BONAIRE y MAGÍN.
BONAIRE.- Bien, bien, Magín. Estás herido, gravemente herido. Puede que te
mueras; puede que te salves... Y qué, ¿vamos ganando?
MAGÍN.- Sí. Pero el Rey, nuestro señor, acuérdate de lo que te digo... no recobrará
su trono absoluto.
BONAIRE.- ¿Por qué?
MAGÍN.- Porque lo que ganamos por las armas, lo quita la traición. Amigo Bonaire,
créelo como Dios es nuestro padre: hay traidores en la plaza.
BONAIRE.- ¿Qué me cuentas? ¿Tú sospechas?...
MAGÍN.- No sospecho: sé. Lo descubrimos anoche Mongat y yo.
BONAIRE.- Mongat ha muerto.
MAGÍN.- Y a mí me falta poco. Oye: a ti te lo cuento, a ti solo. (Con sigilo.) El tal
San Valerio y el tal Fabricio son perros liberales de la piel de Robespierre maldito.
BONAIRE.- (Con aspavientos de asombro.) ¡Jesús!
MAGÍN.- ¿Quieres saber más? Los veintitantos hombres que entraron ayer, también
vienen con las de Caín.
BONAIRE.- ¡Por San Odón bendito!
MAGÍN.- Nada, que tenemos a Judas en casa.
BONAIRE.- (Tomándole el pulso.) Amigo Magín, tú tienes fiebre, y te ha entrado
el delirio.
MAGÍN.- Ya me lo dirás cuando veas que se alzan con la plaza, pasando a cuchillo a
toda la guarnición y personajes, desde los Regentes serenísimos al último furriel.
BONAIRE.- ¡Ábrete tierra y tráganos!
MAGÍN.- Milagro fue el descubrirlo... Oye... Mongat y yo hicimos nuestro
dormitorio en la ermita de San Odón. Allí nos metimos. Entraron Fabricio y el otro, y
creyéndose solos, hablaron...
BONAIRE.- Ya... Pues todo eso lo soñasteis el pobre Mongat y tú...
MAGÍN.- (Perplejo.) ¿Lo soñaríamos? ¿Crees tú que lo soñaríamos?
BONAIRE.- Sin duda. Mongat no despertará más.
MAGÍN.- Y yo... ¿Estoy yo vivo, estoy despierto?
BONAIRE.- Sí, sí; pero no estás en tus cabales, créeme a mí...
MAGÍN.- ¿Me habré yo muerto sin saberlo?
BONAIRE.- Todavía, no. Pero para estar tranquilo debes imitarme; ser lo que yo
soy...
MAGÍN.- Y tú, ¿qué eres?
BONAIRE.- Filósofo.
MAGÍN.- ¿Pues no eres pastelero?
BONAIRE.- Pero lo uno no quita lo otro. Puede haber en una pieza pasteles y
filosofías. Dime tú, ¿para qué le sirve a uno la vida, esa gran bribona de la vida? Para
sufrir, para rabiar, para que este y el otro lo mortifiquen a uno y le achicharren la sangre.
(MAGÍN cierra los ojos.) Ánimo: voy a darte ahora un poquito de aguardiente. (Se lo
sirve de una frasquera que lleva al cinto.)
MAGÍN.- Esta filosofía sí que me gusta.
BONAIRE.- (Destornillando la tapa que hace de vaso.) ¡Verás qué rico!... Pues sí;
convéncete de que el morirse uno es la única cosa buena que hay en la vida... ¿Qué tal te
sientes ahora?
MAGÍN.- (Después de beber.) Mejor. Parece que me vuelve la vida...
BONAIRE.- *¡La vida! ¡Ja, ja!... Fíate de esa embustera sin vergüenza...
MAGÍN.- Digas tú lo que quieras, la muerte es muy fea...
BONAIRE.- Todo es comparar, Magín. Yo te aseguro que el enemigo,
disparándonos a quemarropa con cien fusiles, es más bonito que mi mujer.
MAGÍN.- ¡Hombre!
