51

Mel Gibson colgaba de una cadena en una ducha rudimentaria y un tipo oriental lo torturaba con un par de cables de arranque.

George estaba tan absorto que cuando oyó llamar a la puerta lo primero que pensó fue que Katie había concertado una visita inmediata del doctor Barghoutian.

Cuando la puerta se abrió, sin embargo, era Jacob.

—Quiero ver mi vídeo —dijo Jacob.

George hurgó en busca del mando a distancia.

—¿Y cuál es tu vídeo?

Mel Gibson chilló y luego desapareció.

—Bob el Constructor —respondió Jacob.

—Bueno —George se acordó de pronto de la última vez que Jacob había aparecido en su habitación—. ¿Está tu papi contigo?

—¿Qué papi? —preguntó Jacob.

George se sintió un poco mareado.

—¿Está aquí Graham? —parecía un día en que era posible cualquier cosa.

—No. Y papi Ray no está. Se fue… Se fue y no volvió.

—Bueno —repuso George. Se preguntó qué querría decir Jacob. Probablemente más valía no preguntar—. Ese vídeo…

—¿Puedo verlo?

—Sí. Puedes verlo —dijo George.

Jacob sacó Arma letal, insertó Bob el Constructor y lo rebobinó con la pericia despreocupada de un técnico en el centro de control.

Ésa era la forma en que los jóvenes se apoderaban del mundo. Todo ese juguetear con las nuevas tecnologías. Uno se despertaba un día y se percataba de que todas sus habilidades daban risa. Carpintería. Aritmética mental.

Jacob pasó rápido los anuncios, detuvo la cinta y se encaramó a la cama junto a George. Olía mejor esta vez, a galleta y dulce.

A George se le ocurrió que Jacob no iba a hablarle de ataques de pánico o sugerirle que viera a un consejero. Y fue una idea tranquilizadora.

¿Se volvían locos los niños alguna vez? ¿Locos de verdad, no sólo disminuidos como la niña de los Henderson? No estaba muy seguro. Quizá no tenían suficiente cerebro para que les funcionara mal hasta que llegaban a la universidad.

Jacob estaba mirándolo.

—Tienes que darle al botón.

—Perdona —George le dio al botón.

Se oyó una música alegre y salieron los créditos sobre la maqueta de un paisaje nevado iluminado por las estrellas. Dos renos de plástico se alejaron trotando para meterse entre los pinos y un hombre de juguete apareció en escena en su ruidosa motonieve.

La motonieve tenía cara.

Jacob se metió el pulgar en la boca y se agarró al índice de George con la mano libre.

Tom, el hombre de juguete de antes, entró en su Base Polar y cogió el teléfono que estaba sonando. La pantalla se dividió para mostrar a su hermano, Bob, en el otro extremo de la línea, que llamaba desde un almacén de materiales para la construcción en Inglaterra.

En el exterior de la oficina se veían una apisonadora, una excavadora y una grúa.

La apisonadora, la excavadora y la grúa también tenían caras.

George se acordó de Dick Barton y los Goons, de Lord Snooty y Biffo el Oso. En los años transcurridos todo parecía haberse vuelto más estridente, brillante, rápido y simple. Al cabo de otros cincuenta años los niños podrían mantener la atención el mismo tiempo que los gorriones y no tendrían la más mínima imaginación.

Bob estaba bailando por el almacén cantando: «¡Tom viene a pasar la Navidad! ¡Tom viene a pasar la Navidad!».

Quizá George se estaba engañando. Quizá los viejos siempre se engañaban, fingiendo que el mundo iba a convertirse en un pequeño infierno porque era más fácil que admitir que los estaban dejando atrás, que el futuro estaba zarpando de la orilla y ellos estaban de pie en su islita deseándole buena travesía, sabiendo en el fondo que no les quedaba otra cosa que hacer que sentarse en los guijarros a esperar que las grandes enfermedades salieran de entre la maleza.

George se concentró en la pantalla.

Arma letal resultaba también bastante trillada, puestos a pensarlo.

Bob estaba ayudando a preparar la plaza del pueblo para el concierto anual de Nochebuena de Lenny y los Lasers.

Jacob se revolvió para acercarse un poco más y le agarró la mano a George.

Mientras Bob trabajaba día y noche para que todo fuera como la seda en el concierto, Tom se detenía a rescatar un reno de una grieta en el glaciar de camino al ferry y perdía el barco. El encuentro navideño se había ido al traste.

Bob estaba muy triste.

Inexplicablemente, George también se sintió triste. En especial durante la escena retrospectiva de la infancia de ambos en que a Tom le traían un elefante de juguete por Navidad y se le rompía y lloraba, y Bob se lo arreglaba.

Poco después Lenny (de los Lasers) se enteraba de las dificultades de Bob y volaba al Polo Norte en su jet privado para traerse a Tom a tiempo para Nochebuena, y cuando Tom y Bob se reunieron en el concierto a George le caían lágrimas por las mejillas.

—¿Estás triste, abuelito? —preguntó Jacob.

—Sí —contestó George—. Sí, estoy triste.

—¿Es porque te vas a morir? —quiso saber Jacob.

—Sí —respondió George—. Sí, es por eso —rodeó con un brazo a Jacob y lo atrajo hacia él.

Al cabo de un par de minutos Jacob se retorció para liberarse.

—Tengo caca —se bajó de la cama y salió de la habitación.

La cinta llegó al final y la pantalla se llenó de ruido.

Un pequeño inconveniente
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