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De este modo, me pareció en el primer momento que eran desdichados. La noche vino como un navío donde Dios encierra a sus pasajeros sin capitán y se me ocurrió la idea de desempatar a los hombres. Deseando comprender la dicha.
Hice sonar las campanas. «Venid vosotros a quienes la dicha colma». Porque la dicha se la siente como un fruto pleno de su sabor. Y a ésta la he visto con las dos manos en el pecho, inclinada hacia adelante, como henchida. Y se allegaron pues a mi derecha.
—Venid aquí los desdichados. -E hice sonar las campanas para éstos. Venid a mi izquierda -les dije. Y cuando los hube separado, trataba de comprender. Y me preguntaba: «¿De dónde procede el mal?».
Porque no creo en la aritmética. Ni la angustia ni la alegría se multiplican. Y si uno solo sufre en mi pueblo, su sufrimiento es grande como el de un pueblo. Y al mismo tiempo, está mal que ése no se sacrifique para servir al pueblo.
Así pasa con la alegría. Y si la hija de la reina se casa, he aquí que todo el pueblo danza. Es el árbol que forma su flor. Y juzgo al árbol por su punta.