VICTORIA, CRUZ, GABRIELA, que entra por la izquierda, alarmada; por la derecha, DOÑA EULALIA, MONCADA.
GABRIELA.- ¿Qué ocurre?... ¡Victoria...!
MONCADA.- ¡José María!
VICTORIA.- No ha pasado nada, nada... (Mirando a su marido con terror.)
CRUZ.- (reconcentrando su cólera.) Nada, que mi mujer, la loca de la casa, curada por mí, recae en su dolencia y quiere abandonarme.
VICTORIA.- (corriendo al lado de su padre.) Sí, sí.
EULALIA.- (abrazándola.) ¡Pobre víctima, qué a tiempo llego para salvarte!
MONCADA.- Vámonos. (Mirando con recelo y disgusto a Cruz y a Victoria.)
VICTORIA.- Vamos. (Gabriela se une al grupo, y salen todos por la derecha.)
CRUZ.- (que al verles salir da algunos pasos hacia ellos, y retrocede apretando los puños.) ¡Se va...! ¡De verdad se va! (Después de dar vueltas por la escena, como atontado, mira por los cristales de la derecha.) ¡Y el clérigo delante...! Parece que guía sus pasos... que le marca el camino... (Volviendo al proscenio, poseído de furor.) Y la dejé partir. ¡Y no maté al clérigo!... ¡No me conozco! ¿Dónde está mi carácter, dónde mi arrogancia fiera?... Es que esa maldita santa me ha embrujado, me ha estafado mi personalidad... (Rabioso.) Juro por la Cruz de mi nombre, que la recobraré.