DON JUAN, DOÑA MONSA y DOÑA SATURNA; SUSANA, por la derecha, muy
elegante, con sombrero; detrás, BLASA, con el abrigo, el ridículo y dos abanicos.
SUSANA.- (Con mucha viveza.) ¡Mi tío!... ¿Dónde está mi tío, señor Marqués de
Tremp? ¿Dónde se mete vuestra Alteza?
MONSA.- ¡Ay, qué fuguilla!
BLASA.- Señora, ¿qué abanico lleva?
SUSANA.- (Cogiéndolo.) Este.
JUAN.- ¡Divina petimetra!
BLASA.- (Dándole el ridículo.) Lleva los dos pañuelos, el librito, los caramelos...
SUSANA.- (A DON JUAN.) Tu padre... (Impaciente.) ¿Dónde está? Necesito verle
al instante.
SATURNA.- Tontuela, la serenísima Regencia está deliberando.
BLASA.- El abrigo.
SUSANA.- Venga... Voy allá. (Vase BLASA.)
MONSA.- (Deteniéndola.) ¡Loca!
JUAN.- No: los señores Regentes podrían trastornarse al verte, y Dios sabe qué
atrocidades acordarían.
SUSANA.- ¡Buena está vuestra Regencia, que me parece a mí como la ínsula de
Sancho!
MONSA.- ¡Jesús!
SUSANA.- ¡Qué cosas tan raras encuentro en mi querida patria! ¿Esto que aquí
gobierna y gasta y triunfa es cosa de juego?
SATURNA.- ¡Niña!
JUAN.- ¿Tú qué entiendes?
SUSANA.- Que sí, que sí entiendo, vaya. Soy una gran política. Vengo del país de
las ideas, y allí, aunque una se proponga ser tonta, no lo puede conseguir. Yo pienso...
Veréis lo que pienso.
MONSA.- Veamos.
SUSANA.- En el colegio de Saint Denis, donde estuve seis años... ¡oh!, todas las
niñas éramos frenéticas partidarias de Bonaparte.
MONSA.- ¡Virgen de los Dolores!
SUSANA.- Le adorábamos. No hacíamos más que bordar águilas y enes dentro de
una coronita de laurel.
SATURNA.- ¡Dios nos asista!
SUSANA.- Y cuando el héroe volvió de la isla de Elba y pasó revista a las tropas,
fuimos en corporación y le ofrecimos ramitos de flores... ¡Oh, qué hombre, qué genio!
Nos miraba con gravedad de estatua, y nosotras le tirábamos besos, así... (Tirando
besos.)
MONSA.- (Persignándose.) ¡En el nombre del Padre!...
SUSANA.- Pero luego... pasan años, y viene el conde de Provence a sentarse en el
trono.
JUAN.- ¿Y os hicisteis realistas?
SUSANA.- Pero furibundas. En mi colegio no hacíamos más que bordar flores de lis,
y todas llevábamos la cinta azul del Espíritu Santo.
SATURNA.- Muy bien.
JUAN.- ¿Y a Luis XVIII, no le ofrecisteis también ramitos de flores?
SUSANA.- Sí... y él nos hizo mil cucamonas y nos cogía la cara. Es un viejo
monísimo. En fin, que aquí donde me veis, soy partidaria del vencedor, y proclamo los
hechos consumados. Más claro: que soy de la escuela del príncipe de Talleyrand, que
come con todos y con todos triunfa y mangonea.
JUAN.- Bien, bravísimo.
SATURNA.- Como graciosa lo es... Y puesto que te encuentras en casa el
absolutismo...
SUSANA.- Aquí que no peco... ¡Viva el Rey absoluto!
MONSA.- ¡Muy bien!
SUSANA.- Absolutismo hasta que nos saturemos bien y pidamos otra cosa. Esta es
la opinión, un monstruo que come mucho, pero es gourmet y no gusta de hartarse
siempre con el mismo manjar. En fin, las victorias que habéis alcanzado sobre los
liberales, quiero celebrarlas esta tarde con un bailecito, ahí, en la explanada.
MONSA.- Niña, déjate ahora de bailes.
SUSANA.- He mandado a Bonaire que me traiga todos los músicos que encuentre en
el pueblo.
SATURNA.- Nada; se le ha metido en la cabeza...
SUSANA.- Pero ¿qué mal hay en esto? Bailaremos y nos divertiremos. La guerra y
la política no están reñidas con el placer honesto. Me he criado en Francia, donde los
grandes sucesos históricos se han señalado siempre con ruidosas fiestas... Pero nada
dispondré sin tener el permiso de mi tío, el Marqués Regente. Voy a verle.
JUAN.- Bajo mi responsabilidad, yo doy el permiso.
SUSANA.- Bien, muy bien. Eso es rendimiento; eso es galantería.
JUAN.- Tendréis mucha gente. Las sobrinas del señor Arzobispo, las de Castell, las
de...
MONSA.- Caballeros, muy pocos, porque están todos en el campo de batalla.
JUAN.- Puedes invitar a los que han venido de Francia para defender con nosotros al
Rey absoluto.
SUSANA.- ¿Sí?... ¿Se llaman? ¿A ver si les conozco?
JUAN.- El uno... (Recordando.) no sé qué de San Valerio...
SUSANA.- ¿San Valerio?... Saint Valiere, quizás.
JUAN.- No; es español. Hay otro, recomendado por Balmaseda, que trae, además,
cartas del secretario de Chateaubriand.
SUSANA.- (Con interés.) ¿Su nombre...?
JUAN.- Berenguer... me parece.
SUSANA.- Ya, ya... le conozco, Berenguer. Le vi y le hablé en el bosque de Foix la
semana pasada en una fiesta que dio madame de la Grangerie, nuestra parienta.
MONSA.- ¿Es francés?
SUSANA.- Quia. Español recriado en el Lauguedoc; el hombre de cabeza más
exaltada que he visto en mi vida. Por supuesto, frenético por el absolutismo.
SATURNA.- ¿Y están ya en Urgell esos nuevos adalides?
JUAN.- Sí... les espero aquí.
MONSA.- (Mirando por la izquierda.) Concluida la sesión. Tu padre viene.