Los mismos y ZENÓN DE GUILLARTE. Entra en escena por el fondo, hablando a los aires, y ayudando su monólogo con discreta acción de la mano derecha. Esconde la izquierda en la solapa. No repara en sus amigos, que le miran sin asombro y le oyen risueños.
ZENÓN.- Y si es ley inconcusa que la Naturaleza tiene horror al vacío, no lo es menos que esa misma Naturaleza se apresura a llenarlo, así en las magnitudes del Universo como en las pequeñeces de la existencia individual... Yo sostengo, y lo probaré cuando se quiera, para que los más incrédulos se penetren de estas verdades; yo afirmo y demuestro que el derecho a la vida será una vana fórmula si no lo consagráis con la equitativa distribución del riego monetario...
ROSAURA.- ¡Eh, somnámbulo... que estamos aquí!
ISMAEL.- Zenón de Guillarte, ¿no ves a tus amigos?
ZENÓN.- (Como quien ve y no ve.) Ya os he visto.
ALFONSO.- Del riego monetario tratábamos aquí.
ZENÓN.- (Fijándose vagamente en ellos.) Alfonso, Rosaura, Ismael, borregos del rebaño de la paciencia, tengo el honor de saludaros...
ISMAEL.- Te escuchamos como a la propia Sabiduría.
ZENÓN.- Digo que si mi tío, hermano de mi buena madre... (Señala el retrato.) vedle allí... si mi tío ilustre, don Hilario de Berzosa, primer marques de Tobalina, designó por heredera de sus cuantiosos bienes a su dignísima esposa... (Señala el retrato.) vedle qué guapetona y elegante... encargándole que mirase por todos los parientes de él y de ella; si la antedicha señora... contemplad la serenidad de su rostro... no se muere sin distribuir entre los afines su colosal riqueza, tocándome a mí un puñado de valores mobiliarios, que suben a sesenta mil duros, yo debo estar muy agradecido a mi señora doña Juana y a mi señor tío don Hilario.
ALFONSO.- Pero, di, Zenón, ¿agradeces dormido o despierto?
ISMAEL.- Este ve en sueños mundos rosados.
ROSAURA.- Nosotros tenemos paciencia; él, no.
ISMAEL.- Nosotros trabajamos; tú haces vida de club.
ALFONSO.- Abandona su voluntad a la embriaguez vesánica en la sala del crimen.
ROSAURA.- Se da vida de príncipe: viste con lujo, come a lo grande.
ISMAEL.- Y en su incorregible manía de grandezas, alterna con duques y millonarios...
ZENÓN.- Alterno con mis amigos de toda la vida. ¿Qué culpa tengo de haber nacido en cuna de plata sobredorada, por no decir de oro?
ROSAURA.- Es latón que se empeña en parecer plata.
ZENÓN.- ¿Queréis que me dedique a fabricar cestas o escobas, a pegar carteles o a vender cerillas? No; no he nacido para menesteres bajos. Dadme dinero, y lo multiplicaré sin abandonar mis hábitos de gran señor... Que me anticipe doña Juana el capitalito asignado en su testamento, y yo haré maravillas... me dedicaré a la granjería, que estimo más provechosa y, si me apuran, más apropiada a la moral incierta de estos tiempos; cultivaré la honrada, la santa usura, contra la cual hemos dicho mil denuestos los que fuimos sus víctimas.
ISMAEL.- No va descaminado. Rómpase la tradición sentimental.
ALFONSO.- Su paradoja es humorística, y encierra un fondo de venganza lógica.
ZENÓN.- Devorado por la terrible usura, me vuelvo a ella y le digo: «Yo, tu víctima, seré ahora tu amigo. Monstruo, ante tus altares me inclino y de tu Corte quiero ser cortesano. Devuélveme, ¡oh vampiro mío!, la sangre que me chupaste».
ROSAURA.- ¡Qué atrocidad! Pero ¿tomáis en serio estas aberraciones?
ZENÓN.- (Vuelvese hacia el retrato de DON HILARIO y habla con él como con una persona viva.) Desde la mansión de los justos, donde mora, mi noble tío me sonríe, me felicita, me aplaude. ¿Verdad, amado señor, que gozarás viéndome seguir tu huella gloriosa? ¿Qué hiciste tú en tu fecunda vida más que practicar la dulce usura? (Encarándose con el retrato de DOÑA JUANA.) Y vos, señora dulcísima ¿me negaréis que sois la mayor y más sublime usurera?
ROSAURA.- ¡Eh, Zenón, hasta ahí podían llegar las bromas!
ZENÓN.- Miradla. Me sonríe cariñosa. Afirma con la cabeza.
ROSAURA.- No sonríe, no dice sino que eres un farsante.
ZENÓN.- Ha dicho que sí con la cabeza. Sed testigos, Ismael y Alfonso. (Estos ríen.) Y se ha reído al dar la cabezada. (Habla con el retrato.) Vos, noble dama, tenéis una bendita hucha que llamáis caridad, beneficencia, donativos de piedad y devoción, amparo a los parientes menesterosos. En esta hucha soberana vais poniendo cada día partículas de vuestras copiosas rentas... Queréis juntar así un inmenso capital de gloria. ¿No es esto una imposición de fondos a interés compuesto, un Montepío de la Bienaventuranza eterna?
ISMAEL.- Confiesa, Zenón, que eres sacrílego.
ROSAURA.- ¡Tonto! Maldita gracia me hacen a mí esos desatinos.
ZENÓN.- La misma gracia me hace a mí ser pobre... (Óyense por la derecha acordes lejanos de órgano.)
ROSAURA.- Avanzada está la función en la capilla. Pero aún falta mucho para que concluya. (Impaciente, se levanta.) ¡Y yo aquí, con tanto que tengo que hacer en mi casa!
ALFONSO.- ¿Te vas? A doña Juana le sabrá mal que no pases a la capilla.
ROSAURA.- Y tú, ¿por qué no vas?
ALFONSO.- Porque en ese acto piadoso estoy representado por mi mujer y mis hijos.
ROSAURA.- ¿Está ahí Clementina? Pues no me voy sin verla. Acompáñame, Alfonso. Nada pierdes con que doña Juana te vea en su catedral casera. (A su marido.) Ismael, ¿te quedas?
ISMAEL.- Luego iré. (Entra ROGELIO por la derecha, puerta de la capilla.)
ROSAURA.- Rogelio, ¡qué aparición! ¿Vienes de la capilla?
ROGELIO.- (Restregándose los ojos como luchando con el sueño.) Vengo huyendo del fastidio. Me espantaba la idea de quedarme dormido frente a...
ROSAURA.- Frente a doña Juana; dilo.
ISMAEL.- Ahora empezará a plática.
ROSAURA.- (Irónica.) Pues Alfonso y yo queremos oírla.
ALFONSO.- (Resignado.) Vamos. (Vanse ROSAURA y ALFONSO hacia la capilla.)