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Quiero apartarte los ojos del espejismo de la isla. Porque crees que en la libertad de los árboles y de las praderas y de los rebaños, en la exaltación de la soledad de los grandes espacios, en el fervor del amor sin freno, vas a crecer recto como un árbol. Pero los árboles que he visto crecer más rectos no son los que brotan libres. Porque éstos no se apresuran a crecer, se distraen en su ascensión y suben torcidamente. Mientras que aquéllos que están en una selva virgen, acosados por enemigos que le roban su parte de sol, escalan el cielo verticalmente con la urgencia de un reclamo.
Porque no encontrarás en tu isla ni libertad, ni exaltación, ni amor.
Y si te hundes por mucho tiempo en el desierto (porque otra cosa es reposar allí del ajetreo de las ciudades), no conozco más que un remedio para animarlo para ti, un medio para conservar tu hálito y tornarlo sostén de tu exaltación. Y es el de tender allí una estructura de líneas de fuerzas. Ya sean de la naturaleza o del imperio.
E instalaré la red de pozos bastante avara para que tu marcha tenga en cada uno de ellos más de lo que necesita. Porque es necesario guardar para el séptimo día el agua de los odres y tender hacia ese pozo con todas tus fuerzas. Y ganarlo por su victoria. Y sin duda, perder las cabalgaduras en forzar ese espacio y esa soledad; porque valdrá el premio de los sacrificios consentidos. Y las caravanas hundidas en la arena, que no lo han encontrado, atestiguan su gloria. Y resplandece sobre sus huesos bajo el sol.
Compruebas el estado de las reservas de agua, llamas a lo mejor de ti mismo. Y allá vas en la marcha hacia tu región lejana, a la que más allá de las arenas bendicen las aguas, avanzando por la extensión de un pozo a otro, como por los peldaños de una escalera, compenetrado, ya que es una danza que hay que danzar y un enemigo al que hay que vencer, del ceremonial del desierto. Y al mismo tiempo que tus músculos, yo te edifico un alma.
… Pero si quisiera enriquecértela aun más, si quiero que los pozos atraigan o rechacen con más fuerza como polos, y que el desierto sea construcción para tu espíritu y para tu corazón, lo poblaré de enemigos. Éstos poseerán los pozos y para beber te será necesario combatir y vencerlos. Y según que las tribus acampadas aquí o allá fueran más crueles, menos crueles, más vecinas en espíritu o de una lengua impenetrable, mejor o peor armadas, tus pasos se harán más ágiles o menos ágiles, más discretos o más resonantes, y las distancias batidas en el curso de tus jornadas de marcha variarán, a pesar de que visualmente, se trate de una extensión semejante en todos sus puntos. Y así se imantará, se diversificará y se coloreará diferentemente una inmensidad que primero era amarillenta y monótona, pero que para tu espíritu cobrará más relieve que esos países dichosos donde están los frescos valles, las montañas azules, los lagos de agua dulce y las praderas.
Porque aquí tu paso será el de un castigado a muerte, y allá el de un hombre liberado, aquí el de una sorpresa y allá el de la solución de una sorpresa. Aquí el de una persecución, y allá el de una discreción atenta como en la habitación donde duerme ella y no quieres despertarla.
Y sin duda, no pasará nada en el curso de la mayoría de tus viajes, porque es suficiente que juzgues válidas esas diferencias y motivado y necesario y absoluto el ceremonial que nacerá para enriquecer la calidad de tu danza. Milagro será si el que agrego a tu caravana sin conocer tu lenguaje y sin participar de tus temores, esperanzas y alegrías, reducido a los mismos gestos que los conductores de las cabalgaduras, encuentra algo más que un desierto vacío; pero bostezará a lo largo de la travesía por una extensión interminable de la que no recibirá más que fatiga, y nada de mi desierto cambiará a ese viajero. El pozo no habrá sido para él más que un agujero de tamaño mediocre que ha sido necesario destapar de la arena. ¿Y qué hubiera conocido del cansancio, si éste es por esencia invisible? Porque no se trata más que de un puñado de granos impulsados por los vientos, aun cuando sean suficientes como para cambiarlo todo en aquél que se encuentre ligado a ellos, de igual manera como la sal transfigura un festín. Y mi desierto, al mostrarte las reglas del juego, se tornará para ti de una tal atracción y de un poder tal, que yo puedo elegirte superficial, egoísta, limitado y escéptico en los barrios de mi ciudad o en el estancamiento de mi oasis, e imponerte una única travesía del desierto, para hacer emerger de ti al hombre, como una simiente que sale de su vaina, y ampliarte de corazón y de espíritu. Y volverás a mí ya cambiado, y magnífico, y edificado para vivir la vida de los fuertes. Y si me he limitado a hacerte participar de su lenguaje, porque lo esencial no son las cosas, sino el sentido de las cosas, el desierto te habrá hecho germinar y crecer como un sol.
Lo habrás atravesado como una piscina milagrosa. Y cuando llegues al otro borde, riente, viril y sorprendente, ellas las mujeres, reconocerán en ti al que buscaban; y no tendrás ya que despreciarlas para obtenerlas.
