La ruta fantasma

Pablo Vigliano

Argentina

Mis dedos repiqueteaban sobre la mesa y mis talones golpeaban el suelo de aquel bar perdido en la ruta. Mojado y embarrado, ansiaba el final de la tormenta para continuar viajando, huyendo.

Las tres de la madrugada y yo todavía varado ahí, sobresaltándome con cada trueno. Pronto me atenderían y pediría una taza de café.

Había comenzado el viaje cuatro horas antes, fumando y nervioso, con cielo titilante de estrellas. Pero ese escenario fue mutando hacia un encapotamiento que observaba extrañado. El cúmulo de nubarrones parecía cargado de algo más, de algo desconocido.

—Se confirma el alerta climático para toda la zona —advertía la voz de un locutor por la radio, y agregaba—: Se recomienda a toda la población, choferes y automovilistas, por favor, mantenerse a resguardo durante las próximas horas.

Los Bee Gees sonaron con “Alone”. Entendía la letra: Yo era un jinete de medianoche en una nube de humo…

Las descargas eléctricas se hicieron cada vez más frecuentes, dándome una magnitud del diluvio que se avecinaba. De hecho, el agua no tardó en caer como auténticas cataratas.

Los Bee Gees seguían cantando:

…estoy solo

Estoy en una rueda de la fortuna con un giro del destino

El olor a tierra mojada impregnaba el interior de mi Ford Escort modelo 99, que había postergado llevar al taller por un pequeño problema hidráulico. Subí los vidrios y me liberé de cigarrillos. El viento me obligaba a agarrar el volante con mayor firmeza. Veía volar ramas de árboles, amputadas por las ráfagas.

…estoy atrapado en la lluvia y no hay una casa

Deseaba parar en una estación de servicio. No me cruzaba con ninguna. Detenerme al borde de la ruta no era una opción, y si me iba a la banquina quedaría empantanado.

Desaceleré la marcha. La radio emitía interferencia, en ocasiones, ensordecedora. Me preguntaba si era posible que fuese generada por el meteoro, o si la provocaría algo más.

Pensaba que ya no habría compañía ni música, justo cuando una voz comenzó a hablar en mi mente. Era una proyección de mí mismo, dándome consejos desde el asiento del acompañante.

—Gerardo Linburgame: en esa cabaña hacia donde te dirigís no vas a encontrar la tranquilidad para replantear tu vida, quebrada por el abandono de tu mujer. Esa cabaña apesta a recuerdos de pasión y sexo. ¿Por qué mejor no damos media vuelta?

Cerré mis ojos. Al abrirlos, se mimetizaron con la noche. Pronto habría una tempestad.

Oí otra voz. Desde el asiento del acompañante Gustavo, mi primo, me hablaba:

—Imagino que tu gran plan no será ahogar tus problemas en los litros y litros de vodka y tequila que cargás en el baúl, ¿verdad?

Conseguí sintonizar otra emisora, y con ello disipar las voces de mi conciencia. El sujeto hablaba de ovnis. Interesado, y echándole un rápido vistazo a las revistas “Año Cero” que llevaba en el asiento trasero junto a un ejemplar de “El juego de Gerald” de Stephen King, subí el volumen.

—…sus naves espaciales se trasladan escondidas sobre las nubes. Incluso son capaces de formarlas artificialmente…

Un estampido diferente a un trueno me descompensó. Oleadas de agua y barro golpearon el parabrisas.

Por encima de tan cargadas nubes, el cielo se había llenado de luces intermitentes.

—…los avistajes de objetos volantes no identificados por estas zonas están siendo reportados y denunciados por muchos vecinos. Y no estamos locos. Repito: no estamos locos…

Por fin apareció la primera señalización vial en decenas de kilómetros, indicando “Zona de servicios.” Más adelante, otra marcaba una curva pronunciada. No la veía: camino y banquina estaban anegados por el mismo barrial.

Me sentí encandilado y aturdido. Perdí el control de mi vehículo. Hubo sacudidas y estallidos. Desde ese momento, ya no estoy seguro de los acontecimientos.

Logré llegar, corriendo bajo semejante aguacero, al bar-parador.

—…así es la historia, mis amigos —decía el locutor, que había musicalizado con Bee Gees—. Nunca hubo ovnis por estas zonas, eso está descartado. Pero, para los gustosos de historias paranormales, cuentan que todavía puede oírse el impacto de aquel Escort contra uno de los árboles de la banquina en “La Curva de la Muerte”. Incluso hay más: en el parador afirman que, si se hace silencio, a eso de las tres de la madrugada, junto al ventanal lateral, se escucha como si alguien tamborileara con los dedos sobre la mesa, ansioso, aguardando, quién sabe, por una taza de café.

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Pablo Vigliano (1981) nació en San Miguel de Tucumán. Es Licenciado en Comunicación Social (Universidad Nacional de La Plata). Reside en Rosario desde 2006. Asiduo lector, sus géneros favoritos son la ficción, lo fantástico y lo sobrenatural. Sus autores preferidos son Poe; King; Bradbury; Barker; Maupassant; Hill. Participa del Taller de Corte y Corrección de Marcelo di Marco desde fines de 2012.

Axxón 2013
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