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—Yo -decía mi padre- soy responsable de todos los actos de todos los hombres.
—Sin embargo, -le dijeron-, unos se conducen como cobardes y otros traicionan. ¿Dónde estaría tu falta?
—Si alguno se convierte en cobarde, soy yo. Y si alguno traiciona, soy yo que me traiciono a mí mismo.
—¿Cómo puedes traicionarte a ti mismo?
—Acepto una imagen de los acontecimientos según la cual ellos me hacen un flaco servicio -dijo mi padre. Y soy responsable de esto porque la impongo. Y se transforma en verdad. Es, pues, la verdad de mi enemigo a la que sirvo.
—¿Y por qué serías cobarde?
—Llamo cobarde -respondió mi padre- a aquél que habiendo renunciado a moverse, se descubre desnudo. Cobarde aquél que dice: «El río me arrastra», pues de otra manera, teniendo músculos, nadaría.
Y mi padre resumió:
—Llamo cobarde y traidor a quien se queje de las faltas de los otros y de la fuerza de su enemigo.
Mas ninguno comprendía.
—Hay, sin embargo, evidencias de las que no somos responsables…
—¡No! -dijo mi padre.
Tomó a uno de sus convidados y lo empujó a la ventana:
—¿Qué forma dibuja aquella nube?
El otro observó largamente:
—Un león echado -murmuró por fin.
—Muéstralo a éstos.
Y mi padre, habiendo dividido en dos partes la asamblea, empujó a los primeros a la ventana. Y todos vieron el león echado que les hizo reconocer el primer testigo trazándolo con el dedo.
Después mi padre los colocó a un lado y empujó a otro convidado hacia la ventana:
—¿Qué forma dibuja esa nube?
El otro observó largamente:
—Un rostro sonriente -dijo al fin.
—Muéstralo a éstos.
Y todos vieron el rostro sonriente que les hizo reconocer el segundo testigo trazándolo con el dedo.
Después mi padre apartó a la asamblea lejos de las ventanas.
—Esforzaos por poneros de acuerdo en la imagen que configura la nube -les dijo.
Mas se injuriaron sin provecho; el rostro sonriente era demasiado evidente para los unos y el león echado para los otros.
—Los acontecimientos -les dijo mi padre- carecen igualmente de forma. Tienen la que el creador les acordará. Y todas las formas son verdad.
—Lo comprendemos respecto a la nube -le objetaron-; pero en cuanto a la vida… Porque si se alza el alba del combate y tu ejército es despreciable en comparación con la potencia de tu adversario, no tienes poder para actuar sobre el resultado del combate.
—Ciertamente -dijo mi padre. Como la nube se extiende en el espacio los acontecimientos se extienden en el tiempo. Si quiero amasar mi rostro tengo necesidad de tiempo. No cambiaría nada de lo que esta tarde debe concluirse; pero el árbol de mañana saldrá de mi semilla. Y ella es hoy. Crear no es descubrir para tu victoria de hoy una astucia que el azar te hubiera ocultado. Quedaría sin mañana. Ni una droga que te enmascare la enfermedad; porque la causa subsistiría. Crear es volver la victoria o la curación tan necesarias como el crecimiento del árbol.
Pero aún no comprendían:
—La lógica de los acontecimientos…
Entonces fue cuando mi padre los insultó con cólera:
—¡Imbéciles! -les dijo. ¡Ganado castrado! ¡Historiadores, lógicos y críticos, sois el gusano de los muertos y jamás cogeréis nada de la vida!
Se volvió hacia el primer ministro:
—El rey, mi vecino, quiere declararnos la guerra. Desde luego, no estamos preparados. La creación no consiste en modelar en la jornada ejércitos que no existen. Lo que es infantil. Sino en modelar un rey, mi vecino, que tenga necesidad de nuestro amor.
—Pero no está en mí el poder modelarlo…
—Conozco una cantante -le respondió mi padre-, en quien pensaría si me fatigo de ti. Nos cantó la otra tarde la desesperación de un pretendiente fiel y pobre que no osa confesar su amor. He visto llorar al general en jefe. A pesar de que es rico, revienta de orgullo y viola a las muchachas. Ella nos lo había cambiado en diez minutos en ese ángel de candor del que experimentaba todos los escrúpulos y todas las penas.
No sé cantar -murmuró el primer ministro.