137
No olvides que tu frase es un acto. No se trata de argumentar si deseas hacerme obrar. ¿Crees que voy a determinarme por argumentos? Encontraré mejores contra ti.
¿O has visto a alguna mujer reconquistar su amor por un proceso en el que ella pruebe que tiene razón? El proceso irrita. Ella no podrá reconquistarte mostrándose tal como la amabas, porque a ésa ya no la amas más. Y lo he visto bien en esa desdichada que por haber sido desposada al son de una triste canción, volvió a cantarla la víspera del divorcio. Pero esa canción lo ponía furioso.
Tal vez podría reconquistarlo, si despertara a aquél que era cuando la amaba. Pero le hace falta un genio creador, porque se trata de cargar al hombre de algo, igual que lo cargo con una inclinación hacia el mar que lo hará constructor de navíos. Entonces, ciertamente, crecerá el árbol que irá diversificándose. Y de nuevo él reclamará la canción triste.
Para fundar en ti el amor hacia mí, hago nacer a alguien que está en ti que es para mí. Yo no te diré mi sufrimiento porque eso te disgustaría conmigo. No te haré reproches: ellos te irritarían con justicia. No te diré las razones que tienes para amarme, porque no las tienes. La razón de amar es el amor. No me mostraré tal como me querías. Porque a ése ya no lo quieres. De otra manera, aún me amarías. Pero te educaré para mí. Y si soy fuerte te mostraré un paisaje que te convertirá en amigo mío.
La que había olvidado, me produjo el efecto de una flecha en mi corazón al decirme: «¿Oís la campana que perdisteis?».
Porque, a fin de cuentas, ¿qué voy a decirte? He ido a menudo a sentarme en la montaña. Y he contemplado la ciudad. O bien, paseándome en el silencio de mi amor, he escuchado hablar a los hombres. Y, ciertamente, he escuchado palabras a las que sucedían actos, como las del padre que dice a su hijo: «Ve a llenarme este cántaro a la fuente», o las del cabo que dice a su soldado: «A medianoche tomarás la guardia…». Pero siempre que ha parecido que esas palabras carecían de misterio, y que el viajero ignorante del lenguaje, al comprobarlas de esa manera ligadas a lo acostumbrado, no hubiera encontrado nada más asombroso que en los movimientos de un hormiguero, de los cuales ninguno parece oscuro. Y observando los acarreos, las construcciones, los cuidados a los enfermos, las industrias y los comercios de mi ciudad, no veía nada que perteneciera a un animal algo más audaz, inventivo y comprensivo, que los otros; pero la misma evidencia me demostraba que al considerarlos en sus funciones usuales, todavía no había visto a los hombres.
Porque donde se me aparecía y quedaba inexplicable según las reglas del hormiguero, donde se me escapaba al ignorar el sentido de las palabras, era cuando, sentados en círculo en la plaza del mercado, escuchaban a un relator de leyendas, que hubiera podido, a su capricho, levantarse luego de haberles hablado y, seguido por ellos, incendiar la ciudad.
Ciertamente, he visto multitudes apacibles, sublevadas por la voz de un profeta, que se van a fundir, tras él, en el horno del combate. Tenía que ser irresistible lo que acarreaba el viento de las palabras para que la multitud, habiéndolas recibido, desmintiera el comportamiento del hormiguero y se cambiara en incendio, ofreciéndose voluntariamente a la muerte.
Porque los que volvían a sus casas estaban cambiados. Y me parecía que no eran necesarias las charlatanerías de los magos para creer en las operaciones mágicas, ya que para mis oídos eran conjuntos de palabras milagrosas, capaces de arrancarme de mi casa, de mi trabajo, de mis costumbres, y de hacerme desear la muerte.
Por eso siempre escuchaba con atención, diferenciando el discurso eficaz del que nada creaba, para aprender a reconocer el objeto del acarreo. Porque, ciertamente, el enunciado no importa. De otra manera todos serían grandes poetas. Y todos serían conductores de hombres con sólo decir: «Seguidme en nombre del asalto y el olor de la pólvora quemada…». Pero si tratas de hacerlo, los ves reírse. Lo mismo que con los que predican el bien.
Pero tras asistir al triunfo de algunos y al cambio de otros, y después de rogar a Dios para que me iluminara, me ha sido dado aprender a reconocer en el viento de las palabras el raro acarreo de las semillas.