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Si sigues una idea preconcebida para enviar los hombres a prisión, aprisionas demasiados (y podrías encerrarlos a todos, porque todos acarrean una parte que condenas; si encarcelaras a los que sienten deseos legítimos, los santos mismos irían a prisión), es que tu idea preconcebida es un mal punto de vista para juzgar a los hombres, montaña prohibida y sangrienta que reparte mal y te fuerza a actuar contra el hombre mismo. Porque en aquél que condenas, su parte buena podría ser grande. Y de este modo lo aplastas.
Y si tus gendarmes, que necesariamente son estúpidos y agentes ciegos de tus órdenes por su función, a la cual no pides intuición, sino que, por el contrario, le rechazas ese derecho porque su deber no es aprehender ni juzgar, sino distinguir según tus signos, si tus gendarmes reciben por consigna clasificar en negro y no en blanco (porque sólo existen para ellos dos colores), al que canturrea cuando está solo o duda a veces de Dios o bosteza del trabajo de la tierra o que de alguna manera piensa, actúa, ama, odia, admira o desprecia lo que sea, entonces se abre el siglo abominable donde en primer lugar te ves hundido en un pueblo traidor del que no lograrías cortar suficientes cabezas, y tu multitud sería una multitud de sospechosos, y tu pueblo de espías, pues has elegido una manera de reparto que actúa no fuera de los hombres, lo que te permitiría alinear los unos a la derecha y los otros a la izquierda, operando así obra de claridad, sino a través del hombre mismo, dividiéndolo de sí mismo, haciéndolo espía de sí, sospechoso de sí, traidor a sí mismo, pues es de cada uno dudar de Dios en las noches cálidas. Pues es de cada uno canturrear en la soledad o bostezar por el trabajo de la tierra, o a ciertas horas, pensar, amar, odiar, admirar o despreciar lo que sea en el mundo. Porque el hombre vive. Y solamente te parecería santo, salvado y deseable aquél cuyas ideas fueran las de un ridículo bazar y no movimientos de su corazón.
Y cuando pidas a tus gendarmes que despisten en el hombre lo que es el hombre mismo y no tal o cual, pondrán en ello todo su celo, lo descubrirán de cada uno, puesto que se halla en ellos, se espantarán del progreso del mal, te espantarán por sus informes, te harán participar su fe en la urgencia de la represión y, cuando te hayan convertido, te harán construir calabozos para encerrar en ellos a tu pueblo entero. Hasta el día en que estés obligado, puesto que también ellos son hombres, a encerrarlos también.
Y si quieres un día que los campesinos trabajen tus tierras bajo la bonanza del sol, que los escultores esculpan sus piedras, que los geómetras fundan sus figuras, precisarás cambiar de montaña. Y según la montaña escogida, tus presidiarios se volverán santos, y levantarás estatuas al que condenabas a romper piedras.