La cola del escorpión
Enrique José Decarli
Argentina
La noche anterior no pude dormir. No era Reyes. Eran las palabras de papá. Las que había dicho en la cena.
—Mañana cuando te despiertes vas a tener una sorpresa.
—Qué es —le pregunté.
—Mañana cuando te despiertes.
Primero escuché la voz:
—¡Vamos, campeón! —Papá se asomó en la oscuridad. Con las manos me hizo señas—. Son las ocho ya.
En la terraza me mostró una cosa cuadrada aunque no del todo cuadrada. Esqueleto de caña forrado en rojo y azul.
—¿Te gusta?
—Es de San Lorenzo —dije—, sí. Pero qué es.
—Un barrilete. Con un poco de viento vamos a remontarlo hasta el cielo.
—¿Y si se escapa?
Papá se arrodilló en las baldosas. Le ató bien fuerte un hilo que después trató de romper y no pudo.
—El mejor hilo, campeón.
Le pregunté por el trapo, ése, largo.
—La cola —dijo sonriendo.
Si le poníamos una gillette en la punta iba a cortar todos los hilos de todos los barriletes de todo el mundo.
—Como un escorpión, hijo. Como la cola de un escorpión.
La plaza de enfrente estaba vacía. Antes de cruzar le pregunté por mamá.
—Duerme —dijo. Me agarró la mano y me guiñó un ojo—. Esto es entre vos y yo.
En la plaza, papá empezó a caminar para atrás, un paso ligero que casi corría. Movía los brazos y dejaba que el hilo, de a poco, escapara de entre las manos. El barrilete se movía para los costados, para atrás y para adelante. La punta de la cola apoyada en la tierra no terminaba nunca de levantar. Cuando por fin empezó a subir, papá me explicó.
—Ojo los cables de luz. Cuidado el hilo. ¿Ves…? —Sacudió una mano y me la mostró ensangrentada—. Está pidiendo hilo —dijo.
Entonces abrió las manos y el barrilete, Dios mío: remontó como papá había prometido, hasta el cielo, hasta tapar el sol, hasta dejar de ser de San Lorenzo rojo y azul porque seguía siendo cuadrado —aunque no del todo cuadrado—. Pero negro. Con cola de serpiente. O de rayo, mejor. Y ni siquiera. Era la cola del escorpión.
De golpe, papá dio dos pasos. Dos pasos que, me di cuenta, no quiso dar. Se enroscó rápido, mucho hilo entre las manos y sin mirarme, dijo:
—Todo en orden, campeón, eh…
A mí, igual, me pareció preocupado. Clavó los talones en la tierra y con los brazos tiró bien fuerte hacia atrás. Dos pasos más.
Me acordé de unas vacaciones en Colón. Papá había sacado un dorado inmenso. Antes de sacarlo también dijo eso de Todo en orden campeón eh…, pero la caña se movía de acá para allá y papá casi se cae del bote de cabeza al río. Si el dorado era fuerte, el escorpión era un monstruo. Le ganó muchos más pasos a papá y al parecer se venía el ataque final. Porque se infló de los costados. Inclinó la cabeza y subió al cielo altísimo llevándose a papá. El sol volvió a aparecer. Papá y el escorpión se perdieron en una nube.
Mamá por suerte no me dijo nada. En la puerta me abrazó muy fuerte y no preguntó por papá ni por el escorpión. Volví a la terraza y la terraza estaba vacía. Pero entre los cables de luz de la plaza, hecho pedazos, ahora, colgaba el escorpión. El esqueleto pelado, la cola temblando, rendida, así lo había dejado papá, para que aprenda, hecho pedazos.
Bajé corriendo a contarle a mamá que papá había ganado.
Enrique José Decarli nació en Buenos Aires en 1973. Es abogado y músico. Publicó Desde la habitación del sur (Libresa 2009), finalista del Concurso de Literatura Juvenil Libresa 2008. En 2010, el Ministerio de Educación, en el marco del Plan Nacional de Lectura, lo recomendó para la Escuela Media. Desde 2008 dicta talleres de lectura y narrativa en la Municipalidad de Almirante Brown y en instituciones privadas.