Dichos; CABALLUCO, DON JUAN TAFETÁN, que vienen por la casa, puerta segunda derecha.
DOÑA PERFECTA.- (Adelantando a su encuentro.) ¡Oh! aquí tenemos al guapo de Orbajosa, Cristóbal Ramos... Pepe, aquí le tienes; un bruto que sabe ser héroe, hoy terror de los ladrones, perseguidor de los malos, bueno como el pan de picos, la miga blanda, la corteza dura.
DON INOCENCIO.- Es el célebre Caballuco de la leyenda...
PEPE REY.- De la guerra civil, ya.
CABALLUCO.- El señor ya me conoce.
PEPE REY.- Sí, nos encontramos en el camino cuando yo venía. ¡Ah! gallardísima figura la de usted a caballo... Yo dije que me parecía usted un Centauro.
CABALLUCO.- ¿Y qué es eso?
DON INOCENCIO.- Monstruo mitológico, mitad hombre, mitad caballo.
CABALLUCO.- ¡Ya!...
PEPE REY.- Y recuerdo, sí, haber oído algo de sus hazañas... como cabecilla o guerrillero.
DOÑA PERFECTA.- Hoy tienes al héroe convertido en un vulgarísimo portador del correo...
PEPE REY.- Por muchos años.
DOÑA PERFECTA.- (Presentándole.) Don Juan Tafetán, amigo de casa, solterón empedernido, Tenorio jubilado.
PEPE REY.- Celebro mucho...
DON JUAN TAFETÁN.- No haga usted caso, señor don José... ¡ji, ji! ¿Y qué? ¿Tendremos el gusto de verle aquí mucho tiempo?
PEPE REY.- Puede que sí. He venido a un asunto de familia. Además, el Gobierno me ha dado una comisión...
DON JUAN TAFETÁN.- ¡Ah!...
PEPE REY.- Estudiar la cuenca del Nahara, para un trazado directo entre esta ciudad y el valle de Rejones.
DON JUAN TAFETÁN.- Pónganos usted en comunicación con el valle de Josafat, y estaremos más en carácter... ¡ji, ji!...
CABALLUCO.- Pues yo... con perdón, no venía de visita, sino por hablar con la señora...
DOÑA PERFECTA.- Luego hablaremos. Toma una copa.
CABALLUCO.- (Tomando la que le sirve DOÑA PERFECTA.) El señor sobrino de la señora, a quien yo quiero como a mi madre, me tiene a sus órdenes, y si cuando se marche teme algún mal encuentro por esos caminos de Dios...
PEPE REY.- No pienso marcharme.
DOÑA PERFECTA.- En el supuesto de que te marches, hombre...
JACINTITO.- Sí, y como anda por ahí una partidilla...
CABALLUCO.- Pero yendo el señor conmigo, no hay cuidado.
PEPE REY.- ¿Con qué partidas...?
DON JUAN TAFETÁN.- No se asuste usted; es el fruto de la tierra, como los ajos, ¡ji, ji!...
PEPE REY.- Verdad que mientras no se acabe la guerra civil, no hay territorio seguro.
CABALLUCO.- Buenos muchachos. No les he podido contener. Es el odio a las contribuciones, al Gobierno, a ese maldito Madrid, que no nos manda acá más que gente perdida... mejorando... Con usted no va nada.
PEPE REY.- Gracias.
DOÑA PERFECTA.- Todo ha sido por la amenaza del Gobierno de mandarnos tropas, que ninguna falta nos hacen.
ROSARITO.- (A DON INOCENCIO.) ¡Qué cargante es esto de la guerra!... partidas por aquí, soldados allá.
DON INOCENCIO.- Dios permite la guerra...
ROSARITO.- ¿Cuándo?
DON INOCENCIO.- Cuando desea que los hombres amen la paz.
PEPE REY.- (Formando grupo, a la derecha, con TAFETÁN y JACINTO, mientras CABALLUCO y DOÑA PERFECTA pasan al otro lado.) En vez de andar a tiros por ahí, más cuenta les tendría labrar bien sus tierras...
JACINTITO.- Es que Orbajosa, señor don José, es pueblo de muchísimo orgullo, de muchísimo tesón... Siempre que defendió una causa con las armas, dio mucho juego esta dichosa tierra del ajo. Y ahora parece que el Gobierno, al mandar soldaditos, la provoca, la reta...
