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(Por una falsa álgebra, esos imbéciles han creído que existían contrarios. Y el contrario de la demagogia es la crueldad. Cuando la red de relaciones en la vida es tal que si aniquilas uno de los dos contrarios, mueres.
Pues yo digo que lo contrario de cualquier cosa es sólo la muerte.
Así, ése que persigue lo contrario de la perfección. Y de tachadura, en tachadura, quema todo el texto. Pues no existe nada perfecto. Pero el que ama la perfección, la embellece siempre.
Lo mismo ocurre con quien persigue a lo contrario de la nobleza. Y quema a todos los hombres, pues ninguno es perfecto.
Lo mismo ocurre con el que aniquila a su enemigo. Y vivía de él. Luego, al aniquilarlo, muere. Lo contrario del navío es el mar. Pero él ha diseñado y aguzado la roda y la carena. Y lo contrario del fuego es la ceniza; pero ella vela por el fuego.
Lo mismo ocurre con el que lucha contra la esclavitud, haciendo un llamamiento al odio, en lugar de luchar por la libertad recurriendo al amor. Y como en todas partes, en todas las jerarquías, hay huellas de esclavitud, y como también puedes llamar esclavitud a la función de los cimientos del templo sobre el que se apoyan las piedras nobles que se alzan solas hacia el cielo, te verás obligado, de consecuencia en consecuencia, a aniquilar el templo.
Pues el cedro no es rechazo y odio de todo lo que no es cedro, sino rocalla drenada por el cedro y transformada en árbol.
Contra cualquier cosa que luches, el mundo entero se te tornará sospechoso; porque todo puede ser posible abrigo, y reserva posible, y alimento posible para tu enemigo. Si luchas, contra cualquier cosa que sea, debes aniquilarte a ti mismo, pues hay en ti una parte de ella, por muy débil que sea.
Porque la única injusticia que yo concibo es la de la creación. Y tú no has destruido los jugos que hubieron podido alimentar a la zarza, sino que has edificado un cedro que los ha tomado para sí, y la zarza no podrá nacer.
Si te transformas en este árbol, no puedes transformarte en aquel otro. Y has sido injusto con los otros)[3].
Cuando tu fervor se ha extinguido haces perdurar el imperio con tus gendarmes. Pero si únicamente lo pueden salvar los gendarmes, quiere decir que el imperio está muerto. Pues mi sujeción es la del poder del cedro que ata en sus lazos los jugos de la tierra, no la estéril exterminación de las zarzas y de los jugos que ciertamente se ofrecían a las zarzas, pero que lo mismo se hubieran ofrecido a los cedros.
¿Cuándo has visto que se haga la guerra contra cualquier cosa? El cedro que prospera y aniquila la maleza se burla de la maleza. Ni siquiera conoce su existencia. Hace la guerra para el cedro y transforma en cedro la maleza.
¿Quieres que mueran por algo? ¿Quién querrá morir? Se desea matar; pero no morir. La aceptación de la guerra es la aceptación de la muerte. Y la aceptación de la muerte no es posible más que si tú cambias en otra cosa. Luego, en el amor.
Aquéllos odian a otros. Y si tienen prisiones, amontonan allí los prisioneros. Pero así construyes tu enemigo, pues las prisiones son más radiantes que los monasterios.
El que encarcela o ejecuta, ante todo duda de sí mismo. Extermina los testigos y los jueces. Pero para engrandecerte, no basta con exterminar a los que te veían bajo.
El que encarcela y ejecuta es también el que echa sus faltas sobre otro. Luego, es débil. Pues cuanto más fuerte eres, más faltas cargarás sobre ti. Ellas se tornan para ti enseñanzas para tu victoria. A uno de sus generales que se excusaba por haber sido derrotado, lo interrumpió mi padre: «No seas presumido hasta el punto de vanagloriarte de haber cometido una falta. Cuando monto un asno y éste se pierde, no es el asno el que se equivoca. Soy yo.
”La excusa de los traidores -decía otra vez mi padre- es ante todo, que han podido traicionar».