo, bailaora, y ahí buscas tú a tu padre. Me dices si quieres».
Fin de la breve descripción de la isla de los galeotes.