PEPE REY.- No es reto; es precaución.
DON JUAN TAFETÁN.- ¡Bah! No correrá la sangre al río. (Siguen hablando.)
DOÑA PERFECTA.- (A CABALLUCO, en el otro lado.) Harías bien en contener a esos locos que se han lanzado a los caminos.
CABALLUCO.- Dejarlos... Nunca está de más enseñar los dientes al Gobierno.
DOÑA PERFECTA.- (Obsequiando a CABALLUCO, que se ha sentado junto a la mesa de la derecha.) Toma un cigarro. ¿Quieres otra copa? (Se la sirve.)
PEPE REY.- (Contestando a algo que ha dicho JACINTO.) Amigo mío, no veo relación ninguna entre la filosofía alemana y las partidas de Orbajosa.
JACINTITO.- Yo sí... (Con pedantería.) Y dígame, señor don José, ¿qué piensa usted del darwinismo?
PEPE REY.- (Sorprendido.) ¿Yo?... Nada. Mis estudios han sido de índole muy distinta.
DON INOCENCIO.- (Llenando una copa.) Todo se reduce a sostener que descendemos... (Ofreciendo la copa a PEPE REY.) Don José, una copita.
PEPE REY.- (La acepta.) Gracias. (Bebe un poco.)
DOÑA PERFECTA.- (Ofreciendo a TAFETÁN.) Tafetán, una copita.
PEPE REY.- Pues el darwinismo es una doctrina respetable que no puede tratarse en solfa.
CABALLUCO.- (Que no entiende el término.) ¿Cómo se llama eso? (Sin moverse de su asiento oye.)
DON JUAN TAFETÁN.- ¡Menudas agarradas hay en el Casino por eso del darwinismo y los monos...! ¡ji, ji!
JACINTITO.- En esa doctrina hay que distinguir entre los estudios experimentales, que son muy buenos, y las consecuencias filosóficas, que son deplorables.
PEPE REY.- En efecto; la experimentación fundamental es asombrosa. Yo creo...
DOÑA PERFECTA.- (Con sequedad, interrumpiéndole.) ¡Pepe...!
PEPE REY.- Señora.
DOÑA PERFECTA.- ¡Si piensas defender esas ideas absurdas, hazlo donde yo no te oiga!
ROSARITO.- ¡Mamá, si no ha dicho nada!
PEPE REY.- Yo no defiendo nada. Decía...
DOÑA PERFECTA.- Mira que ya tienes muy mala fama en Orbajosa.
PEPE REY.- ¡Yo... mala fama!
DON INOCENCIO.- Nada. Es que la gente viciosa da en decir si es... o no es.
PEPE REY.- (Quemándose un poco.) Pero, ¿qué soy?
ROSARITO.- (¡Qué es, Dios mío!).
DOÑA PERFECTA.- (Con aparente cordialidad.) No te enfades... Ya sé yo que eres bueno, tan bueno como tu padre, y te queremos mucho. ¡Pues no es floja batalla la que he dado hace un rato en tu defensa!
PEPE REY.- ¡En mi defensa!
DON INOCENCIO.- Lo presencié. Su tía le defendió a usted como una leona.
PEPE REY.- ¡A mí!
DOÑA PERFECTA.- Nada, hombre. Que estuvieron aquí las de Cirujeda, unas señoras muy respetables...
ROSARITO.- (Y muy charlatanas, y muy venenosas).
DOÑA PERFECTA.- Y me dijeron que han oído decir... Nada: que si eres o no eres incrédulo...
PEPE REY.- Pero esas señoras no me conocen... ¡Vaya con las pécoras...!
DOÑA PERFECTA.- ¡Eh! no las injuries, que son muy buenas cristianas, muy comedidas, muy principales...
DON INOCENCIO.- Dijeron mil simplezas: que usted no cree que Dios nos crio a su imagen y semejanza...
DOÑA PERFECTA.- Sino que tenemos por ascendientes a los orangutanes o a las cotorras.
PEPE REY.- ¡Yo... qué desatino!
DOÑA PERFECTA.- Y que aseguras que el alma es una droga... como los papelillos de magnesia o de ruibarbo que se venden en la botica...
ROSARITO.- (¡Qué iniquidad! ¡Estúpidas!).
PEPE REY.- ¡Pero esas señoras están locas! Que yo... Llévenme a su casa para decirles que las han engañado.
