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Se me ocurrieron estas observaciones sobre la libertad.
Cuando mi padre muerto se volvió montaña y limitó el horizonte de los hombres, se despertaron los lógicos, los historiadores y los críticos, inflados con el viento de las palabras que les había hecho tragar una vez, y descubrieron que el hombre era bello.
Era bello, puesto que mi padre lo había fundado.
«Puesto que el hombre es bello -meditaban-, conviene libertarlo. Y se extenderá con toda libertad, y toda acción suya será maravillosa. Porque se daña su esplendor».
Y yo que voy por la tarde a mis plantaciones de naranjos donde se enderezan los troncos y se cortan las ramas, podría decir: «Mis naranjos son bellos y cargados de naranjas. Entonces ¿para qué cortar las ramas que hubiesen dado fruto? Conviene librar al árbol. Y se desarrollará con toda libertad. Porque sucede que se daña su esplendor».
Así, pues, libraron al hombre. Y el hombre se mantuvo derecho pues había sido tallado derecho. Y cuando se presentaron los gendarmes que se esforzaron, no por respeto a la matriz irremplazable, sino por necesidad vulgar de dominación en volverlos a su sujeción, esos hombres dañados en su esplendor se sublevaron. Y el gusto de la libertad los abrazó de un extremo al otro del territorio, como un incendio. Se trataba para ellos de la libertad de ser ellos. Y cuando morían por la libertad, morían por su propia belleza, y su muerte era bella.
Y la palabra libertad sonaba más pura que el clarín.
Pero yo me acordaba de las palabras de mi padre:
«Su libertad es la libertad de no ser».
Porque he aquí que de consecuencia en consecuencia, se tornaron baraúnda de plaza pública. Pues si decides según tú mismo y si tu vecino decide, los actos, al sumarse, se destruyen. Si cada uno pinta el mismo objeto, según su gusto, el uno estucado en rojo, el otro en azul, el otro en ocre, el objeto no tiene ya color, Si la procesión se organiza y cada uno elige su dirección, la locura sopla el polvo y ya no hay procesión. Si divides tu poder y lo distribuyes entre todos, no lo retiras reforzado, sino que logras la disolución de ese poder. Y si cada uno escoge el emplazamiento del templo y aporta su piedra donde quiere, entonces encontrarás una llanura pedregosa en lugar de un templo. Porque la creación es una y tu árbol es explosión de una sola semilla. Y, ciertamente, ese árbol es injusto porque los otros granos no germinaron.
Porque juzgo al poder, si es amor por la dominación, ambición estúpida. Pero si es acto de creador y ejercicio de la creación, si va contra la inclinación natural que tiende a que se mezclen materiales, se fundan los glaciares en charca, se esterilicen los templos por el tiempo, se disperse en blanda tibieza el calor del sol, se mezclen cuando el uso les deshaga las páginas del libro, se confundan y bastardeen los lenguajes, se igualen los poderes, se equilibren los esfuerzos ya que toda construcción nacida del nudo divino que anuda las cosas se rompa en suma incoherente, celebro al poder. Porque es como el cedro que aspira la rocalla del desierto, hunde sus raíces en el suelo donde los surcos no tienen sabor, captura con sus ramas un sol que se irá a mezclar al hielo y a podrirse con él y que, en el desierto en adelante inmutable, donde todo poco a poco se ha distribuido, aplanado y equilibrado, comience a construir la injusticia del árbol que trasciende roca y rocalla, desarrolla al sol un templo, canta en el viento como un arpa y restablece el movimiento en lo inmóvil.
Porque la vida es estructura, línea de fuerza e injusticia. ¿Qué haces tú si hay niños que se aburren sino imponerles tus sujeciones, que son reglas de un juego, después de lo cual los ves correr?
Así, pues, llegó el tiempo en que la libertad, falta de objetos para libertar, fue solamente reparto de provisiones en una igualdad odiosa.
Porque con tu libertad molestas a tu vecino y él te molesta. Y el estado de reposo que encuentras es el estado de las bolas del billar mezcladas cuando han cesado de moverse. La libertad, así, conduce a la igualdad y la igualdad conduce al equilibrio, que es la muerte. ¿No es preferible que la vida te gobierne y que te opongas como obstáculo a las líneas de fuerza del árbol que crece? Porque la sola sujeción que te daña y que importa que odies se muestra en el enfado de tu vecino, en la envidia de tu igual, en la igualdad con el bruto. Te engullirán en la turba muerta; pero tan estúpido es el viento de las palabras que habláis de tiranía cuando sois ascensión de un árbol.
Así pues vinieron los tiempos en que la libertad no fue más libertad de la belleza del hombre, sino expresión de la masa, el hombre necesariamente se había fundido en ella, que no era libre porque no tiene dirección, sino que pesa simplemente y permanece sentada. Lo que no impedía que se denominara libertad a esta libertad de estancarse y justicia a ese estancamiento.
Llegó el tiempo en que la palabra libertad, que remedaba aún el llamado del clarín, se vació de su patetismo, los hombres soñaron confusamente con un clarín nuevo que los despertara y los costriñera a construir.
Porque sólo es bello el canto del clarín que te arranca del sueño.
La sujeción valedera es la que te somete al templo según tu significación, pues las piedras no son libres de ir adonde mejor les parezca, ya que entonces nada tienen para dar ni de nada reciben un significado. Que existe cuando te sometes al clarín si se alza y hace surgir en ti algo más grande que tú mismo. Y los que morían por la libertad cuando era rostro de ellos mismos, más grandes que ellos, y diligencia en favor de su propia belleza, se habían sometido a esa belleza, aceptaban las sujeciones, y se alzaban en la noche al llamado del clarín, no libres de continuar durmiendo ni de acariciar sus mujeres, sino gobernados; y poco me importa conocer, puesto que te veo obligado, si el gendarme está dentro o fuera.
Y si está afuera, sé que estuvo antes dentro, lo mismo que tu sentido del honor proviene de que el rigor de tu padre te ha hecho crecer según el honor.
Y si por sujeción entiendo lo contrario de la licencia, la cual es hacer trampas, no deseo que sea el efecto de mi policía, porque he observado, paseándome en el silencio de mi amor, a esos niños de los cuales hablaba, sometidos a las reglas del juego, y trampeando con vergüenza. Y era porque conocían el rostro del juego. Y llamo rostro a lo que nace de un juego. Su fervor, su placer de los problemas desarrollados, su joven audacia, un conjunto cuyo gusto es de ese juego y no de ningún otro, un cierto dios que de este modo los hace realizarse, pues ningún juego te amasa, lo mismo que no cambias de juego para cambiarte. Pero he aquí que si te observas grande y noble en ese juego, descubres, si llegas a hacer trampas, que precisamente destruyes aquello por lo que jugabas. Esa grandeza y esa nobleza. Y he aquí que te ves constreñido por el amor a un rostro.
Porque lo que el gendarme funda es tu semejanza con el otro. ¿Cómo podrías ver más alto? El orden para él es el orden del museo donde se coloca. Pero no fundo la unidad del imperio en que te parezcas a tu vecino. Sino en que tu vecino y tú mismo, como la columna y la estatua en el templo, se fundan en el imperio, el cual es sólo uno.
Mi sujeción es ceremonial del amor.