Los mismos. Aparece AUGUSTA en la sala de la derecha, dando el brazo a MALIBRÁN.
MALIBRÁN.- Aunque usted me riña, aunque me mande apalear y me arroje de su casa, persistiré... Soy la terquedad personificada, y me crezco al castigo. Y bien podrá suceder que la desesperación me lleve al suicidio, a la locura... ¡Qué responsabilidad para usted!
AUGUSTA.- (riendo.) ¡Para mí! ¡Ay, qué gracioso! ¿Yo qué culpa tengo de que usted se haya vuelto tonto?... ¿Pero de veras se va usted a matar?
MALIBRÁN.- No bromee usted con una pasión verdadera.
AUGUSTA.- Pero diga usted: ¿es volcánica o no es volcánica? Vamos, nunca creí que a persona de tan buen gusto se le ocurriera que por lo trágico me había de impresionar. Me fastidian las tragedias.
MALIBRÁN.- ¿Cuáles?, ¿las representadas?
AUGUSTA.- Y las reales. Eso de matarse, sea por amor, sea por otra causa, me parece sumamente cursi... Además, me le figuro a usted refractario a la extravagancia, aun a esa, por ser todo corrección, formas exquisitas y arte de la vida. ¡Pasiones usted, pasiones hondas! No lo creeré aunque me lo diga ante notario... ¡Ah!, qué hipócritas nos hizo Dios, amigo Malibrán... Con esa mónita ha hecho usted su carrera, y ha engañado a mucha gente; pero lo que es a mí...
MALIBRÁN.- ¡Ay, Dios mío! Casi me agrada que usted me injurie. A falta de otro sentimiento, venga esa bendita enemistad. La prefiero a la indiferencia.
Pasan al salón central, donde Augusta es rodeada por Villalonga, Cícero, Monte Cármenes, Aguado, el exministro, el señor de Pez y los Trujillos. Malibrán se aparta de este grupo.
AUGUSTA.- (al exministro.) ¿Qué tal? ¿Tenemos crisis al fin? Diga usted que sí, para que esta gente se alegre.
EXMINISTRO.- Por mí que la haya. Un vendaje a la situación no vendría mal. (Con malicia.) ¿Verdad, Jacinto?
VILLALONGA.- Sobre todo si te ponen a ti de esparadrapo.
PEZ.- (coleando y nervioso.) No hay crisis más que en la mente de los que la desean. ¡Pues no faltaba más sino que se cambiara de política porque Fulanito está mal humorado, o porque hay otros a quienes la tranquilidad del país les coge sin dinero!
AUGUSTA.- Así me gusta a mí la gente, o ser ministerial de coraje o no serlo.
VILLALONGA.- Exactamente como yo.
AUGUSTA.- (a Trujillo.) Bien venidos los Trujillos. ¿Y Teresa?
OFICIAL DE ARTILLERÍA.- No la espere usted tan pronto. No saldrá de casa hasta que acabe de leer la prensa.
TRUJILLO.- Mi mujer está fanatizada con el crimen. Hoy me atreví a poner en duda las tendencias Saraístas, y por poco me pega.
AUGUSTA.- Pues conmigo no sé cómo saldrá, porque yo me he propuesto hacer subir el papel Cuadradista.
OFICIAL.- Por Dios, que no lo sepa mamá.
AUGUSTA.- ¿Pero viene esta noche?
OFICIAL.- Sí, en cuanto despache los periódicos.
VILLALONGA.- Eso se llama empaparse en la opinión.
AUGUSTA.- Justamente... Villalonga, ya me ha contado Tomás que está usted furioso contra la temperatura suave. ¡Cuánto nos hemos reído!
VILLALONGA.- Amiga mía, vivo bajo la influencia de un sino fatal. Usted es mi mala estrella.
AUGUSTA.- ¡Yo! (riendo).
VILLALONGA.- Sí, y tenemos que reñir de veras... Ríase de mi superstición; pero lo cierto es que siempre que la veo a usted y le hablo, buen tiempo.
AUGUSTA.- Ya sabía yo eso. El Padre Eterno me ha dado vara alta para dirigir las estaciones. ¿No lo había usted notado? Y para castigar a los deseosos del mal ajeno, he dispuesto que no hiele, para que se fastidie usted y no pueda ser senador vitalicio. Tampoco mi marido lo será, por la misma razón.
