14
En el silencio de mi amor hice ejecutar a gran número de ellos. Pero cada muerte alimentaba la lava subterránea de la rebelión. Pues se acepta la evidencia. Pero no la había. No se comprendía bien en nombre de qué verdad clara habían vuelto a morir. Fue entonces cuando recibí de la sabiduría de Dios enseñanzas sobre el poder.
Porque el poder no se explica por el rigor, sino por la mera sencillez del lenguaje. Y ciertamente, es necesario el rigor para imponer el lenguaje nuevo, pues nada lo demuestra y no es más verdadero ni más falso, sino otro. Pero ¿cómo impondría el rigor un lenguaje que por sí mismo dividiría a los hombres permitiéndoles contradecirse? Porque imponer semejante lenguaje es imponer la división y desmantelar el rigor.
Lo puedo, a mi arbitrio, cuando simplifico. Entonces impongo al hombre de porvenir otro porvenir más extendido, más claro, más generoso y más ferviente, al fin unido a él mismo en sus aspiraciones, y una vez que llega a ser, cómo reniega de la larva que descubre haber sido, cómo se asombra de su propio esplendor, se maravilla y se hace mi aliado y el soldado de mi rigor. Y mi rigor no tiene otro cimiento que su papel. Es puerta monumental a través de la cual quizás los latigazos obliguen a pasar al rebaño para que mude y se transfigure. Pero a todos aquéllos no se los ha obligado: son convertidos.
Mas no hay rigor eficaz si una vez franqueado el pórtico, los hombres despojados de sí mismos y salidos de sus crisálidas no sienten abrirse en ellos alas y, lejos de celebrar el sufrimiento que las ha consolidado, se descubren amputados y tristes, y se vuelven hacia la orilla que han abandonado.
Entonces, tristemente inútil, llena los ríos de sangre de los hombres.
Los que ejecutaba, significándome que no había podido convertirlos, me demostraban mi error. Entonces inventé esta plegaria:
—Señor, mi manto es demasiado corto y soy un mal pastor que no sabe abrigar a su pueblo. Respondo a las necesidades de éstos y dejo a aquéllos en las suyas.
”Señor, sé que toda aspiración es bella. La de la libertad y la de la disciplina. La del pan para los niños y la del sacrificio del pan. La de la ciencia que examina y la del respeto que acepta y consolida. La de las jerarquías que diviniza y la de la partición que distribuye. La del tiempo que permite la meditación y la del trabajo que llena el tiempo. La del amor por el espíritu que castiga la carne y engrandece al hombre, y la de la piedad que cura la carne. La del futuro por construir y la del pasado por salvar. La de la guerra que planta los granos y la de la paz que los recoge.
”Pero sé también que esos litigios son litigios del lenguaje, y que cada vez que el hombre se eleva los mira desde más alto. Y los litigios desaparecen.
”Señor, quiero consolidar la nobleza de mis guerreros y la belleza de los templos por la que los hombres se cambian y que da un sentido a su vida. Pero esta tarde, al pasearme en el desierto de mi amor, he encontrado a una pequeñuela llorando. Le volví la cabeza para leerle los ojos. Y su aflicción me ha ofuscado. Si rehúso, Señor, conocerla, rehúso una parte del mundo, y no he acabado mi obra. No es que me aparte de mis grandes fines. ¡Pero que esta pequeñuela sea consolada! Porque solamente así el mundo marcha bien. Ella también es signo del mundo.