41
He visto a los hombres dichosos o infelices, no a causa del simple dolor de un duelo o de la dicha simple (en los esponsales, por ejemplo), no por causa de la enfermedad o de la salud, pues puedo hacer que el enfermo se sobreponga dándole una noticia sorprendente y empujarlo a través de la ciudad nada más que haciendo obrar en su espíritu un cierto sentido de las cosas que llamaré victoria, por ejemplo (el más simple). Porque curo a la ciudad entera con el brillo de mis ejércitos victoriosos en el alba; y ves que se empujan y se abrazan. Y te dirás: ¿por qué no sería posible mantenerlos en tal clima, como en el clima de una gran música? Y te respondo: porque la victoria no es paisaje poseído desde lo alto de las montañas, sino entrevisto desde lo alto de las montañas cuando tus músculos te lo han construido, sino pasaje de un estado a otro. Y nada es una victoria que dura. No más vivificante. Sino que enoja y ablanda. Pues entonces no es victoria, sino simple paisaje logrado. ¿Debo, entonces, vivir en el perpetuo balanceo de la miseria y la riqueza? Y descubres fácilmente que también esto es falso: porque puedes vivir toda tu vida en la desnudez y la miseria y el cansancio, como el que perseguido por los acreedores se ahorca por fin, sin que las pequeñas alegrías o las prórrogas pasajeras le hayan pagado la usura de las noches en blanco. Así, no hay estado durable, como el de la fortuna o la victoria, si se atribuye al hombre como el forraje a un ganado.
Quiero muchachos calientes y generosos, y mujeres cuyos ojos brillen. ¿Y de dónde vienen estas cualidades? Puesto que no provienen del interior o del exterior. Y yo te respondo: vienen del gusto de la resonancia de las cosas, de las unas en las otras, ya se trate de tu caravana de guerra o de tu catedral o de tu victoria de una mañana. Pero la victoria es desayuno de una mañana. Porque esta victoria lograda tiene por fin gastar las provisiones que te matan; y si tu alegría fue viva, y sentiste tu comunidad con violencia, es porque en la tristeza de la víspera, cuando te retiraste a tu casa, o a casa de tus amigos, sumido en tu duelo y en el duelo de tus hijos, conocías esa victoria; aun en el mismo momento en que se desarrollaba. Pero el que construya una catedral que necesite cien años para ser construida, vivirá cien años con la riqueza en el corazón. Porque te acrecientas con lo que das y aumentas tu mismo poder de dar. Y si marchas a lo largo de mi año en el que construyes tu vida, hete aquí feliz ya de preparar la fiesta sin jamás prepararte provisiones. Porque lo que das antes de la fiesta para la fiesta, te acrecienta más de lo que la fiesta te dará una sola vez. Y esto mismo respecto a tus hijos que crecen. Y a tus navíos que corren el mar: se hallan amenazados, después triunfan, y con sus tripulantes abordan el día naciente. Aumenta el fervor que se nutre de sus triunfos, como aquél que no es un plagiario y que, más escribe, más forja su estilo. Pero repudiaré el de quien, bien que vivo, se arruina con sus triunfos. Porque cuanto más conozco, más quiero conocer; cuanto más dispuesto estoy a conocer, más combato el bien del prójimo y más lo pillo y más engordo devorándolo. Más me arruino en mi corazón.
Porque el hombre descubre el engaño de cada conquista cuando usa el objeto conquistado; por confundir el calor de la creación con el gusto del uso del objeto que ya no le aporta nada. Y sin embargo, es preciso someterse un día a este uso, pero entonces no interesa solamente que el uso sirva para la conquista, sino que la conquista sirve al uso. Cada uno refuerza al otro. Así con la danza misma, o con el canto, o con el ejercicio de la plegaria que crea el fervor, el cual alimenta la plegaria, o con el amor. Porque muero si cambio de estado, si no soy más movimiento y acción hacia algo. Y de la cima de tu montaña no gozarás del paisaje cuando hayas dejado de ser victoria de tus músculos y satisfacción de tu carne.