VILLALONGA.- Pues acabe usted de una vez, y dé las órdenes para que caiga un rayo y nos parta a los dos.
AUGUSTA.- Todo se andará. (A Monte Cármenes.) ¿Qué tal? ¿Vamos bien?
MONTE CÁRMENES.- Perfectamente bien, y sobre tantas dichas, la de verla a usted tan guapa. ¿Y Tomás?
AUGUSTA.- En el billar, fumando. Me dijo que le espera a usted para echar unas carambolas. Señores fumadores, señores carambolistas, mi marido y Pepe Calderón están solos allá. Ea, señor Catón pasado por agua, usted que es una de nuestras primeras chimeneas, al billar.
TRUJILLO.- Yo también; tengo que hablar con Tomás,
AUGUSTA.- (a Monte Cármenes.) Usted, Conde, el primer taco de Madrid, allá también. Distráiganme a Tomás, que no está bien de salud. (Al exministro.) Cuidado con el oficialete, que se jacta de darle a usted codillo cuantas veces quiera.
EXMINISTRO.- Lo veremos esta noche. Señor oficial, todo el que sea tresillista que me siga (Dirígense a la sala de juego.)
Aguado, Monte Cármenes y Trujillo padre pasan por la sala de juego para entrar en el billar, a punto que sale Cisneros. Óyese el chasquido de las bolas de marfil.
CISNEROS.- ¡Malditos carambolistas, cómo le marean a uno!... ¿Y los fumadores? ¡Qué atmósfera, qué aburrimiento! Busquemos quien me haga la partida. (A Malibrán, que ha vuelto a aproximarse al grupo principal.) ¡Eh!... diplomático de chanfaina, ¿la echamos o no la echamos?
MALIBRÁN.- Amigo D. Carlos, lo siento mucho; pero tengo que retirarme pronto. Trabajamos ahora por las noches en el Ministerio... un asunto urgentísimo.
AUGUSTA.- Sí, corra, corra allá, no se vaya a alterar el equilibrio europeo... Me parece a mí que entre él y ese pillo Bismark están tramando algo. ¡Buen par!
MALIBRÁN.- ¡Ay qué mala, qué burlona!
VILLALONGA.- Esos trabajos nocturnos en Estado, me figuro lo que son, unas juerguecitas muy disolutas en donde yo me sé.
AUGUSTA.- Claro, y a eso llaman el arbitraje de España en la cuestión entre Nicaragua y... qué sé yo qué. Todo lo arreglan estos con cañitas de manzanilla.
MALIBRÁN.- ¿Y por qué no?
CISNEROS.- (cogiendo por el brazo a Malibrán y llevándosele.) Ande usted, perdido.
MALIBRÁN.- Don Carlos, a sus órdenes. Pero hasta las once y media nada más. Sin broma, tenemos que trabajar en el Ministerio. Busque usted quien nos haga el pie.
AUGUSTA.- (dirigiéndose a la sala japonesa, seguida de Villalonga y Cícero.) ¿Qué es eso de las francachelas de Malibrán?
VILLALONGA.- Él se lo contará a usted. No es corto de genio. Pertenece a la escuela moderna de la sinceridad.
MALIBRÁN.- (aparte, en el salón, mientras Cisneros trata de reclutar otro tresillita.) Esta condenada... hasta se permite ponerme en solfa... ¡a mí! No se rinde, no. ¿Si acertará Infante, que la tiene por la virtud más incorruptible y la fortaleza más inexpugnable...? Eso lo veremos... ¡Y ahora tengo que aguantar las latas de este buen señor, y dejarme ganar cinco o seis duros, adorando la peana por el santo! Lo peor es que en toda esta quincena, en los almuercitos del papá, nunca he podido cogerla sola. ¡Siempre allí el tontín de Infante, o Federico Viera! Y la única vez que faltaban convidados, hizo el vejete castellano la gracia de no quedarse dormido, como de costumbre. A este tío quisiera yo darlo un disgusto, por ejemplo, probándole que el Greco que ha adquirido ahora no es tal Greco, sino un Mayno de los peores, y el que supone Valdés Leal un Antolínez el Malo.
CISNEROS.- Ea... ya tenemos tercero, el amigo Pez. (Pasan a la sala de la derecha y juegan. Trujillo, padre e hijo, y el exministro hacen otra partida en la mesa próxima.)