47

—No os avergoncéis -les dije-, de vuestros odios, de vuestras divisiones, de vuestras cóleras. No extendáis el puño por causa de la sangre vertida ayer; pues si salís renovados de la aventura, como el niño del seno desgarrado, o el animal, alado y embellecido, de las desgarraduras de su crisálida, ¿qué cogeréis, del ayer, en nombre de verdades que se han vaciado de su sustancia? Porque a los que se baten y se desgarran, los he comparado, instruido por la experiencia, a la prueba sangrante del amor. Y el fruto que nacerá no es de uno ni de otro, sino de ambos. Y domina a los dos. Y se reconcilian en él, hasta el día en que ellos mismos, en la nueva generación, sean la prueba sangrante del amor.

”Sufren, por cierto, los horrores del parto. Pero pasado el horror llega la hora de la fiesta. Y se reencuentran en el recién nacido. Y ved, cuando la noche os toma y os adormece, que sois en todo semejante los unos a los otros. Y lo he dicho de aquellos mismos que en las prisiones llevan sus collares de condenados a muerte: no difieren de los otros. Importa solamente que se reencuentren en su amor. Perdonaré a todos haber dado muerte porque rehúso distinguir según los artificios del lenguaje. Éste ha dado muerte por amor de los suyos, porque no se juega la vida sino por amor. Y el otro también mató por amor a los suyos. Sabed reconocerlo y renunciad a llamar error a lo contrario de vuestras verdades, y verdad al contrario del error. Porque sabed que la evidencia que os aprisiona y os obliga a escalar vuestra montaña es la misma que aprisionó al otro que escala igualmente su montaña. Y que está gobernado por la misma evidencia que os hizo levantaros en la noche. Quizá no la misma; pero fuerte del mismo modo.

”Sólo sabéis de ese hombre lo que niega al hombre que sois. Y él, lo mismo, lee en vosotros únicamente lo que lo niega. Y cada uno sabe bien que en el interior de sí mismo es diferente a una negación glacial, o rencorosa, si no descubrimiento de un rostro tan evidente, simple y puro, que os hace aceptar la muerte por él. De tal modo que os odiáis mutuamente por inventar un adversario mentiroso y vacío. Mas yo, que os domino, yo os digo que amáis el mismo rostro, aunque mal reconocido y mal descubierto.

”Lavaos pues de vuestra sangre: nada se construye con la esclavitud sino las revueltas de esclavos. Nada se logra con el rigor si no hay pendientes hacia la conversión. Si la fe ofrecida nada vale y si las pendientes vierten la conversión, entonces ¿para qué el rigor?

”¿Para qué usaréis vuestras armas al llegar el día? ¿Qué ganaréis con esos degollamientos en los que ignoráis a quién matáis? Desprecio la fe rudimentaria que sólo concilia a los carceleros.

Te desaconsejo, pues, la polémica. Porque no conduce a nada. Y al juzgar los que se equivocan rehusando tus verdades en nombre de sus propias evidencias, considera, en nombre de tu propia evidencia, que si polemizas contra ellos, rehúsas sus verdades.

Acéptalos. Tómalos por la mano y guíalos. Diles: «Tenéis razón, escalemos sin embargo la montaña»; y estableces el orden en la montaña, y respiran sobre la extensión que han conquistado.

Porque no se trata de decir: esta ciudad es de treinta mil habitantes, a lo que otro te respondería: «Tiene sólo veinticinco mil», porque, en efecto, todos concordaréis en un número. Y habría pues uno que se equivocaría. Mas esta ciudad es operación de arquitecto y establo. Navío que lleva a los hombres. Y otro diría: «Esta ciudad es cántico de hombres en un mismo trabajo…».

