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Desconfío del que tiende a juzgar desde un punto de vista. Como de aquél que, viéndose embajador de una gran causa a la que se ha sometido, se ciega.
Se trata de despertar en él al hombre, cuando le hablo. Pero desconfío de su audiencia. Será en primer lugar habilidad, astucia de guerra, y digerirá mi verdad para someterla a su imperio. ¿Y cómo reprocharle esa diligencia cuando su grandeza nacía de la grandeza de su causa?
Aquél que me escucha y con el cual me comunico a pie llano y que no digiere mi verdad para hacerla suya y servirse de ella en contra de mí, aquél del que digo que está perfectamente aclarado, es en general el que no trabaja, no actúa, no lucha, y no resuelve ningún problema. Es en alguna parte lamparilla inútil que luce para sí misma y para el lujo, flor delicada del imperio, pero estéril por ser demasiado pura.
Entonces se plantea el problema de mis relaciones y comunicaciones y de la pasarela entre ese embajador de una causa extranjera a la mía y yo mismo. Y del sentido de nuestro lenguaje.
Pues la única comunicación es a través del dios que se muestra. Y lo mismo que me comunico con mi soldado solamente a través del rostro del imperio, que es significación para uno y otro. Lo mismo que el que ama y se comunica a través de los muros con la que está en su casa y que puede amar aunque esté ausente o dormida. Si se trata del embajador de una causa extranjera y si pretendo jugar con él algo más alto que un juego de ajedrez y hallar al hombre en esa etapa en que la bellaquería se halla dominada y en la que, aun cuando choquemos en la guerra, nos estimamos y respiramos en presencia el uno del otro, como aquel jefe que reinaba en el este del imperio y que fue el amado enemigo, no lo abordaré sino a través de la imagen nueva, la cual será nuestra común medida.
Y si cree en Dios, y yo lo mismo, y si somete su pueblo a Dios, y yo el mío, nos abordamos en igualdad de condiciones bajo la tienda de tregua en el desierto, manteniendo a lo lejos nuestras tropas de rodillas, y podemos, uniéndonos en Dios, orar juntos.
Pero si no hallas ningún dios que domine, no hay esperanza de comunicar pues los mismos materiales tienen sentido en su conjunto y sentido diferente en el tuyo, lo mismo que las piedras semejantes construyen, según la arquitectura, templos distintivos; ¿y cómo expresarte cuando victoria significa para ti su derrota y tu derrota significa para él su victoria?
Y he comprendido, sabiendo que nada enunciable importa, sino solamente la caución que está detrás, a la que el enunciado se afilia o de la cual transporta el peso, sabiendo que lo usual no provoca movimiento del alma ni del corazón y que el «préstame tu hornillo», si puede agitar al hombre es a causa de un rostro lesionado, como si, por ejemplo, el hornillo fuera de tu patria interior y significa el té cerca de ella después del amor, o si ella estaba afuera y significaba opulencia o fasto… Comprendo, pues, por qué nuestros refugiados bereberes reducidos a los materiales, sin nudo divino que anude las cosas, incapaces con estos materiales, aun suministrados con profusión, al construir la invisible basílica de la que no hubieran sido más que piedras visibles, descendían al rango de la bestia cuya sola diferencia es que ella no accede a la basílica y limita sus magras alegrías al magro disfrutar de los materiales.
Y comprendí por qué tanto les asombró el poeta que suministró mi padre, cuando cantó simplemente las cosas que resonaban las unas en las otras.
Y los tres guijarros blancos del niño: riqueza más grande que muchos materiales en desorden.