Las enseñanzas de Gan Bao

Pé de J. Pauner

México

Para Paulette Bayardo Gustin, la niña de las libélulas de Mabon

El llanto de un niño

Gan Bao llegó cierta noche a casa de su discípulo; sin que este se diera cuenta entró a la recámara matrimonial donde se instaló sobre un tapete en el suelo, meditando en la posición de la Flor de Loto. Cuando el discípulo despertó, después de retozar toda la noche con su esposa —habían reído mucho y cambiado todo el tiempo de posición sobre el lecho según las indicaciones del libro del placer «El loto dorado»—, vio a su Maestro al pie de la cama, inmóvil y aparentemente con los ojos cerrados. En un arrebato de pudor el discípulo se cubrió con las sábanas —y, sobre todo, cubrió a su mujer— y, sentándose, dijo:

—¡Maestro! ¿Cuánto tiempo lleva ahí? ¿Cómo ha podido entrar hasta aquí? Gan Bao, con los ojos entrecerrados, miró de reojo hacia la cama.

—¿Cuándo aprenderás que el tiempo no existe? —le soltó, sin cambiar de posición.

El discípulo, envolviéndose en la sábana, se levantó y como pudo, sin dejar de mirar a su Maestro, comenzó a vestirse. Su mujer, que parecía un pececito dorado en un estanque de agua clara y calma, se había cubierto hasta la cara y escuchaba la conversación de los dos hombres.

—Ven, acompáñame y te explicaré. —Gan Bao se levantó, tomó de la manga a su discípulo y tiró de él. Llegaron a la primera estancia—. El tiempo es como esta casa. Contéstame: ¿qué hay al lado de esta estancia?

—El primer cuarto de la casa —contestó el discípulo.

—¿Y de inmediato al primer cuarto?

—El segundo cuarto y un anexo pequeño.

—Vayamos al anexo —propuso Gan Bao.

Pasaron por el pasillo, al lado de los cuartos, hasta alcanzar el anexo. En el primer cuarto Gan Bao miró a través de la puerta abierta el rojo de las sábanas de seda y, al fondo, un hermoso altar al Buda de los Sentimientos, donde resplandecían varias luces que a Gan Bao lo llenaron de paz y regocijo. En la segunda estancia pudo ver, a través de la puerta entreabierta, a las mujeres que servían mientras tendían al sol las sábanas amarillas como un campo de flores. Las mujeres parecían enfurruñadas, seguramente por alguna discusión doméstica.

—¿Qué ha pasado mientras llegábamos a este cuarto pequeño? —preguntó el Maestro.

—Ahhh… que yo he… que hemos pasado al lado de los cuartos y hemos mirado a través de las puertas.

—¡Eso es! A veces tu intuición es brillante —dijo Gan Bao y su discípulo sonrió y se sintió muy bien—. Ahora imagina que estamos en la primera estancia y cada uno de los cuartos, incluyendo la estancia, es un día de la semana, y toda la casa el carro sobre el que el tiempo avanza. Si mi respuesta a una pregunta fuera: «Me ha gustado mucho el día segundo que no ha pasado aún» ¿cuál sería esa pregunta y cómo es que la he formulado?

El discípulo abrió los ojos como platos de porcelana, meditó un poco y por fin contestó.

—«¿Qué día de la semana le ha gustado más, Maestro?». Y es que, mientras nos movíamos de la primera estancia a este anexo, hemos podido echar una mirada a cada uno de los cuartos.

—Tu intuición me sorprende otra vez, hijo mío —aprobó Gan Bao, y su discípulo volvió a sonreír—. De esta manera puedes darte cuenta cómo es que podemos movernos en el carro del tiempo.

—¿Y también podemos saltar del carro del tiempo, Maestro, cual si saliéramos de esta misma casa por la ventana?

—Te responderé de esta manera: anoche, mientras llegaba a tu casa, pude escuchar el llanto de un niño recién nacido. Ahora llega la mañana con sus posibilidades como el abanico que una doncella abre bajo la sombra tibia del bosque.

—¡Pero no hay bebés en esta casa! —el alumno se quedó en silencio, sumido en profundas reflexiones. De repente, la cara se le iluminó—. ¡Oh, Maestro mío!

Y echó a correr hacia la recámara matrimonial donde su esposa estaba lavándose la cara y una de las doncellas del servicio escogía las prendas que llevaría a lo largo de las primeras siete horas del día. Le anunció sorpresivamente:

—¡Estás embarazada!

La desdichada

A la mañana siguiente, el discípulo caminaba al lado de Gan Bao por el bosque cuando encontraron a un leñador que se quedó mirándolos, deteniendo la tarea de sacar astillas de un tronco caído. Siguieron caminando mientras el leñador ponía el hacha en el suelo y echaba a caminar detrás de ellos. Gan Bao parecía no darse cuenta y el discípulo no se atrevía a decir nada, pero el hombre no dejaba de seguirlos a la vez que los miraba con una curiosidad creciente que mutaba por momentos a un estupor que se sentía colgar de las ramas de los árboles.

