ROSARITO, que durante la anterior escena fingía dormir, y espía la salida de su madre. Cuando la siente salir, alza la cabeza y escucha.
ROSARITO.- Se fue... sí... la siento en el comedor... ¡Qué miedo tan horrible cuando se arrodilló aquí, y me besó la frente, las manos...! Creí morirme. ¡Qué ansiedad! (Se va incorporando.) ¡Si se le ocurre entrar la mano aquí, (En el seno.) y quitarme mi libro...! (Tocándose el pecho con mucha inquietud.) No, no... aquí está. (Besa el librito, y después lo abre.) Y la carta... aquí está. Se me ha olvidado la hora. ¿Decía las diez, las once? (Corre al otro lado, y a la luz de la lámpara lee:) «Las doce», dice las doce. Lo demás me lo sé de memoria. (Repitiendo la carta.) «Tu madre no cede... Quiere huir contigo... Antes huiremos nosotros de ella... Ten valor... Espérame...». (Mirando consternada a las puertas y a la ventana.) ¿Pero cómo saldré, Dios mío...? ¡Imposible...! Mi madre no duerme... (Escuchando por la derecha.) Desde aquí la siento echando llaves... llaves... Hasta esta noche, nunca me fijé en el sinnúmero de llaves que tiene esta casa. (Escuchando otra vez.) Y cerrojos, y cadenas... Cárcel es esto, panteón, no sé qué... Sospecho que mi madre ha dispuesto partir de Orbajosa... (Espantada.) ¡Oh! no, yo no... Con ella no... Aquí le espero... Él sabrá cómo entra, y cómo salimos... (Con gran confusión y aturdimiento.) Arde mi cabeza... Me vuelvo loca. (Tocándose el corazón.) ¡Qué opresión aquí! Parece que la vida se me acaba... ¡Valor! Hay que tenerlo a todo trance, aunque después me muera. (Dirígese a la reja de la izquierda.) Por esta reja he de ver si aún rondan la calle Remedios y Cristóbal... (Después de observar un momento.) No veo nada... En la huerta, todo es tinieblas y un silencio de Camposanto. (Vuelve al proscenio.) ¡Oh, Dios mío, no me abandones! (Dirígese al altarito.) Y tú, madre mía, ábreme un camino en esta soledad pavorosa, (Se arrodilla: aparece DOÑA PERFECTA por la derecha, y avanza cautelosamente, sin que su hija la vea.) aliéntame con tu mirada, envuélveme en tu manto... Y vosotros, angelitos que estáis a sus pies, prestadme vuestras alas... (Siente la proximidad de su madre, y dando un grito de terror, se vuelve hacia ella.) ¡Ah!