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Los actos bajos suscitan como vehículo a las almas bajas. Los actos nobles, a las almas nobles.
Los actos bajos se formulan por motivos bajos. Los actos nobles, por motivos nobles.
Si yo ordeno traicionar, lo haré por medio de traidores.
Si ordeno edificar, lo haré por medio de albañiles.
Si ordeno la paz, la haré firmar por cobardes.
Si ordeno morir, haré declarar la guerra por medio de los héroes.
Pues, evidentemente, de las diversas tendencias, la que arrastra es la que ha gritado más fuerte en una dirección. Y si la dirección necesaria es humillante, la misma tendencia que la ha deseado en momentos en que no era necesaria, por simple bajeza, será quien te conducirá.
Es difícil decidirse por la rendición consultando a los más heroicos, igual que es difícil optar por el sacrificio consultando a los más cobardes.
Y si un acto es necesario aunque sea humillante desde un cierto punto de vista, ya que nada es simple, yo impulsaré adelante a aquél que hediendo más, hará menos ascos. No elijo a mis limpiadores de cloacas entre los que son delicados de olfato.
Lo mismo ocurre con las negociaciones con mi enemigo, si éste es el vencedor. Pero no vayas a reprocharme que estime a uno y me someta de buen grado al otro.
Pues en verdad, si pides una explicación a mis limpiadores de cloacas, te dirán que las limpian por gusto del olor de las suciedades.
Y mi verdugo te dirá que decapita por gusto de la sangre.
Pero te engañarías si me juzgaras, a mí que los incito, según su lenguaje. Porque es mi horror a las suciedades y es mi amor al umbral lustrado lo que me hace llamar a los limpiadores de cloacas. Y es mi horror a la sangre vertida cuando es inocente, lo que me ha constreñido a inventar un verdugo.
Y ahora no escuches hablar a los hombres si deseas comprenderlos. Porque si he decidido la guerra y el sacrificio de la vida para salvar los graneros del imperio, como los más heroicos se habrán lanzado a la vanguardia para predicar la muerte, ellos te hablarán del único honor y de la única gloria de morir. Pues nadie muere por un granero.
Y lo mismo ocurre con el amor por el navío, que se convierte en amor por los clavos en el fabricante de clavos.
Y si he decidido la paz para salvar del saqueo total alguna cosa de los mismos graneros, antes que el fuego lo haya destruido todo y que no exista más problema de paz o de guerra, sino el sueño de los muertos, como los menos prevenidos contra el enemigo que se habrán lanzado hacia adelante para firmarla, te hablarán de la belleza de esas leyes y de la justicia de esas decisiones. Y éstos también creerán en lo que dicen. Pero se trataba de una cosa muy diferente.
Si rehúso alguna cosa es la que rehusase todo lo que la rehusara. Si acepto alguna cosa es la que aceptase todo lo que la aceptara.
Pues el imperio es algo poderoso y pesado, que no se conduce con un viento de palabras. Esta noche, desde lo alto de mi terraza, considero esta tierra negra donde están esos millares de millares que duermen o velan, dichosos o desdichados, satisfechos o insatisfechos, confiados o desesperados. Y se me hace, ante todo, evidente que el imperio no tenía voz porque es un enorme gigante sin lenguaje. ¿Y cómo haré para transportar en ti al imperio con sus deseos, sus fervores, sus cansancios, sus reclamos, si no sé ni siquiera encontrar las palabras que transportarían la montaña hasta ti, que no has conocido nunca más que el mar?
Aquéllos hablan todos, en nombre del imperio, y diferente los unos de los otros. Y ellos tienen razón al tratar de hablar en nombre del imperio. Porque esta bien encontrarle un grito a ese gigante sin lenguaje.
Y te lo he dicho de la perfección. El cántico bello nace de los cánticos fracasados; porque si nadie se ejercita en el canto no nacerán bellos cánticos.
Así, pues, todos ellos se contradicen porque no existe aún un lenguaje para expresar al imperio. Deja hacer. Escúchalos a todos. Todos tienen razón. Pero ellos no han escalado lo suficientemente alto sus montañas para comprender que el otro tiene razón.
Y si comienzan a desgarrarse, a aprisionarse, y a matarse entre ellos es que tienen el deseo de una palabra que aún no saben formar.
Y yo les perdono cuando balbucean.