Habitación del CONDE en la Pardina.
EL CONDE, VENANCIO, GREGORIA; después SENÉN.
VENANCIO.- (Que entra y ve al CONDE revolviendo en su maleta.) ¿Qué hace el señor Conde?
EL CONDE.- Ya lo ves: recojo algunos papeles que deseo llevar siempre conmigo.
GREGORIA.- (Alarmada.) ¿A dónde va usía?
EL CONDE.- A donde a vosotros no os importa. ¿Por qué no viene Dolly? Dos veces la he mandado llamar.
VENANCIO.- Ahora vendrá.
EL CONDE.- Pues voy a donde quiero. A vosotros os bastará saber que os dejo en paz.
VENANCIO.- (Premioso, rascándose la cabeza.) Me alegro de que el señor Conde facilite la separación, porque yo vengo a decir a Vuecencia... que... que no puede seguir en mi casa.
GREGORIA.- Nada más que por el carácter soberbio del señor Conde... que por lo demás...
EL CONDE.- Sí: mi carácter altanero no se aviene con el vuestro, tan suave, tan pacífico.
VENANCIO.- Por lo cual he determinado que Su Excelencia se aloje en donde guste, fuera de mi casa... Por esta noche puede quedarse; pero mañana...
EL CONDE.- (Con dulzura, resignado y calmoso.) Esta noche misma: no te apures. Tú te quedas en tu Pardina, y yo me voy... a donde me acomode. No hablemos más. Al fin y a la postre, tengo que agradeceros la hospitalidad que me habéis dado.
VENANCIO.- Nada tiene Vuecencia que agradecernos. Lo que me duele es que no hayamos podido hacer buenas migas.
EL CONDE.- Las migas hacedlas vosotros... y que os aprovechen... Os pido el último favor. Traedme a Dolly. Los minutos que paso sin verla me parecen siglos.
VENANCIO.- Vamos.
EL CONDE.- (Sintiendo ruido en la puerta.) ¡Ah!, ella es...
SENÉN.- (Entrando.) Soy yo, señor...
EL CONDE.- ¡Maldito seas! (Exaltado.) ¡Que venga Dolly, que venga al instante!
SENÉN.- (Aparte a VENANCIO y GREGORIA.) Dejadle conmigo. No hará nada, y en todo caso, yo sabré ponerle como un guante.
(Se van GREGORIA y VENANCIO.)