—Maestro —dijo al fin el discípulo, mirando sobre su hombro—, ese hombre viene siguiéndonos desde hace ya un buen rato.

—¿Cuál hombre? Yo no veo ninguno —respondió Gan Bao, mirando atrás y adelante y a los lados.

—El hombre que viene detrás de nosotros, Maestro… ese hombre…

El leñador los alcanzó y, caminando ya al lado de ellos, le dijo a Gan Bao unas palabras sumamente misteriosas:

—¡Tú no estás aquí! Yo, que tengo una vista de zorro, acabo de verte sentado en el risco de la montaña nublada que da al mar. Desde ahí me mirabas como ausente y mirabas también las barcas de pesca que llegaban a la bahía.

—Acabo de escuchar unas palabras en un lugar que aún no existe —dijo Gan Bao—, y las he traído para ti. Las palabras son «causación inversa» y me resultan molestas, demasiado engreídas por sí mismas. Esto me recuerda la historia del sabio Wen. Un día, conoció a una niña de cinco años, de tez hermosa y cabellos amarillos, porque había nacido un día en que el sol brillaba de más. Le dijo: «Aquí escribo que cuando cumplas quince años has de casarte con mi hijo». El hijo de Wen componía libros de magia negra a los quince años, arte que había arrebatado de antiguos tratados robados a su padre. El corazón del hijo se endureció. Cuando la niña cumplió la edad de quince años, fueron a decirle a Wen que se había casado con otro hombre. Wen, que en todo ese tiempo no había visto a la niña, la recordó tal como era a los cinco años y exclamó: «¡Eso no puede ser! Es tan sólo una niña de cinco años». Así, cuando la niña alcanzó los quince años, fue dada al sabio Wen y otorgada a su hijo «el oscuro» como esposa. No hace falta decir que la muchacha fue desdichada el resto de su vida.

Cómo reconocer a un zorro plateado

Por la tarde estaban de vuelta en casa del discípulo. Gan Bao cayó en una melancolía profunda pues pretendía que su discípulo aprendiera a distinguir entre los zorros comunes y aquellos que tienen la cualidad de convertirse en hombres y así poder hablar.

A través de la ventana vieron pasar un zorro rojo. Gan Bao dijo:

—Los zorros plateados se parecen a los zorros comunes pero son como ese que va pasando por ahí: rojos.

El discípulo localizó un zorro amarillo que corría detrás del rojo, muy, muy atrás.

—Maestro… entonces ese que va ahí no es un zorro plateado.

Gan Bao miró al zorro y dijo:

—Los zorros plateados son engañosos. Ese que va ahí también es un zorro plateado.

Al poco tiempo pasó un zorro blanco. El discípulo dudó. Gan Bao sonrió y dijo:

—No te preocupes, hijo mío, es difícil identificar a un zorro plateado. Lleva mucho tiempo aprender a distinguirlos. Ese que va ahí también es un zorro plateado.

Súbitamente, como recordando algo que debía hacer con prontitud, Gan Bao le soltó a su discípulo:

—Ahora debo irme. Espero que todas estas lecciones las aprendas y las guardes en lo más profundo de tu corazón, te servirán mucho durante los tiempos que vendrán.

Mirando afuera al último zorro, cuya cola podía aún distinguirse tras el tronco de un viejo árbol, añadió como para sí:

—Los zorros plateados tienen la cualidad de embarazar mujeres humanas para así sustituir con su propia descendencia a la de los hombres.

Luego saltó por la ventana y el discípulo pudo ver que asomaba una cola de zorro plateado por entre las vestiduras de su Maestro.

A los nueve meses, la esposa del discípulo dio a luz un niño resplandeciente como la luna llena pero con un defecto: al final de su espalda tenía una cola plateada de zorro.

Epílogo

fig59

Ilustración: Valeria Uccelli

En el risco que da al mar Gan Bao le dice al leñador:

—Estas son palabras que escuché en uno de mis viajes: Saint Simon habla de una ingeniería de la historia. Dice que la ciencia debe diseñar la historia. En China lo no escrito aún, lo no diseñado, tiene efecto retroactivo sobre aquello que pretende diseñarlo.

Gan Bao y el leñador miran las barcas que arriban a la bahía, miran y piensan mientras mueven sus plateadas colas de zorro.


Pé de J. Pauner es un narrador, ensayista, crítico de cine y biólogo mexicano que ha hecho activismo y performance. Ha publicado novela erótica y ha sido antalogado en latinoamérica, Australia y España. En el género de la Ciencia Ficción ha publicado el ensayo «Las cinco grandes utopías del Siglo XX» en la web española Alfa Eridiani.

Axxón 2013
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