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No te inquietes por los gritos que levantará tu palabra, pues una verdad nueva es una estructura nueva ofrecida de repente (y no una proposición evidente que permita progresar de consecuencia en consecuencia), y cada vez que significarás un elemento de tu rostro se te objetará que en el otro rostro ese elemento representaba un papel diferente y en un principio no se comprenderá que parezcas contradecirte y contradecir.
Pero tú dirás: «¿Queréis aceptar morir por vosotros mismos, olvidar y asistir sin resistencia mi nueva creación? Así solamente podréis mudar, estáis encerrados en crisálidas. Y me diréis, hecha la experiencia, si no os sentís claros, más calmos y más vastos».
Porque, lo mismo que la estatua, la verdad no se logra paso a paso. Sino que como es una, no se ve hasta estar concluida. Y aun, no se repara en ella cuando se la encuentra. Y la verdad de mi verdad es el hombre que de ella brota.
Esto mismo respecto al monasterio donde te encierro para cambiarte. Pero si me pides, en medio de tus vanidades y de tus problemas vulgares, mostrarte ese monasterio desdeñaré responder; porque aquél que podría comprender es otro diferente a ti y primero debo traerlo a la luz. Sólo sé constreñirte a realizarte.
No te inquietes tampoco por las protestas que levantará tu sujeción. Porque tendrían razón los que gritan si los tocaras en su esencia y los frustraras en su grandeza. Pues el respeto del hombre es el respeto por su nobleza. Pero ellos llaman justicia al continuar siendo, aun podridos, porque así han venido al mundo. Y no lesionas a Dios si los curas.