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Jamie estaba viendo llorar a su padre delante de setenta personas y experimentando algo que se parecía mucho a una apendicitis.
—Yo. Jean. Alan. Barbara. Katie. Ray. Todos vamos a morir —una copa rodó hasta caer de una mesa y hacerse añicos hacia el fondo de la carpa—. Pero no queremos admitirlo.
Jamie miró de soslayo. Tony tenía la vista fija en su padre. Parecía que lo hubiesen electrocutado.
—No comprendemos lo importante que es. Esto… este sitio. Los árboles. La gente. Los pasteles. Entonces nos lo quitan todo. Y comprendemos nuestro error. Pero es demasiado tarde.
En un jardín cercano ladró el perro de Eileen.