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Las palabras de Farag Aben Farag, tal como quedaron entonces guardadas por la memoria de los suyos

«María, tu maestro te ha enseñado todo lo que él podría hacerte saber. Felicito a los dos, a Yusuf por haber sido tan buen maestro y tan generoso, y a ti, que incluso aventajas al mejor.

Tu vida en Granada, hermosa María, nunca va a ser vida suficiente. Estarás siempre escondida y, como todos nosotros, bajo la sombra de una guerra cruel. Tu gente ha salido de aquí, los que te apreciamos somos a diario amenazados. Hemos buscado cómo conservar el legítimo derecho a nuestra tierra; siete siglos han vivido aquí los nuestros y deseamos que puedan hacerlo nuestros nietos y los hijos de nuestros nietos, porque ésta es nuestra tierra. María, tú no puedes quedarte aquí, he pensado un viaje en todo bueno para tu persona y que sería beneficio para nosotros los moros de Granada.

Los cristianos echaron de esta tierra a los judíos, a los gitanos, y ahora quieren hacer lo mismo con nosotros. Algunos de los nuestros preparan un alzamiento armado para protegernos de las presentes vejaciones y la futura expulsión. Estoy convencido de que esto no valdrá de gran cosa, a lo sumo retardará nuestra salida, porque no podremos pasar los siglos en pie de guerra. Ésta es nuestra tierra, nuestra más que de los cristianos, que nuestros gobiernos son los que supieron construir en Granada toda forma de riqueza, la seda, los canales de riego, la aceituna y el aceite. No quiero la guerra, pero no porque le tenga miedo, soy tanto un hombre de Letras como de Guerra. Creo que debemos estar armados y prepararnos para protegernos, sin duda, pero que tenemos que encontrar una manera pacífica de hacernos valer como los legítimos dueños de esta tierra nuestra. Hemos urdido una estrategia diferente a la de nuestros amigos que, con el favor de Alá, nos asegurará Granada. Hemos de probar que uno de los nuestros trajo aquí la fe en Jesús, y que lo hizo obediente al mandato de la madre de su Cristo.

Hemos escrito con mucho cuidado y respeto a la verdad —que la verdad es que Granada es nuestra tierra— unos textos donde queda comprobado lo que digo. Los haremos pasar por antiguos, enterrándolos en puntos clave, acompañados de eso que los cristianos llaman reliquias. Ya está hecho un primer volumen, escrito y grabado sobre hojas de plomo, porque como estos libros serán nuestra mejor espada, los hemos forjado como armas, embelleciéndolos de la mejor manera. En él se cuenta que san Cecilio, que era moro, trajo a esta península la palabra de su profeta Jesús. Es el Evangelio de san Barbabás. En su lengua y su aspecto convence, parece un libro antiguo.

Necesitamos ahora que la revelación se haga pública de la manera más notoria. Lo haremos así: tú llevarás el libro a Famagusta y lo enterrarás al lado de los cimientos de la torre de la iglesia o convento que allá te indiquen nuestros amigos. Luego, lo encontrarán albañiles que harán reparaciones. El volumen fue terminado en el taller de Geninataubín y lo tenemos celosamente guardado, fuera de este barrio, con amigos. Tú, María, vas a ser nuestra embajadora en Famagusta. Tú llevarás el libro. Tú lo esconderás. Tú lo harás encontrar, convencerás a quienes consideres pertinente que lo hagan. Vas provista de tu baile, tu belleza, tu espada y tu fe en que ésta es nuestra tierra, la de tu gente, la de nosotros que somos los tuyos. Por nuestra parte, haremos aparecer en Granada otros de estos libros sacros. ¿Te queda claro?»

Farag estalló en un acceso de tos muy acusado. De inmediato varias mujeres entraron corriendo a socorrerlo. Su tos no paraba. Alguien habló a María: «Se pone así desde que estuvo la última vez enfermo, si se emociona por algo demasiado. Retírate, María, déjalo descansar, está muy agitado». Atrás de la explicación, seguía la tos de Farag, y alguna voz diciendo: «¡Se nos ahoga, se nos ahoga!».

Fin de las palabras de Farag.

La otra mano de Lepanto
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