ROSARITO; PEPE.
ROSARITO.- (En la puerta de la biblioteca.) ¿Qué haré? Me dijo que en la huerta. Pero si allá está mamá con esas viejas charlatanas, insoportables... ¿Subiré a la biblioteca? No, no, me dijo que esperara.
PEPE REY.- (Por la puerta que conduce a la biblioteca.) Te sentí llegar. He engañado al buen bibliómano, diciéndole que sentía un fuerte dolor de cabeza y necesitaba acostarme. El pobre señor allá se queda solo, nadando en un mar de preciosos manuscritos.
ROSARITO.- ¿Y de veras no te duele la cabeza?
PEPE REY.- No, no.
ROSARITO.- Yo creí que sí, con aquellas discusiones que no vienen a cuento.
PEPE REY.- Hija, el tal don Inocencio me enciende la sangre.
ROSARITO.- ¡Pobre señor, es tan bueno!
PEPE REY.- Dime, ¿es el amigo íntimo, el consejero de la familia?...
ROSARITO.- Sí, viene todos los días.
PEPE REY.- Dios nos tenga de su mano.
ROSARITO.- ¿Por qué? Me quiere mucho, y le quiero.
PEPE REY.- Entonces será forzoso que yo le quiera también. Me dijo don Cayetano que tiene una sobrina.
ROSARITO.- Ahora mismo salió de aquí... ¡Tan buena la pobre...!
PEPE REY.- Madre de un jovencito...
ROSARITO.- A quien conocerás luego. Es gente honradísima. Los tres nos quieren con locura.
PEPE REY.- Si no entendí mal, son de origen humilde.
ROSARITO.- María Remedios fue criada de casa... Pero de esto hace mil años...
PEPE REY.- Y después, se han crecido...
ROSARITO.- Heredaron algo de un hermano de don Inocencio, que murió en la Habana, y hoy viven con holgura modesta, y son muy considerados en la ciudad.
PEPE REY.- Bien, bien, (Cogiéndola una mano y llevándosela hacia la huerta.) vámonos.
ROSARITO.- Ay, no puede ser allá. Mi madre y las de Cirujeda y don Inocencio andan de palique por la huerta de abajo.
PEPE REY.- (Deteniéndose.) ¡Cuidado que es desgracia la nuestra! En todo el día no hemos encontrado un ratito de soledad...
ROSARITO.- Ayer tarde, no te quejes, pudiste hablarme, decirme...
PEPE REY.- No hice más que desflorar mi pensamiento. Llegó tu madre, y me cortó la palabra, dejándome a media miel. Yo te decía...
ROSARITO.- (Ligeramente avergonzada.) Si me acuerdo bien. No puedo olvidarlo.
PEPE REY.- Que desde que te vi, mi alma se sintió inundada de un gozo tan vivo...
ROSARITO.- Y yo, cuando entró mamá, iba a contestarte...
PEPE REY.- ¿Qué?
ROSARITO.- Que no lo creía, que no lo creo. ¿Tan pronto...? Mira, Pepe, yo soy una lugareña, yo no sé hablar más que cosas vulgares, yo no sé francés, yo no me visto con elegancia... Vaya, no seas pillo: no puedes haber sentido, al verme, ese gozo del alma... Yo, nada soy, nada valgo...
PEPE REY.- Para mí, más que el mundo entero.
ROSARITO.- ¡Jesús! ¡Qué chiquito es el mundo!
PEPE REY.- Junto a ti, como un grano de arena. Si me conocieras como yo creo conocerte a ti, sabrías que jamás digo si no lo que siento. Yo no hablaré contigo más lenguaje que el de la verdad.
ROSARITO.- El de las matemáticas, como diría, burlándose, el pobrecito don Inocencio.
PEPE REY.- Y como soy todo matemáticas, voy a la exactitud, y te digo: «Rosario, yo he venido aquí a casarme contigo».
ROSARITO.- (Ruborizada, bajando los ojos.) ¡Pepe, qué cosas tienes!
PEPE REY.- Mira, prima querida, te juro que si no me hubieras gustado, ya me habría ido yo con mi ciencia a otra parte. Con todos los esfuerzos de la cortesía y de la delicadeza, no me habría sido posible disimular mi desengaño.
ROSARITO.- (Sin mirarle.) ¡Pepe, si no hace más que dos días que llegaste...!
PEPE REY.- Dos días, y ya sé todo lo que tenía que saber; sé que te quiero, que eres la mujer que desde hace mucho tiempo me está anunciando el corazón, diciéndome noche y día: «ya viene, ya está cerca... ahí la tienes».
ROSARITO.- ¡Ja, ja!... ¡qué gracia! (Por disimular su turbación.)
PEPE REY.- Tú te empeñas en que nada vales, y eres la maravilla de la Naturaleza. Para mayor gloria tuya, ignoras tu mérito inmenso, y no ves la luz, no sientes el calor divino que proyecta tu alma sobre todo cuanto te rodea. (Con entusiasmo.) Eres mi vida nueva, y yo te quiero como un tonto.
ROSARITO.- ¡Primo, primo mío, por Dios! (Conmovida se deja caer en una silla, con ligero desvanecimiento.) Yo te suplico...
PEPE REY.- ¿A ver... qué me suplicas?
ROSARITO.- (Pausa.) Que no me digas esas cosas...
PEPE REY.- ¿Te molesta que yo te quiera?
ROSARITO.- (Vivamente.) No, no.
PEPE REY.- ¿Quieres que me vaya?
ROSARITO.- No.
PEPE REY.- ¿Que no te diga...?
ROSARITO.- Sí, sí: dímelo.
PEPE REY.- Si yo tuviera la suerte, la dicha inmensa de que me quisieras tú, aunque no quisieras decírmelo...
ROSARITO.- Te lo diría; sí, te lo diría... Pero no tan pronto; tan pronto no te lo puedo decir, Pepe. Ten formalidad...
PEPE REY.- Bueno, me lo dirás más tarde...
ROSARITO.- A su tiempo... dentro de muchos días. ¡Oh, ahora, ahora, no estaría bien!
PEPE REY.- Y cuando me digas eso, ¿me dirás que me quisiste, como yo, desde el primer día?
ROSARITO.- No, antes... (Con viva espontaneidad.) Desde mucho antes de verte... Pero no; me callo... No he dicho nada todavía.
PEPE REY.- Aguardaré... Yo tengo paciencia... La ciencia es la paciencia, Rosario.
ROSARITO.- Es que... verás. Mamá me daba a leer las cartas de tu padre, y me gustaba tanto, tanto, leer los elogios que tu papá hacía de ti. Y yo me decía...
PEPE REY.- ¿Qué?
ROSARITO.- Nada.
PEPE REY.- Decías: «este debiera ser mi marido».
ROSARITO.- Si tu papá, en aquellas cartas, no decía nada de casorio. No, Pepe, no decía nada.
PEPE REY.- Pero lo decías tú.
ROSARITO.- Lo que yo hacía era asombrarme mucho de que tu padre no dijese nada. ¡Qué descuido!
PEPE REY.- Pero al fin lo dijo...
ROSARITO.- (Vivamente.) Pero esa carta no me la dio a leer mamá. Y no debía dármela... no, no... era muy pronto. Luego, llegas tú de improviso... (Aparece DOÑA PERFECTA y DON INOCENCIO viniendo de la huerta. Tras ellos JACINTITO.)
PEPE REY.- (Se vuelve como oyendo los pasos.) Alguien viene.
ROSARITO.- (Asustada.) ¡Ah...! mi madre...