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En lo que concierne al don de mi vecino, he observado que no era fecundo examinar los hechos, los estados de cosa, las instituciones, los objetos de su imperio, sino exclusivamente las pendientes. Pues si examinamos mi imperio irás a ver a los herreros y los hallarás forjando clavos y apasionándose por los clavos y cantándote los cánticos de la tienda de clavos. Luego te irás a ver a los leñadores y los encontrarás abatiendo árboles y apasionándose por el abatimiento de los árboles, y colmándose de un intenso júbilo a la hora de la fiesta del leñador que es cuando se oye el primer crujido, cuando la majestad del árbol comienza a prosternarse. Y si vas a ves a los astrónomos, los verás apasionándose por las estrellas, y no escuchando otra cosa que su silencio. Y en efecto, cada uno se imagina ser así. Ahora, si yo pregunto: «¿Qué ocurre en mi imperio? ¿Qué nacerá en mi dominio mañana?», tú me dirás: «Se forjarán clavos, se derribarán árboles, se observarán las estrellas, y habrá entonces reservas de clavos, de maderas, y de observaciones de estrellas». Pues miope, y sin ver más allá de tu nariz, no has reconocido la construcción de un navío.
Y en verdad, ninguno de entre ellos habrá sabido decirte: «Mañana estaremos embarcados sobre el mar». Cada uno creía servir a su dios y disponía de un lenguaje insuficiente para cantarle a ese dios de dioses que es el navío. Pues la fecundidad del navío consiste en que se transforma en amor de los clavos para el que los vende.
Y en cuanto a la previsión del porvenir, lo hubieras hecho mejor si hubieras dominado todo ese conjunto disímil, y hubieras tenido conciencia de aquello con lo que he aumentado el alma de mi pueblo y que es la pendiente hacia el mar. Entonces habrías visto al velero, conjunto de clavos, de tablas de troncos de árbol, y gobernado por las estrellas, modelarse lentamente en el silencio, y juntarse a la manera del cedro que drena los surcos y las sales de la rocalla para establecerlos en la luz.
Y tú reconocerás la pendiente que va hacia el mañana por sus efectos irresistibles. Pues no puedes equivocarte: en todo lo que se puede mostrar, ella se muestra. Y yo reconozco la pendiente hacia la tierra en que no puedo soltar, por muy corto que sea el instante, la piedra que tengo en la mano, sin que en el mismo instante se caiga.
Y si veo un hombre que se pasea y se dirige hacia el Este, no preveo su porvenir. Porque es posible que haga cien pasos y en el instante en que lo imagino ubicado en su viaje, me desoriente con una media vuelta. Pero preveo el porvenir de mi perro, si cada vez que aflojo la cuerda, por poco que sea, es hacia el Este que me hace dar un paso, y que me tira. El Este significa, pues, olor de caza, y sé bien hacia dónde correrá mi perro si lo suelto. Una pulgada de cuerda me ha enseñado más que mil pasos.
Ese prisionero que observo está sentado o acostado, como deshecho y despojado de todo deseo. Pero tiende hacia la libertad. Y yo reconocería su pendiente en el hecho de que me bastaría mostrarle un agujero en el muro para que se estremezca y vuelva a ser musculatura y atención. Y si la brecha da sobre el campo ¡muéstrame al que ha dejado de verla!
Si razonas con la inteligencia, olvidarás ese otro agujero, o aún, mirándolo, como piensas en otra cosa no lo verás. O viéndolo y encadenando silogismos para saber si es hábil usarlo, llegarás a decidirte demasiado tarde, pues los albañiles lo habrán borrado del muro. Pero muéstrame, en ese depósito de agua, ¿qué fisura puede olvidarse?
Por eso, digo que la pendiente, aun cuando sea informulable a causa del lenguaje, es más poderosa que la razón y único gobierno. Y por eso digo que la razón no es más que el sirviente del espíritu, que primero transforma la pendiente y hace demostraciones y máximas, lo cual te permite luego creer que tu bazar de ideas te ha gobernado. Cuando lo que yo digo es que has sido gobernado nada más que por los dioses que son templo, dominio, imperio, pendiente hacia el mar o necesidad de libertad.
Así, no observaré los actos de mi vecino que reina del otro lado de la montaña. Pues no sé reconocer por el vuelo de la paloma si vuela hacia el palomar o si simplemente llena sus alas de viento; como no sé reconocer por el paso del hombre si va hacia su casa cediendo al deseo de la mujer, o al hastío de su deber, y si su paso construye el divorcio o el amor. Mas aquél que tengo prisionero en su celda, si no echa a perder sus oportunidades y pone el pie sobre la llave que olvido, o tantea los barrotes para saber si alguno está flojo, o si mide con su mirada a los carceleros, yo lo adivino ya deambulando por la libertad de los campos.
Quiero conocer a mi vecino, no lo que hace, sino lo que jamás olvida hacer. Pues entonces conozco qué Dios lo domina, aun cuando él mismo lo ignore; y la dirección de su porvenir.