Cuán insensato el que pretende buscar la dicha de los hombres en la satisfacción de sus deseos, creyendo, de tanto mirarlos andar, que lo que ante todo cuenta para el hombre es el alcanzar el fin. Como si hubiera algún fin.
Por eso te digo que para el hombre cuentan ante todo la tensión de las líneas de fuerza en las cuales se sumerge y su propia densidad interior que se deriva de ellas, y el resonar de sus pasos, y la atracción de los pozos y la dureza de la pendiente de la montaña que hay que subir. Y quien la ha sabido subir, si acaba de sobrepasar por la fuerza de sus puños y a costa de sus rodillas una aguja de roca, no vas a pretender que su placer tenga la calidad mediocre del placer de ese sedentario que luego de arrastrar un día de reposo su carne blanda, se tira por la hierba en la cima fácil de una colina roma.
Pero tú has desimantado todo al deshacer el lazo divino que ata las cosas. Porque al ver que los hombres se esforzaban por llegar a los pozos, has deducido que se trataba de una cuestión de pozos y les has perforado muchos. Porque al ver a los hombres tender hacia el reposo del séptimo día, has multiplicado sus días de reposo. Porque al ver a los hombres desear los diamantes, se los has distribuido en montón. Porque al ver a los hombres temer a sus enemigos, les has suprimido sus enemigos. Porque al ver a los hombres desear el amor, les has edificado barrios reservados, grandes como capitales, donde todas las mujeres se venden. Y te has mostrado, así, más estúpido que ese antiguo jugador de bolos de quien te he hablado en otro tiempo, que buscaba, sin encontrarla, la voluptuosidad en una cosecha de bolos que le entregaban sus esclavos.
Pero no vayas a creer que te he dicho que se trataba de cultivar tus deseos. Porque si nada se mueve allí, no hay líneas de fuerza. Y si el pozo está próximo a ti, ciertamente, lo deseas cuando te mueres de sed. Mas, si por alguna razón te fuera inaccesible y no pudieras recibir ni darle nada, ese pozo será como si no existiera para ti. Lo mismo ocurre con ésa que pasa y con la que te cruzas, que no puede ser para ti. Está más lejana para ti a pesar de la distancia, que una mujer de otra ciudad y casada en otra parte. La transfiguro si la sé elemento de una estructura tendida para ti. En la que, por ejemplo, puedas soñar, avanzar hacia ella por la noche, poner una escala en su ventana para raptarla y echarla en tu caballo y regocijarte en tu guarida. O si tú fueras soldado y ella una reina, podrías esperar morir por ella.
Débil y lamentable es la alegría que extraes de las falsas estructuras cuando te las inventas por jugar. Porque si amas ese diamante, te bastaría marchar hacia él con cortos pasos y más y más lentamente, para vivir una vida patética. Pero si tu marcha lenta hacia el diamante es un rito que te encierra y te impide acelerar, si al empujar con todas tus fuerzas contra él, lo que encuentras son más frenos que te impiden acelerar más. Si el acceso al diamante no te es impedido en forma absoluta -lo cual le quitaría su significación, transformándolo en un espectáculo sin peso- ni te es difícil por una invención estúpida -lo cual sería caricatura de la vida-, sino que es para ti estructura fuerte y de calidad numerosa, entonces eres rico. Y no conozco otra cosa para fundarte más que a tu enemigo; y en esto no hallo nada que pueda sorprenderte, porque digo simplemente que se necesitan dos para hacer la guerra.
Porque tu riqueza está en perforar pozos, alcanzar un día de reposo, extraer un diamante y ganar el amor.
Pero no está en poseer pozos, días de reposo, diamantes, y la libertad en el amor. Ni tampoco en desearlo sin quererlo.
Y no comprendes nada de la vida si opones como palabras que se sacan la lengua el deseo y la posesión. Porque tu verdad de hombre las domina y no hay nada en ellas de contradictorio. Porque es necesario la total expresión del deseo y que encuentres no obstáculos absurdos, sino el obstáculo mismo de la vida, al otro danzarín que es el rival, y entonces se establece la danza. De otra manera, serías tan estúpido como el que juega a cara o cruz contra sí mismo.
Si mi desierto fuera demasiado rico en pozos, hubiera sido necesario que viniera una orden de Dios para prohibir algunos.
Porque las líneas de fuerza creadas deben dominarte desde lo más alto para que encuentres en ellas tus inclinaciones, tus tensiones y tus marchas; pero como todas no son igualmente buenas, deben semejarse a alguna cosa que no te incumbe comprender. Por eso digo que existe un ceremonial de los pozos en el desierto.
No esperes, pues, nada de la isla venturosa que es para ti provisión hecha de una vez para siempre, como esa cosecha de bolos caídos. Porque allí te tornarás rebaño taciturno. Y si a los tesoros de tu isla, que imaginabas resonantes, los quiero hacer resonar, una vez abordados en la noche, te inventaré un desierto y los distribuiré según las líneas de un rostro que no será el de la esencia de las cosas.
Y si deseara salvar tu isla, te haría don de un ceremonial de los tesoros de la isla.