Porque se trata de decir: «Es fértil la libertad que permite el nacimiento del hombre y las contradicciones nutritivas». O: «La libertad pudre; pero la sujeción es fértil, pues es necesidad interior y principio del cedro». Y vierten su sangre uno contra otro. No lo lamentes, pues he aquí dolor de parto y torsión contra sí mismo y llamado a Dios. Di a cada uno: «Tienes razón». Porque tiene razón. Pero condúcelos más alto en su montaña; pues el esfuerzo de escalar, que rehusarían por ellos mismos, exige tanto de los músculos y del corazón, que su sufrimiento los obliga y les da el coraje para escalar. Porque huyes por lo alto si los gavilanes te amenazan. Porque buscas en lo alto al sol si eres árbol. Y tus enemigos colaboran contigo porque no hay enemigo en el mundo. El enemigo te limita: te da tu forma y te funda. Y les dices: «Libertad y sujeción son dos aspectos de la misma necesidad de ser uno y no otro». Libre de ser uno, no libre de ser otro. Libre en un lenguaje. Pero no libre de mezclarle otro. Libre en las reglas de tal juego de dados. Pero no libre de corromperlo alterando sus reglas con las de otro juego. Libre de construir pero no de saquear y destruir por un uso inadecuado la reserva misma de tus bienes, como aquél que escribe mal y extrae sus efectos de sus licencias, destruyendo así su propio poder de expresión; pues nadie sentirá nada al oírlo cuando haya destruido el sentido del estilo entre los hombres. Así pasa con el asno que yo comparo al rey, que hace reír en tanto que el rey es respetable y respetado. Después llega el día en que se identifica con el asno. Y no formulo sino una evidencia.

Y todos lo saben, porque los que reclaman la libertad reclaman la moral interior a fin de que el hombre sea gobernado a pesar de todo. Y el gendarme, se dicen, está adelante. Y los que reclaman la sujeción te afirman que es libertad de espíritu, porque eres libre en tu casa de atravesar las antecámaras, de medir las salas, de un extremo a otro, de empujar las puertas o de subir o bajar las escaleras. Y tu libertad crece según el número de paredes y de trabas y de cerrojos. Y tienes tantos actos posibles que se te proponen, y entre los que puedes escoger, como obligaciones te ha impuesto la dureza la piedra. Y en la sala común donde acampas en el desorden, ya no hay libertad, sino disolución.

A fin de cuentas, todos sueñan con una misma ciudad. Pero uno reclama para el hombre, tal como es, el derecho de obrar. El otro el derecho de modelar al hombre para que sea y pueda obrar. Y todos celebran al mismo hombre.

Pero ambos también se equivocan. El primero lo cree eterno y existente en sí. Sin saber que veinte años de enseñanzas, de sujeciones y de ejercicios han fundado éste en él y no otro. Y que tus facultades de amor provienen del ejercicio de la plegaria y no de tu libertad interior. De este modo sucede con el instrumento de música si no has aprendido a tocar, o con el poema, si no conoces ningún lenguaje. Y el segundo se equivoca también, porque cree en los muros y no en el hombre. De este modo se dirige al templo, no a la plegaria. Porque, de las piedras del templo, lo único que cuenta es el silencio que las domina. Y ese mismo silencio en el alma de los hombres. Y el alma de los hombres donde existe ese silencio. He aquí el templo delante del cual me prosterno. Pero el otro hace un ídolo de piedra y se prosterna delante de la piedra que es sólo piedra…

Lo mismo pasa con el imperio. Y no convertí en dios al imperio para que esclavice a los hombres. No sacrifico los hombres al imperio. Sino que fundo el imperio para que los hombres se llenen de él y él los anime: el hombre para mí es más importante que el imperio. Para fundar los hombres los he sometido al imperio. No es para fundar el imperio que he esclavizado a los hombres. Pero abandona ya ese lenguaje que no lleva a nada y distingue la causa del efecto y al señor del servidor. Porque sólo hay relaciones y estructuras y dependencias internas. Yo, que reino, no estoy más sometido a mi pueblo de lo que cualquiera de mis súbditos lo está a mí. Yo, que subo a mi terraza y recibo sus quejas nocturnas y sus balbuceos y sus gritos de sufrimiento y el tumulto de sus alegrías para hacer de ellos un cántico a Dios, me conduzco, pues, como su servidor. Soy yo el mensajero que los reúne y los transportas Soy yo el esclavo cargado con sus literas. Soy yo su traductor.

Así yo, su piedra angular, soy el nudo que los reúne y los ata en forma de templo. ¿Cómo me querrán? ¿Algunas piedras se estimarán lesionadas por tener que sostener su piedra angular?

No aceptes discusiones sobre tales asuntos, porque son vanas.