DOÑA PERFECTA.- Cálmate... ¡Ay, sobrino, cómo te defendí...! ¡Si me hubieras oído...! Cierto que no pude convencerlas. Pero por mí no quedó... Yo sé que eres bueno, delicado, y que no has de defender aquí públicamente, lastimándome a mí y a todo el pueblo, esas abominaciones.
PEPE REY.- (Con gradual enojo.) ¡Si yo no pienso eso!... ¡Si no lo he pensado nunca!... Pero usted, tía, ¿qué idea tiene de mí...? ¡Esto ya es ofensivo, esto es deseo de molestarme!... No, tía, usted no cree...
DON INOCENCIO.- La señora no le acusa a usted; no hace más que advertirle que, si por acaso profesase esas ideas, se guarde de manifestarlas aquí.
DOÑA PERFECTA.- Justo.
CABALLUCO.- Eso; que si lo piensa, se lo calle.
PEPE REY.- ¿Pero qué es esto? ¿Se han propuesto aquí volverme loco...? Claro, yo tengo mis ideas, que seguramente en algo han de discrepar de las de ustedes.
DOÑA PERFECTA.- ¿Ves, ves?
ROSARITO.- (Muy nerviosa, a JACINTO.) Pero, tonto, Jacinto, ¿qué haces que no sales a su defensa?
JACINTITO.- ¿Yo?... ¡Dios me libre! Ya sabrá él defenderse. (Con pedantería.) El racionalismo, hijo legítimo de la experimentación, encuentra en el arsenal de las ciencias físico naturales, armas terribles para su defensa.
DON INOCENCIO.- No está mal.
JACINTITO.- Por eso el señor don José se cree inexpugnable en su fortaleza científica, y nos mira con lástima a los pobres romancistas que preferimos la fe a la ciencia...
DOÑA PERFECTA.- Y vivimos obscuramente en la simplicidad y en el santo temor de Dios, con nuestra conciencia bien tranquila.
PEPE REY.- (Subiendo gradualmente en su enojo.) La mía también lo está.
DOÑA PERFECTA.- A saber. Pero llegará día, ¡ay! en que reconozcas tus errores, y abjures de toda esa ciencia insana.
DON INOCENCIO.- Distingamos, sí, la ciencia útil, la ciencia verdadera de la...
PEPE REY.- ¡Dale con la ciencia! (Conteniendo su ira con dificultad, próxima a estallar.) Por Dios, don Inocencio, ¿qué sabe usted lo que es la ciencia?
DOÑA PERFECTA.- Mejor que tú.
PEPE REY.- ¿Y usted qué sabe?... ¡La ciencia! (Sin poder contenerse.) ¡Oh, no puedo más! (Estallando.) ¿Para qué hablan de ciencia, para qué la nombran siquiera, aquí, en esta madriguera de la superstición, del fanatismo y de la barbarie...?
DOÑA PERFECTA.- ¡Jesús! (Llevándose las manos a la cabeza. Todos manifiestan asombro y miedo.)
PEPE REY.- (Con ardor.) Y no me digáis que en medio de este salvajismo viven las santas creencias. No... la verdadera piedad aquí no existe. No hay más que un artificio muy tosco, y un antifaz muy negro para esconder la discordia, el miedo a la luz...
DOÑA PERFECTA.- (Cogiendo a ROSARIO y llevándosela hacia la casa.) Hija mía, vámonos de aquí... No podemos oír esto.
PEPE REY.- (Viendo a ROSARIO, que aterrada, se aleja.) ¡Ah!... ¿qué he dicho?... (Como si volviera en sí.) ¡Oh, qué ofuscación!... Es que me han irritado... No, no, no he dicho nada... No, no, querida tía, Rosario...
ROSARITO.- (Llorando.) ¡Ay de mí!
PEPE REY.- Señora... perdóneme usted.
DOÑA PERFECTA.- Te perdonamos, pero no te oímos, no. Vámonos... Puedes seguir... sigue...
PEPE REY.- (Aturdido.) No, si no digo nada, si yo... señor don Inocencio, Jacinto, señores... (Todos permanecen mudos y se van escabullendo hacia la casa.) ¡Y es esta la paz que creí encontrar aquí!
CABALLUCO.- Si usted quiere marcharse de Orbajosa, ya sabe...
PEPE REY.- ¿Marcharme...? No, no. (Con gran firmeza.) Aquí triunfo, o muero.