Recién llegados
Elías Alejandro Fernández
Argentina
Despertó cansado, como si las doce horas de sueño hubieran sido laborales.
Puta resaca…
El reloj marcaba mediodía. Otro día descontado en el Call Center. Bueno, mejor. Los pechos de la rubia que dormía a su lado bien lo valían.
¿Dónde estoy…?
Ni un recuerdo de anoche. Nada. Ni siquiera haber tomado. Ni siquiera haber salido. ¿Sería muy descortés averiguar el nombre de ella en cuanto despertara? Quizá lo entendería, y hasta se riera. El mareo era terrible. Sus pensamientos sonaban como una voz ajena, metálica.
Aquí tenemos una pareja de humanos muy reciente. Necesitan un nombre, ¿no creen?
Claro que lo necesitan. Ni él recordaba el suyo. O por ahí no tenía ganas. Era lo más probable. Miró alrededor desde la almohada. Qué lugar tan chico. De más está decir que no era su casa. De todas formas, lindo monoambiente. Con esfuerzo de titán, se despegó de la almohada.
¡Por fin! ¡Se levantó el macho!
Apoyó los pies en el piso de madera, y se despegó del colchón. Con el equilibrio de un zombie, llegó hasta el baño. Cuarenta segundos de orina. Se lavó las manos, y salió sacudiendo la humedad como si el piso fuese de tierra.
Ahí vuelve. ¿Qué tiene en la cara? ¿Sucio? No. Se llama barba. Es pelo que crece alrededor de la boca. Al fin y al cabo, es un simio con inteligencia práctica.
Ella se movió. Las sábanas cubren ahora la mitad de su cuerpo, y él desea recordar con todo detalle lo que pasó anoche. Qué mujer… Sólo espera repetir en unos minutos. Su cola se ve tan firme… Su cuerpo tan estilizado… No es flaca. Tampoco es gorda. Está al dente. Y él se derrite ante el suculento espectáculo. El cosquilleo en su pene le indica que la ansiedad lasciva lo está inflando de sangre. Por favor, que se despierte pronto…
Parece que busca aparearse… ¿Estará en época de celo? No, chicos… Los humanos son una de las pocas especies en el universo que tienen sexo por placer. Su época de celo dura todo el año…Es el primer día que están juntos… De seguir así, pronto vamos a tener cachorritos.
Cierto. Los forros. No hay preservativos por ningún lado. A ver el tacho… Tampoco. Y está casi limpio. Decime que lo usamos… Al fin y al cabo, no sé ni quién es… ¿Lo habrá tirado en el inodoro? Por ahí no hubo sexo… Ojalá… Total, no me perdí de nada. ¡Ahí se mueve! Abre los ojos… Espero que su memoria funcione… Qué linda que es, por Dios… «¿Quién sos?». Mierda, no se acuerda de nada… «¿Esta es tu casa…?» ¿Cómo «mi casa» …? ¿No se acuerda de dónde vive? Bueno, al menos parece que no le desagrado… Mira el lugar… Lo examina… ¿Estaremos en un telo? Mierda… nos van a cobrar un montón… ¿Qué pasa? ¿Qué viste? Señala algo en el techo. El grito de terror me obliga a darme vuelta. Alrededor de quince figuras grises, enormes ojos negros sin nariz ni pelo y con un leve aspecto de persona nos miran por una claraboya. El efecto del sedante en mi cuerpo recrudece, y las voces vuelven a hacer presencia:
—Bueno, ya saben… está abierto el concurso para ponerle nombre a la pareja de humanos. El que salga elegido gana entradas gratis al zoológico por todo un año.
—¡Bieeeeeeeen!
Elías Alejandro Fernández es estudiante de Ciencias de la Comunicación Social en la Universidad de Buenos Aires.