Ni tampoco discusiones sobre los hombres. Porque siempre confundes los efectos con las causas. ¿Cómo quieres que sepan lo que pasa a través de ellos si no existe un lenguaje que pueda captarlo? ¿Cómo reconocerá la gota de agua su calidad de río? Y sin embargo, el río fluye. ¿Cómo reconocerá cada célula que es árbol? Y sin embargo, el árbol crece. ¿Cómo tendrá cada piedra conciencia del templo? Y sin embargo, ese templo encierra su silencio como un granero.

¿Cómo conocerán los hombres sus actos si no han escalado trabajosamente la montaña, en soledad, para trasmutarse en silencio? Y aunque Dios solamente puede conocer la forma del árbol, ellos saben que uno tira hacia la izquierda y el otro a la derecha. Y cada uno quiere matar al que lo molesta y se mofa de él, sin que ninguno sepa adónde va. Del mismo modo son enemigos los árboles del trópico. Porque se aplastan entre sí y se roban su parte de sol. Y sin embargo, la selva crece y cubre la montaña con una piel negra que distribuye sus pájaros en el alba. ¿Crees que el lenguaje de cada uno captará la vida?

Cada año nacen chantres que te dicen que las guerras son imposibles, puesto que nadie desea sufrir, dejar su mujer y sus niños, ganar un territorio del cual no disfrutará para sí, y morir después al sol por mano enemiga, con piedras cosidas en el vientre… Y, por cierto, preguntas a cada uno su elección. Y cada uno rehúsa. Y sin embargo, al año siguiente, nuevamente el imperio toma las armas, y todos los que rehusaban la guerra, que era inaceptable en las operaciones de su magro lenguaje, se reúnen en una moral informulable para un paso que no tenía sentido para ninguno de ellos. Se ignora al árbol que se funda. Y sólo lo reconoce aquél que se hace profeta en la montaña.

Lo que se funda y lo que efectivamente muere siendo más grande que ellos, puesto que se trata de hombres, pasa a través de los hombres sin que sepan formularlo: pero su desesperación es signo. Y si muere un imperio descubrirás esta muerte en que tal o cual pierde su fe en el imperio y falsamente lo harás responsable de la muerte del imperio: porque no hacía más que mostrar el mal. Pero ¿cómo distinguirás entre los efectos y las causas? Y si la moral se pudre leerás los signos en la malversación de tus ministros. Pero puedes cortarles la cabeza: eran los frutos de la podredumbre. No luchas contra la muerte enterrando los cadáveres.

Mas ciertamente es preciso enterrarlos; y los entierras. Separo a los que están podridos. Pero prohíbo por dignidad que se polemice respecto al hombre. Me disgustan los ciegos cuando se injurian a propósito de sus deformidades. ¿Y cómo perdería mi tiempo escuchándolos proferir esas injurias? Mi ejército pierde pie, el general lo acusa y él acusa a su general. Y el conjunto acusa a los malos ejércitos. Y el ejército acusa a los mercaderes. Y los mercaderes acusan al ejército. Y todos aún acusan a otros. Y yo respondo: «Es preciso cortar las ramas muertas pues llevan el signo de la muerte». Mas es absurdo acusarlas de la muerte del árbol. Es el árbol el que muere cuando mueren sus ramas. Y la rama muerta era sólo un signo.

Así pues, cuando los veo podrir los corto sin ocuparme de ellos; pero miro hacia otro lado. No son hombres que se pudren. Es un hombre que se pudrió en ellos. Y estudio atentamente la enfermedad del arcángel…

Y sé bien que el único remedio está en los cánticos y no en las explicaciones. ¿Alguna vez resucitaron la vida las explicaciones de los médicos? Porque ellos dicen: «He aquí por qué ha muerto…». Y, por cierto, ha muerto por una causa conocible y por un desarreglo de sus vísceras. Pero la vida era otra cosa diferente a un arreglo de las vísceras. Y cuando has arreglado todo con tu lógica, el conjunto semeja una lámpara de aceite que has forjado y enjoyado y que no da luz si primero no la enciendes.

Amas porque amas. No hay motivo para amar. No hay remedio, sino creación, porque construirás su unidad con el solo movimiento de sus corazones. Y su razón profunda al obrar será ese canto con el que os cargarás.

Y, es cierto, mañana se convertirá en razón, motivo, móvil y dogma. Porque se inclinarán los lógicos sobre tu estatua para desentrañar las razones que tiene para ser bella. ¿Cómo podrían equivocarse puesto que es bella? Es lo que conocen por otras vías distintas a la lógica.

Ciudadela
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