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Nacimiento también de la vanidad cuando no se somete a la jerarquía. (Ejemplo: general, gobernador). Una vez fundado el ser que los somete uno al otro, desaparece la vanidad. Pues la vanidad proviene de que, como bolas mezcladas, si nadie domina aquello de lo cual sois sentido, sombrearéis el lugar ocupado.

Y la gran lucha contra los objetos: ha llegado la hora de hablarte de tu gran error. Pues juzgué fervorosos y dichosos a los que, moviendo y removiendo la ganga en la desnudez de las tierras crujientes, martirizados por el sol como un fruto demasiado maduro, desollados en las piedras, socavando la profundidad de la arcilla para subir a dormir desnudos en la tienda, viven de extraer una vez al año un diamante puro. Y he visto desdichados, agrios de corazón y divididos, a aquéllos que a pesar de gozar el lujo de los diamantes, no veían en ellos más que una vidriería inútil. Pues tú no tienes necesidad de un objeto, sino de un Dios.

Pues ciertamente, la posesión de un objeto es permanente, pero no el alimento que recibes. Pues el objeto no tiene otro sentido que el de aumentarte, y tú te aumentas con su conquista, mas no con su posesión. Por eso venero a aquél que siendo conquista difícil, provoca esa ascensión de montaña; esa educación en vista de un poema; esa seducción del alma inaccesible y que te obliga a transformarte. Pero desprecio al otro que es provisión hecha. Porque no tienes allí ya nada que recibir. Y una vez extraído el diamante, ¿qué harás?

Pues yo traigo el sentido olvidado a la fiesta. La fiesta es coronamiento de los preparativos de la fiesta, la fiesta es la cima de la montaña luego de la ascensión, la fiesta es la captura del diamante cuando logras extraerlo de la tierra, la fiesta es victoria que corona la guerra, la fiesta es la primera cena del enfermo el primer día de su curación, la fiesta es la promesa del amor cuando ella baja los ojos al hablarle tú…

Y por esto, para instruirte, inventé esta imagen:

Si lo deseara, podría crear una civilización ferviente, plena de la alegría de los equipos y de las risas claras de los obreros que vuelven del trabajo, y de un gusto potente de la vida, y de espera cálida de los milagros del día siguiente y del poema en el que sentirás resonar las estrellas, y en la que, sin embargo, no harías otra cosa que revolver el suelo para extraer diamantes que se tornarán al fin en luz luego de esa prisión silenciosa en las murallas del globo. (Pues venidos del sol, luego transformados en helechos, luego en noche opaca, helos ahí vueltos a transformarse en luz). Así, te lo he dicho ya, te aseguro una vida patética si te condeno a esa atracción y te convido una vez al año a la fiesta capital, que consistirá en ofrendar los diamantes, que ante el pueblo sudoroso serán quemados y vueltos a la luz. Pues tus movimientos interiores no son gobernados por el uso de los objetos conquistados, y tu alma se alimenta del sentido de las cosas y no de las cosas.

Y ciertamente, el diamante podría también, para lujo tuyo, adornar a una princesa antes que quemarlo. O, encerrándolo en un cofrecito en el secreto de un templo, hacerlo esplender más fuerte, no para los ojos, sino para el espíritu (que se alimenta a través de los muros). Pero en verdad, nada esencial haré por ti si te lo doy.

Pues ocurre que he comprendido el sentido profundo del sacrificio, que no consiste en dejarte intacto, sino en enriquecerte. Pues te equivocas de mama cuando tiendes los brazos hacia el objeto, cuando lo que buscabas es su sentido. Si te invento un imperio donde cada noche distribuyan diamantes recolectados en otra parte, sería lo mismo que enriquecerte con guijarros; pues no encontrarás en él nada de lo que querías. Más rico es aquél que pena todo el año contra la roca y que quema una vez por año el fruto de su trabajo para extraer el esplendor de su luz, que el otro que todos los días recibe, venidos de otra parte, frutos que nada han exigido de él.

(Igual que con los bolos: tu alegría consiste en voltearlos. Y ésa es la fiesta. Pero nada tienes que esperar de un bolo caído).

Por eso se confunden los sacrificios y las fiestas. Porque muestras en ellos el sentido de tu acto. Pero ¿cómo pretenderías que la fiesta fuera otra cosa que una vez reunida la leña, el fuego de la alegría cuando la quemas? ¿Una vez ascendido a la montaña, tus músculos dichosos ante la extensión? ¿Una vez extraído el diamante, su aparición a la luz? ¿Una vez maduras las viñas, la vendimia? Una fiesta es, luego de una marcha, la llegada y coronamiento de tu marcha; pero no tienes nada que esperar de tu cambio en sedentario. Por eso es que no te instalas ni en la música, ni en poema, ni en la mujer conquistada, ni en el paisaje entrevisto desde lo alto de las montañas. Y yo te pierdo si te distribuyo en la igualdad de mis días. Si no los ordeno como a un navío que va a alguna parte. Pues el poema mismo es una fiesta a condición de trepar por él porque el templo es una fiesta a condición de liberarte de las preocupaciones mediocres. Has sufrido todos los días la ciudad que te ha quebrado con su ajetreo. Has sufrido todos los días esa fiebre nacida de la urgencia del pan que ganar, y de las enfermedades que curar, y de los problemas que resolver, yendo allí y allá, riendo allí y llorando allá. Luego viene la hora concedida al silencio y a la beatitud. Y subes los escalones y, empujas la puerta y no hay nada para ti que la plena mar y la contemplación de la vía láctea, y la provisión de silencio, y la victoria contra lo usual. Y tú tenías necesidad de ellos como de alimento, pues había sufrido objetos y cosas que no son para ti. Y te era necesario llegar aquí para que naciera un rostro de las cosas, y que se establezcan una estructura que le dé un sentido a través de los espectáculos dispares del día. Pero ¿qué vendrás a hacer a mi templo si no has vivido en la ciudad y luchado y trepado y sufrido, si no traes la provisión de piedras con las cuales edificar en ti? Yo te lo he expresado con respecto a mis guerreros y al amor. Si no eres más que amante, no hay nadie que ame, y la mujer bosteza a tu lado. Sólo el guerrero puede hacer el amor. Si no eres más que guerrero, no hay nadie que muera sino un insecto vestido de escamas de metal. Sólo el hombre que ha amado puede morir como hombre. Y no hay aquí otra contradicción que la del lenguaje. Así, frutos y raíces tienen una medida común que es el árbol.

Ciudadela
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