SACRIS, SAMPEDBO
SAMPEDRO. ¿Qué me quieres?
SACRIS. Oye. Sor Simona me inspira un respeto profundo, casi supersticioso... Hay momentos en que llego a creerla criatura sobrenatural.
SAMPEDRO. Lo mismo me pasa a mí. Cuando la miro se me encandilan los ojos; pareceme que veo su cabeza coronada de luces...
SACRIS. Sí, sí... como las cabezas de los santos. (Bajando la voz.) Pues verás. He hablado con los tres caballeros que andan por aquí custodiándola con sigilo a distancia.
SAMPEDRO. Ya, ya. Esos que Natika llama los dos arcángeles y el apóstol Santiago.
SACRIS. Precisamente, el apóstol Santiago en la figura corpórea de don Salvador Ulibarri, me ha dicho...
SAMPEDRO. (Secreteando.) También a mí me dijo...
SACRIS. ¿Qué...?
SAMPEDRO. Yo no hice caso, dilo tú. A mí me da mucho miedo andar en conversaciones con arcángeles, apóstoles y señoras en olor de santidad..., porque yo me malicio que detrás de estas figuraciones suele andar el demonio.
SACRIS. (Vivamente, tapándole la boca.) Cállate; aquí no hay demonios.
SAMPEDRO. Pues dime tú lo que hablaste con el del caballo blanco, don Salvador Ulibarri.
SACRIS. Los tres me dijeron que preparáramos el ánimo de Sor Simona para que consintiese en dejarse llevar por ellos a Logroño, donde está la comunidad.
SAMPEDRO. Eso mismo me dijo a mí el señor Clavijo; pero yo no me atrevo... Eso tú, Sacris, que tienes más autoridad y más...
SACRIS. Pues yo, hablando con franqueza, digo y sostengo que no debemos consentir que esos señores se la lleven; la santa es nuestra, es un don del cielo concedido a la causa que defendemos, es...
SAMPEDRO. (Oyendo pasos en el fondo.) Espérate. Alguien viene... Es ella. (Abrése la puerta del foro. Aparece Sor Simona, tranquila, risueña, con el completo atavío de Hermana de la Caridad. Detiénese un instante en el marco de la puerta. La actriz cuidará de dar a la figura toda la idealidad que la caracteriza.