Una pequeña mentira

Pé de J. Pauner

México

fig39

Ilustración: Pedro Belushi

El hombre del sombrero de copa caminaba absorto en sus pensamientos cuando algo llamó su atención. Su mirada se situó sobre el letrero clavado en uno de los postes del alumbrado a gas. Los carruajes pasaban lentos, y las calles sucias de lodo y la neblina de la tarde congelaban los ánimos.

El letrero estaba escrito con grandes letras a una tinta y decía:

«Doctor Cronos, alumno de Mesmer. Adivinación. Electricidad y magnetismo animal. Las maravillas del futuro, hoy. Situado en la entrada norte de este pueblo».

El del sombrero de copa se dirigió rápidamente hacia el norte. Pronto dio con un carromato cerrado. Un hombre alto vestido de negro, de mirada penetrante, barba cerrada y nariz prominente como el pico de un ave, se encontraba sentado con la espalda apoyada en la rueda del carromato, envuelto en una frazada. Ante él, una fogata chisporroteaba con lentitud.

—¿Doctor Cronos?

—¿Quién busca a Cronos y no lo conoce? —respondió el hombre sentado ante la fogata.

—Permítame presentarme —dijo el otro—, mi nombre es…

Expuso un plan extraño ante quien consideraba un charlatán ambulante con un pseudónimo ridículo. Dicho plan consistía en que Cronos le transmitiría una frase aún más extraña a un hombre que el sujeto del sombrero llevaría como acompañante a su presentación estelar.

—Verá —explicó el del sombrero—, es una broma y le pagaré bien por ella.

Extrajo una bolsa de cuero con monedas, la vació en la palma de la mano, se guardó tres en el bolsillo del abrigo y el resto lo tendió al charlatán, quien cogió la bolsa con dos dedos y la puso a su lado, en el suelo, hurgando con los ojos en las llamas.

—Sólo eso… —rió el del sombrero —, es tan cobarde que creerá que es cierto el asunto de su ejecución en la horca… es el pusilánime del pueblo…

Cronos guardó silencio. Cuando el otro se retiraba, levantó la vista de la fogata y dijo:

—Dos…

El del sombrero se volvió ante la voz profunda del charlatán.

—¿Ha dicho algo?

—Le diré que habrá dos…

—¿Dos?

—Dos ahorcados.

El del sombrero lo miró sin entender, esperando algo más. Se sentía algo turbado. Sacudió la cabeza, como espantando un insecto molesto, le dio la espalda a Cronos y se convenció de que esa pequeña mentira no tenía importancia.

—Mientras se lo diga, todo estará bien.

Al día siguiente las sillas delante del carromato estaban ocupadas por personajes de todo el pueblo. Cronos salió de detrás de una cortina negra y pesada que separaba el proscenio improvisado de la concurrencia y el carromato. El hombre del sombrero de copa sonrió ante el oscuro personaje que lo localizó entre la concurrencia. Los ojos del doctor hubieran perturbado a alguien menos cínico. Con una casi imperceptible inclinación de cabeza hacia la derecha, señaló a la víctima.

—Este acto comprende un proceso de contacto mental entre alguien del público que se ofrece como voluntario y yo mismo —empezó Cronos—. Después de unos pases mesméricos sobre el cuerpo del voluntario, estableceré una comunicación íntima y única.

Muy pocos levantaron la mano. La víctima se revolvió en su silla cuando Cronos se le acercó.

—Sería una muestra importante de tu arrojo si te ofreces como voluntario en este acto, querido amigo— insinuó, sonriendo, el hombre del sombrero.

