Escena V
DON ISIDRO, DOÑA TRINIDAD, DON SANTOS.
SANTOS.- ¡Adiós, canalla... cuervos que acudís graznando a donde os atraen los olores de muerte...!
ISIDRO.- (Impaciente.) Di: ¿de qué querías hablarnos? (3)
TRINIDAD.- Has dicho: «de un asunto doméstico».
SANTOS.- ¿Pero no lo adivináis?
ISIDRO.- Buena está mi cabeza para adivinaciones. ¿Es algo que pueda darme esperanza de solución?
SANTOS.- No es nada de negocios. (Por DOÑA TRINIDAD.) ¿A que lo adivina esta?
TRINIDAD.- ¿Será...? ¡Dios mío, lo que se me ocurre!
SANTOS.- ¡Que te quemas!
ISIDRO.- ¿Pero qué es, por los clavos de Cristo? (Muy impaciente.)
TRINIDAD.- Me da el corazón que es algo referente a nuestra hija.
ISIDRO.- ¡Oh!, no quiero saber nada.
SANTOS.- Pues la pobre...
ISIDRO.- (Incomodado.) No quiero que me hables de ella, vamos, no quiero.
SANTOS.- ¿Y por qué no?
TRINIDAD.- Yo sí quiero que hable... (Con ansiedad.) A ver, dilo pronto.
SANTOS.- Pues... me escribió una carta. ¡Pobrecilla! ¡Es tan desgraciada! Hay que tener lástima.
ISIDRO.- No.
TRINIDAD.- Sí. Lástima por lo menos...
SANTOS.- Total: que ha caído de sus ojos la venda que la cegaba. ¡Ah!, la amorosa fiebre, el ansia de lo ideal, enfermedad tan horrible como pasajera, y que se cura con otra dolencia, con un buen empacho de la realidad de las cosas.
ISIDRO.- Es tarde. En fin, ¿qué...?
SANTOS.- Que pues la tenemos sinceramente arrepentida, no debemos regatearle el perdón.
ISIDRO.- Santos, Santos, ya vienes tú con tus componendas. No transijo con la deshonra.
TRINIDAD.- Soy madre, y no puedo tener ese rigor. ¡Pobre hija de mi alma! ¿Pero está de veras arrepentida?
SANTOS.- Dejadme seguir. Fui a verla esta mañana en cuanto llegué del pueblo. ¡Infeliz muchacha! Ya ve claro su inmenso desvarío, y aquella inteligencia superior se ha despejado de las nieblas que la obscurecían. Voy, y me la encuentro en su ser antiguo. Parece milagro. Creí verla despertar de un sueño, recobrarse de su estúpida embriaguez. Es otra vez tu Isidora, nuestra Isidora, tan simpática, tan dulce, tan inteligente...
ISIDRO.- Bueno, bueno, la perdonamos. Pero aquí no tiene que volver.
TRINIDAD.- Hay que pensarlo.
SANTOS.- No, si ya está pensado y resuelto. Volverá.
ISIDRO.- ¡Santos!
SANTOS.- ¡Isidro!
ISIDRO.- En mi casa mando yo.
SANTOS.- Tú mandas, sí... pero no te obedecemos.
ISIDRO.- (Incomodado.) ¡Digo que no!
SANTOS.- ¿Pero a qué te sofocas?
ISIDRO.- (Respirando con dificultad.) No me exasperes tú. Ya ves... Estoy que no puedo respirar.
SANTOS.- Calma, calma.
TRINIDAD.- Isidro, por Dios, que vuelva, que recobre nuestro afecto, y un puesto en esta pobre casa... Pues si nosotros la rechazamos, ¿qué va a ser de esa infeliz?
ISIDRO.- Pero dime... Ese miserable...
TRINIDAD.- Ese bandido...
SANTOS.- Poco a poco... Ese hombre...
ISIDRO.- (Irritado.) Pero qué... ¿también eres capaz de defenderle?
SANTOS.- No le defiendo. Se ha portado mal, muy mal. Ya veis: contábamos con que al fin se casaría. Pero la niña se ha cansado de esperar, y ahora es ella la que le abandona a él, y jura y perjura que no quiere casarse con él ni con nadie.
ISIDRO.- ¡Y ese infame se quedará riendo! ¡Oh!
SANTOS.- Infame no: Yo le llamo desdichado, y sostengo que es más digno de lástima que de rencor. Cuando él era un jovenzuelo, yo le trataba mucho. Como que era yo muy amigo de su padre, el bonísimo don Guillermo.
ISIDRO.- Un extravagante, un misántropo, que el día en que perdió su fortuna se pegó un tiro.
SANTOS.- Cabal. No se resignaba a ser pobre. Todo lo perdió y dijo: hago dimisión de la vida. Cada uno tiene su manera de ver las cosas. Yo soy benévolo hasta con los suicidas.
TRINIDAD.- ¡Jesús!
SANTOS.- También conocí a su hermano don Federico, tío de Alejandro, el que le dejó su riqueza...
TRINIDAD.- Pues la madre del seductor de mi hija, también debió de ser loca.
SANTOS.- Fue que le dio por aprender a volar. Se tiró por un balcón. ¡Pobre doña Margarita!
ISIDRO.- Familia de dementes, degenerados, idiotas, o no sé qué... ¡Oh, qué rabia siento!
SANTOS.- Fuera rabia, fuera resentimientos. Preparaos a recibir a la hija pródiga, que vuelve al hogar.
ISIDRO.- Imposible, aquí no entra.
TRINIDAD.- ¡Isidro, por la Virgen Santísima!... Sí, sí, que venga. ¡Hija de mi alma! Tres meses que no la hemos visto. (Le abraza.) Es nuestra hija, es buena. Ha padecido un grave error. Al error todos estamos sujetos. Perdonemos para que nos perdone Dios. (Llora.)
ISIDRO.- (Con viva emoción.) ¡Qué débil soy! Siempre haréis de mí lo que queráis.
TRINIDAD.- Que venga, sí. Pronto...
ISIDRO.- Tráela.
TRINIDAD.- No tardes. ¿Está lejos?
SANTOS.- No, muy cerca de aquí.
TRINIDAD.- ¡Oh, el corazón me dice que está cerca!... Aquí tal vez. (Mira hacia el foro. Aparece ISIDORA en la puerta izquierda de la tienda, y allí permanece inmóvil, apretándose el pañuelo contra los ojos.)
ISIDRO.- Aquí está... ¡oh!
TRINIDAD.- ¡Hija de mi alma! (Se echa a llorar, permaneciendo a distancia de ella.)