BONAIRE.- Y que mi suegra es más horrorosa que una batería de cañones
apuntando a nuestros pechos...
MAGÍN.- (Animándose.) Pues mira... Ya soy otro...*
BONAIRE.- No te fíes.
MAGÍN.- *Dame más. (Saboreando el aguardiente.) ¡Qué rico! (Entonándose
y poniéndose derecho.) Nada; que yo estoy bien, pero muy bien.
BONAIRE.- Ponte en lo peor, te digo... y acertarás. (Bebe otro poco.) Yo te
pregunto: ¿qué saca uno de vivir?
MAGÍN.- Y de morirte, ¿qué sacas?
BONAIRE.- Pues saco... ahí es nada... No ver más la jeta de aquellas harpías feroces,
ni oír sus chillidos broncos, ni recibir sus manotazos, estrujones y mordiscos... Saco el
finiquito de cuentas con mis acreedores; saco el librarme de tanto pillo, de tanto necio,
de aquel que me injuria, de estotro que me engaña... ¡De buena gana, te lo juro, me
pondría yo en tu lugar; digo, que quisiera estar en tu pellejo! ¡Qué gusto morirse! Y
como es en defensa de los santos principios, se va uno derechito a la gloria, donde no ve
más que caras de ángeles graciosos y de serafines guapísimos.
MAGÍN.- Pues yo quiero vivir... (Animándose más.) ¡Por San Odón! Yo quiero ver
caras de personas mortales, aunque sean caras de traidores, que es lo que más aborrezco.
BONAIRE.- (Cerrando la frasquera.) *Y a propósito, eso que has descubierto, ¿es
verdad, o no es verdad?, yo no lo sé.
MAGÍN.- *Tan verdad como que estamos aquí.
BONAIRE.- ¡Qué tonto! ¿Y tú puedes asegurar que estamos aquí?... Sé filósofo,
Magín amigo, y no afirmes nada tocante a la parecencia o desaparecencia de las cosas, y
di como yo que no sabemos si estamos aquí, o en el otro mundo... o en aquel... o en el
propio Limbo celeste o acuático.
MAGÍN.- (Tocándose.) No sé... pero lo que es muerto, a fe de Magín, que no lo
estoy.*
BONAIRE.- Vivas o mueras, yo voy a darte un buen consejo.
MAGÍN.- A ver.
BONAIRE.- De lo que oíste a San Valerio y a Fabricio no digas una palabra al
General ni a nadie, porque te marearán a preguntas y no te dejarán descansar tranquilo...
Como se te escape algo, en seguida empieza la indagatoria... y que declares y que
jures... ¡Ay, pobre de ti entonces!
MAGÍN.- No; yo debo decir...
BONAIRE.- Sigue mi consejo y no te metas en historias. Figúrate que ellos niegan, y
no puedes probarlo... Pasarás por embustero calumniador... digo, ¿y si les da por
vengarse de ti?
MAGÍN.- Voy creyendo que tienes razón.
BONAIRE.- Ten por seguro que en esos dimes y diretes habrías de irritarte,
encolerizarte... ¡Bonito negocio! Como que sin comerlo ni beberlo te morirías en pecado
mortal.
MAGÍN.- Eso no, ¡voto va!
BONAIRE.- Tú te callas, y muy agasajadito en tu cama de finas holandas, la cama
de las señoras, perdonas a todo el mundo, y mientras llega el dulce trance, te cuidan las
niñas bonitas del pueblo... y vengan calditos y vino blanco, y tal vez buenos tragos de
aguardiente... Conque...
MAGÍN.- Y si me muero, ¿me callo también?
BONAIRE.- ¡Hombre!
MAGÍN.- Quiero decirte...
BONAIRE.- Comprendido. Después de muerto puedes hablar todo lo que quieras...
Se lo cuentas a San Pedro y a...
MAGÍN.- Quiero decirte que en el caso de que me sienta moribundo... pues... si debo
callar.
BONAIRE.- Claro que sí... callar siempre, siempre...