Todas las miradas se dirigieron a la víctima, que tembló un poco. Su mano se levantó como poseída por una voluntad propia. El dedo índice apuntó al cielo. Cronos se acercó y lo miró. Los ojos de la víctima se hundieron en la mirada oscura y su cuerpo en la silla. Cronos le pasó las manos sobre el rostro, sudoroso a pesar del frío. El del sombrero de copa tuvo que llevarse las manos al estómago para no estallar en risas. Cronos se inclinó hacia la víctima y le susurró al oído:

—Escucha y mira en tu propia cabeza… escucha… mira… Cuando venía hacia acá a caballo y mis ayudantes me seguían a distancia en el carro, fui el primero en ver el árbol seco a las afueras del pueblo. Hay un páramo estéril ahí. De la rama más baja y gruesa pendía un cuerpo, algunas aves de rapiña sobrevolaban en círculos el lugar. El cuerpo giró lentamente y vi el rostro del muerto. Esa cara hinchada con ojos desorbitados era la tuya. Lo que tengas que hacer, hazlo pronto.

Los asistentes voltearon a ver cuando el hombre tembloroso se levantó y se marchó aprisa. El del sombrero rió, por fin, casi cayendo de la silla. El resto del tiempo el espectáculo de Cronos —ese charlatán, para el hombre del sombrero—, fue de asombro en asombro y el público olvidó el incidente anterior: pasaba las manos sobre el rostro de alguien y decía cosas que sólo sabía aquél. Afirmaba, a la vez, profetizar cosas buenas y malas.

Al otro día, la noticia pasó de boca a oreja por toda la población. Habían asaltado el banco y matado al cajero con tres tiros a quemarropa. El asaltante había sido detenido en seguida sin oponer resistencia. Ni siquiera había intentado huir. En su mirada había alivio y resignación. Se trataba de «la víctima» de Cronos. ¿Cómo era que un personaje oscuro como aquél, el tonto del pueblo, había cometido tal atrocidad?, se preguntaban todos.

—Lo que me dijo me llenó de seguridad —le reveló el ladrón al comisario—. La seguridad y confianza que jamás había sentido. Me fue fácil hacerlo, pero no era mi intención matar a nadie ni robar nada… sólo… sólo me sentí bien al hacerlo…

Su juicio fue breve y la sentencia, rápida. Lo colgaron del árbol muerto a la entrada del pueblo al día siguiente. Las aves de rapiña se presentaron en seguida. El hombre del sombrero subió al puente entonces: con un gesto solemne se quitó el sombrero y lo arrojó al río.

—Nadie se ahorca con el sombrero puesto —murmuró, horrorizado por la manera en la que había actuado la ahora verdadera víctima. No asistió al sepelio y pasó tres días gritando que él era el verdadero asesino. También murmuraba incoherencias sobre pases magnéticos y mesmerismo. La tercera noche lo encontraron colgando de las vigas del ático.

Primero lo vio una lechera que hacía un camino largo entre varios pueblos, luego lo contó en la cantina un borracho: el rostro del tonto del pueblo se había hinchado, sus ojos estaban desorbitados ante visiones que sólo un muerto podía ver y las aves de rapiña volaban sobre el árbol. También contó que un jinete de negro sobre un caballo negro, seguido por un carromato, se había detenido ante el ajusticiado. Sus ojos penetrantes parecían haberse grabado con fuego las facciones del ahorcado.

Pocas horas después el carromato llegó al pueblo y se instaló al norte, en un terreno baldío. El hombre de negro se anunció con grandes letreros a una tinta que sus ayudantes clavaron en los postes del alumbrado a gas, y que decían:

«Doctor Cronos, alumno de Mesmer. Adivinación. Electricidad y magnetismo animal. Las maravillas del futuro hoy. Situado en la entrada norte de este pueblo».


Pé de J. Pauner es un narrador, ensayista, crítico de cine y biólogo mexicano que ha hecho activismo y performance. Ha publicado novela erótica y ha sido antalogado en latinoamérica, Australia y España. En el género de la Ciencia Ficción ha publicado el ensayo «Las cinco grandes utopías del Siglo XX» en la web española Alfa Eridiani.

Axxón 2013
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